Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

domingo, 23 de agosto de 2015

Trenes y rubios.

Ya ni recuerdo como, ni cuando, ni porque. Lo cierto es que desde pequeño las palabras me resultaron un tanto misteriosas. Fui, y aun sigo siéndolo, una criatura silenciosa. Un gato de palabras contadas y gestos disimulados.
Prefiero escuchar a decir, y aquellos que me conocen lo saben. Conocen mis silencios, mis cavilaciones en cuanto a las relaciones sociales, y especialmente esa clase de “déficit de atención” que poseo en los momentos fútiles, esos que tanto abundan.
Pero, ¿a que viene este asunto de las palabras? Simple, de todas las palabras hay dos que desde pequeño siempre me llamaron demasiado la atención. Palabras cuadradas intentando encajar mundo de círculos.
La primera es casi jerga y no tiene mayor importancia. Viene de herencia genética laboral y realmente no tiene sentido decirla. Me da tanta vergüenza como apatía.
La segunda es “DURMIENTES”, y aunque no tiene nada de particular, esa vez que mi “Zeide” me la nombró por primera me quedo rebotando en el eco vacío de mi cabeza mientras yo, como un idiota extasiado y él con la paciencia que solo posee un abuelo mirábamos pasar los trenes.
Al principio confieso, ni idea a lo que se refería.
Yo, el rubiecito de flequillo indomable miraba a través de las ventanas  en los vagones e intentaba ubicar a aquellos que dormían dentro. Y aunque desde ese menos de un metro no llegaba a verlos con claridad ya creía haberlo captado. Pero no, solo cuando la barrera se levantó, y “Baruch” me acercó a una de las maderas que rechinaban en las vías entendí a que se refería. Aunque en ese momento no deducía la razón.
Esos trozos nobles que aguantan el paso del tren y amortiguan su paso, se llaman también durmientes. Entiéndanme, yo era un chiquilín indómito y un tanto lento así que guardé la palabra sin entenderla y me la llevé a mi mundo de silencios.
Pero esta volvió hace poco de la mano de otro chiquilín rubio de flequillo indomable y tan indómito como su padre. Una tarde de sábado  mientras repetíamos el ritual olvidado de ver pasar los trenes.
- ¿Ves Thiago?, esa maderas que se mueven cuando pasa el tren se llaman durmientes- y me miró tan azul, como yo había mirado al de la boina que me acompañaba.
- ¿Por qué se llaman así?- preguntó con la inocencia del que no sabe mentir, ni guardar.
Y como soy de pocas palabras, pero tengo cierta imaginación inútil le inventé un cuento.

-Hace muchos, mucho años a un rey se le ocurrió inventar el tren (debí ser abreviado en extremo ya que su concentración en mis historia languidece rápido y porque también, lo reconozco, soy ciertamente aburrido para contarlas). Ese, al que se le ocurrió inventar el tren tenía la idea pero no sabía bien como llevarla a cabo. Tenía las locomotoras, las vías, las barreras y todo lo demás. Pero no se le ocurría como montarlas en la tierra movediza. Entonces…entonces como pasa siempre que no se ocurre nada se buscan otras soluciones, y pensó en un mago. Si, en un mago. Pero, ¿sabes? tuvo un problema muy  grande, en todo su enorme reino no había ni uno solo. Y para peor, nadie conocía a ninguno. Tene en cuenta que había echado a los magos hace rato porque decían que eran unos mentirosos y que la gente ya no les creía.
Ese rey buscó y buscó, pero nada. Nadie conocía a ningún mago. Nada `por aquí, nada por allá. Ni uno.
Pusieron avisos en los diarios, en la radio, en la calle, pero nada.
No Thiago, no se les ocurrió un aviso en Internet, en esa época no existía. En serio, no me mires así, en esa época no existía. Y cuando yo era chico, tampoco. De verdad, aunque no me creas.
Pero dejame seguir porque ya te estás distrayendo.
La idea de un tren ya estaba por ser olvidada, no había manera de poner los rieles en la tierra si que estos se moviera y se desarmaran todos. Pero el rey era muy terco.
Sin ideas, ni ayuda ni magos, se puso triste. Tanto que ni quiso salir de su palacio por meses. Estaba triste, desaliñado y sin ganas. Entonces… cuando parecía estar todo perdido apareció el último mago de todos. Uno que vivía muy, pero muy lejos. Tan lejos  que tardó varios años en llegar.
Te la hago corta, ya estas aburrido. Ese mago le prometió al rey una solución mágica.
- Y claro pá, como no iba a ser mágica sí era un mago- infirió el pequeño a estás alturas mas apurado por ir a comprar papas fritas que por escuchar el fin del cuento.
-Bueno, la solución mágica fue la siguiente, escucha: pusieron las vías sobre la tierra y cada un par de metros pondrían una personas uniéndolas. Y con eso evitando que se muevan. Entonces cuando el tren iba a pasar sobe cada uno, el mago los iba a hacer muy fuertes. Tanto que el tren los iba a poder pasar por arriba y ellos ni se iban a dar cuenta. Así de fuertes los iba hacer.
Y aunque se necesitasen miles, millones de personas acostadas entre las vías soportando el paso de la locomotora y sus vagones, la idea le pareció genial al rey. Y pusieron manos a la obra.
Buscaron a los que sobraban. Los que no tenían trabajo, a los que vagaban por las calles, a los que nadie reclamaba, a los que no tenían hogar, a todos aquellos que no tenían donde ir; y a ellos los usaron para trabajar en el tren del rey. A todos los que no encajaban en el mundo feliz los pusieron a hacer algo cómodo para todos los ciudadanos útiles del reinado
Pero como sabes “Pucho”, los magos siempre son un poco tramposos y este en especial estaba embroncado con el rey por haberlo echado hace años así que hizo un pequeño truco.
Durmió muy profundo a todas las personas que estaban acostadas esperando que pase el tren. A todos y a cada uno. Tan profundo que ni ellos ni los que paseaban en el tren se daban cuenta que eran personas. Tanto que de tan dormidos parecían ser de madera. Y el tren se construyó, y las vías  se `pusieron sobre los durmientes y todos se olvidaron de que eran personas. ¿Sabes?, ni los veían. Tanto se olvidaron ellos que se fueron haciendo de madera (otra cosa mágica). Eran solo durmientes de madera bajo los trenes. Y así se quedaron. Durmiendo bajo las vías para siempre. Y por eso, justo por eso se llaman durmientes.

Mi rubio sonrió sin creerme una palabra, me pidió plata y corriendo solito fue a comprarse su botella de bebida y sus ansiadas papas fritas.
Yo me quedé un rato ahí. Como hace años. Mirándolos  crujir casi hasta astillarse bajo los trenes mientras el mundo pasa ciego sobre ellos, a su lado.
Me quedé como antes. Como hace tiempo no me quedaba, con la misma extraña sensación de antaño. Guardando silencios, tragando palabras, entendiendo aunque sin entender del todo.
 Me quedé ahí mirando; y por fin concibiendo esa palabra que me había quedado atragantada, rebotando sin manija en mi interior.
 Durmientes.  





·  Durmientes de madera: utilizando maderas (conocidas popularmente ) como pino, haya, roble, y de quebracho en Sudamérica, dependiendo del uso, el costo y durabilidad necesaria. Este tipo de durmiente proporciona como ventaja, la fácil manipulación debido a su peso y su flexibilidad ante golpes o similares.
        





      
Q´ ves cuando no ves....

lunes, 27 de julio de 2015

Un dinosaurio en un balcón.

Era como estar tomando fresco en un balcón de un piso no tan alto. Un signo de paréntesis entre bocinas, humo y humedad.
Era tan solo observar y volver a ese ritual del tiempo disipado en nada. Solo observar.

Tomó asiento frente al cristal a la calle, y se pidió su clásico viejo trago de aguardiente. Ese el de la botella ocre discontinuada y la etiqueta amarillenta con aroma a pasado. Ese, el que ya nadie pide ni pedirá.
Ahí de frente a los indiferentes. Esos jinetes montados en sus vidas desbocadas por algo incomprensible.
Saboreó cada gota espesa como si fuese la última. Disfrutando esas brasa conocidas deslizándose en caída libre por su garganta blindada con años de entrenamiento. Una pequeña muestra gratis de lo rápido que todo había pasado. Un  abrir y cerrar de ojos. Un sueño que se va terminando. Una bandera a cuadros. Acaso solo una pluma, una pluma volando a través del vendaval del tiempo gastado.
Y ahí, solo entre nadie volvió a reconocerse por primera vez en mucho tiempo. Era él. Gastado, pero él.
Con las manos ajadas y algo temblorosas. Con la vista nublada, ya ni siquiera disimulada por sus gafas de níquel. Con su propio reflejo blanco desdibujado en el vaso de vidrio.
A su alrededor mesas llenas de viejas presencias ausentes. Mucha madera hinchada, mucho mármol desteñido. Aquel viejo televisor burrero colgando desenchufado. Las paredes de otro color pero con las viejas hendijas mal disimuladas. La mesa rala de un billar desnudo. La barra llena de botellones viejos. Algunos banderines desdibujados, cuadros  gastados y camisetas ya sin color. Y la nieta del dueño. Esa chiquilina sin dientes que otrora corría atropellada entre hombres, en la barra. Fija y sonriéndole a la luz brillante en su mano.
Sonrió, ya nadie lo reconocía. Era el último de los dinosaurios.
Hurgó en lo profundo de su bolsillo oculto dentro del traje apolillado y sacó una cigarrera de metal. Encendió con un fósforo algo húmedo el anteúltimo cigarro de una marca extinta y pitó fuerte.
-        ¡Señor aquí no puede fumar!- le espetó con una insolencia demoledora un joven de gafas sin aumento que bebía un jugo de un color extraño varias mesa mas allá, mientras tecleaba su ordenador portátil y miraba hostil a la joven en la barra. 


Lo apagó avergonzado en un cenicero de chapa y volvió a su ensueño. A observar.
Ya no estaban. Aquellos buenos viejos amigos ya no estaban.
Chicho el verdulero, el más sagaz y tramposo jugador de Tute cabrero de todos los tiempos. Tampoco Boris, el sastre. Un ruso amante del buen vodka con muchas mañas para los negocios, áspero como la lengua de un gato, pero generoso con sus amigos. Los hermanos López que no eran mellizos pero eran iguales. Esos burros de carga tan brutos como laburantes ya no eran recuerdo ni siquiera para los suyos, los herederos de la cadena de almacenes transformada en supermercado con nombre foráneo; y menos aún el viejo Manrique, ese poeta loco que nadie nunca supo de qué, ni como vivía. Pero que era un barril hondo de anécdotas improbables. Historias que él mismo se había hurtado para inventarse un pasado glorioso que no poseía frente a sus nietos cuando aun lo veneraban.
Ni ellos, ni otros tanto, ni nadie. Incluso ya no estaba el “díscolo” tano de la barra. Aquel mujeriego tan amante de las mujeres como de su esposa, una rechoncha matrona de mal carácter que siempre lo vigilaba atenta con su inseparable palo de amasar lleno de harina recién molida.
Era el último.
Observó la hora en su reloj plateado a cuerda y pensó en ella. Agitado quiso buscar el dinero, pagar y volver a casa antes de la conocida reprimenda por venir. Pero lo recordó justo a tiempo, ella ya no estaba. Su compañera de barco, de guerra, de triunfos, de fracasos, de alegrías. La “Jefa” ya no estaba, lo recordó. Y como hace rato no le pasaba, una hiedra de hiel le recorrió el espinazo y  se sintió muy solo.
Aguzando los sentidos vio pasar unos jóvenes frescos charlando. Gritando sin sentido ni orden, llenos de espíritu salvaje y vio a sus nietos después de tanto tiempo sin verlos. Y otra vez sonrío al recordar los agitados cuentos de tantas noches sin poder dormirlos. Pequeños destellos de alegría que se apagaban al instante cuando regresaban los padres. Esos orgullos que rara vez le agradecían algo.
De pronto, un aroma a carbón nuevo se filtró vaya uno a saber por donde. Y volvieron a su olfato seco esos días de madrugones pesados. De noches pesados. De viento empujando. De nubes frías. Sacos mustios, jeans gastados, camisa, gomina y piel. De tanto por todos. Esa pequeña construcción que día a día había apilado para darle a los suyos algo más que a él. Un ladrillo tras otro de puro músculo al límite. Horas extras, llegadas tarde, bromas futboleras, peleas de hombres rudos, tan poco tiempo, tanto por construir. Barrios municipales, asado, hipotecas. Tornos, herramientas, martillos, agujas. De todo un poco con tal de llevar un pan y quizás algo más. Una pizca mínima de dignidad.
Y recordó los delantales blancos almidonados, y un idioma de aldea olvidado en el arcón de su memoria. El susurro gutural, lleno de consonante y con tan pocas vocales  que tan bien conocía. El brillo de las velas blancas sobre un mantel reluciente de un viernes al atardecer. Y regresó al pan trenzado de su propia abuela, ese con el gusto que ya nunca volvió a probar jamás, por mas esfuerzo que su “ella” le ponía al hacerlo. El brindis prohibido y su abuelo cómplice entre escondidas y guiñadas dándole un sorbo de vino. Tantas caras perdidas en el tiempo regresando en cordiales fantasmas sin nombre que hace rato no aparecían, y que de pronto se sentaban a su mesa a compartir unos segundos nimios. A observar, solo a observar. Como él mismo. Con él mismo.
Y lloró de emoción. De sus ojos verdes sin el brillo de antes brotaron unos pequeños diamantes y trastabillaron por sus mejillas para morir en sus labios, entre grietas de arrugas y una barba cana mal afeitada. Ellos le recordaron que las lágrimas son saladas. Como el mar, ese viejo azul de sus vacaciones de a dos. Luego de a muchos, mas tarde de a muchos más y otra vez de a pocos. Y ya. Al final, otra vez de a par.
En una planta artificial colgando inerte vio la hierba recién crecida de su primer jardín en un domingo de rocío, y a  “Hunt” su mestizo tan querido corriendo tras sus talones desnudos mientras papá echaba leña y preparaba el manjar del domingo antes de ira de la mano a la cancha juntos a ver perder al equipo de sus amores. Como siempre, a perder y juntos.
De pronto, en esa dama saliendo con una bolsa de un “chino” encontró a mamá esperando firme para hacer los deberes. Con la taza de leche tibia, las tostadas con mermelada casera, los lápices ordenados y una amor de chocolate mezclado con furia de fuego que no volvió a ver en nadie mas.
Con cada niño saliendo a los gritos de la escuela con las caras extraviadas presas de la felicidad  se le estrujó el corazón añorando los momentos perdidos. De dientes ausentes, actos insulsos y logros tan enormes como ignorados. Y los diamantes rodaron otra vez, pero esta vez agrios. Como las huellas que se pierden en la arena y ya no vuelven a ser caminadas.
Y así como vino como un rayo, todo se fue. El circuito volvió a abrirse y la nada lo tomó por sorpresa. Otra vez.

-        Ahí esta señor- murmuro la jovencita en la barra- es el viejo de la tele.
Moviendo la cabeza y mezclando furia con vergüenza  un caballero de buen traje y mala cara se acercó a la mesa, lo tomó del brazo y le dijo.
-        Viejo, ¿¡que haces acá!? ¿Te volviste a escapar?  Veni, vamos. Te llevo al geriátrico de vuelta, ya me van a escuchar esos inútiles. Decime, ¿sabes quien soy, sabes quien sos?
-        Lo siento caballero, no lo conozco. Discúlpeme. No se quien es usted, pero sí se quien soy. Usted vera, no recuerdo mi nombre, eso no, pero si lo que soy. Solo soy... -balbuceó a gatas como buscando alguna pista- solo soy un dinosaurio en un balcón.




Y se marchó del viejo bar por última vez.




jueves, 7 de mayo de 2015

Sabio, lleno y solo.

A veces, muy pocas veces el destino es el que nos busca, y para suerte o desgracia...nos encuentra.

Y ya no hay vuelta atrás benditos o malditos tenemos que hacernos cargo y lanzarnos a recorrer el mundo de nuestra nueva vida.

¿Pero que pasa antes de que nos hagamos cargo de nuestro nuevo Yo? ¿Donde quedan las heridas del pasado? ¿Que pasa con aquello y aquellos que dejamos atrás? ¿Quien soy ahora?

Esta es la historia de Manu. Un tipo común, demasiado inteligente, demasiado único, demasiado especial.
Un bendito por naturaleza y maldito por destino.

¿Que buscamos cuando no buscamos nada? ¿Qué nos encuentra cuando solo esperamos?

Y ahí nos preguntamos ¿Cómo llegamos hasta aquí?
Pues ahí están las respuestas de un destino nos busca... y nos encuentra.  


" Sabio, lleno y solo" Mi primera novela  





lunes, 8 de diciembre de 2014

Un rayo.



Cosas qe pasan....


Podría tomar tu mano y sentir tu calma
Para sentir que algún día terminará
Te arrastro cerca, con tanto para perder
Es un camino ciego del que ya no hay vuelta atrás.

Sabiendo que dura hasta que lo arruinamos
No me importaba antes de que estuvieras aquí
Una risa lejana con el "para siempre"
Pero dicen “todas las cosas cambian, déjala seguir”

Déjame dar un respiro para doblar en la curva
Solo para saber que estas a salvo
Soy un hombre agradecido
Esta luz es vaga
Pero vivo y puedo verte bien

Por cada decisión cometo un error, no es mi regla
El verte ir en tus dudas y yo sin nada que decir
Entiendo si decidís no quedarte. Lo entiendo.
No di la talla y lo se.
Esperaré, no tengo otro plan.


¿Crees en el destino? ¿No, verdad? Yo tampoco lo hacía hasta hace unos meses, cuando de repente toda mi vida dio un giro inesperado. Un cachetazo letal entonces me dí cuenta de que a veces una sólo mirada, una sola sonrisa, en un sólo momento, tu vida puede cambiar por completo. Que cuando menos te lo esperas aparece alguien en tu vida que te hace subir hasta las nubes, sí, ahí arriba, o más. ¿Hasta la luna? Si, hasta la luna. Y entonces te das cuenta de que ya todo es perfecto, que no necesitas nada más. Hay personas que están destinadas a estar juntas. ¡Sí, es verdad! Si el destino decide juntar a esas personas, no habrá nada ni nadie que pueda separarlas, aunque les aparezcan mil obstáculos, al final, sus caminos terminarán juntándose. Y parece mentira que yo esté diciendo todo esto, pero después de lo que ha pasado, pero creo que mi vida ya nunca volverá a ser lo que era. Y, sí, ¿Por qué no?
Porque los toros torpes, aunque nobles son salvajes, barren con todo. Con la manta roja que los amenaza, con los cuchillos que buscan atravesarlo pero también con ellos mismos cuando terminan enredados en su propia caída.  Y los saben mientras esperan esa estocada final inevitable a centímetros de sus sueños. Ellos, solo ellos lo hicieron. Ni la gente enloquecida, ni el circo de alrededor y ni siquiera esos toreros que los amenazaban desde un infame anonimato. Eso hubiese sido facil, muy facil.
 Lo saben. Ellos mismos lo causaron. Es su naturaleza, es su gen maldito y es inevitable que lo hagan.
El destino juega sus cartas pero hay que saber jugarlas.
Respiran hondo, inflan el último aire eterno que jamás volverán a respirar, guardan fuerte en su memoria lo que pudo haber sido y se dejan ir solos. Sin pedir piedad, sin mirar atras, aterrados aunque sin miedo. Expuestos y a merced de lo que esa daga decida.

No hay nada que pueda detener el destino…. Salvo uno mismo.
De todas formas lejos. Inalcanzable como siempre, imposible como infinita seguís ahí y de alguna forma la vida continúa, y por eso es hermosa.

¿Sabes? La gente se acostumbra a la belleza.
Pues yo todavía no me he acostumbrado a vos.



domingo, 26 de octubre de 2014

The seeker.



 Sí mal no recuerdo era un sábado de verano por la noche, de los calurosos. Y para variar deambulaba sin sentido por la ciudad.
La gente revoloteaba infame, los ebrios comenzaban la cuarta vuelta y las putas gastaban sus extraños encantos en personajes como mínimo  sospechosos.
Regresaba de una noche de amigos y rock por Flores, sin sueño ni sueños, acalorado y sin tener donde ir.
 Lo cierto es que ni bien vi el cartel, un tanto sucio y francamente desteñido,  por alguna razón me atrapó. Pasa, eso a veces pasa.
After life, ¿qué recuerdo te llevarías de la vida?”
Compré mi entrada en plena trasnoche ajada de una resaca por venir  y entré; no sin antes preguntarme que hacía en plena juventud entrando a un cine a ver una película japonesa de antaño en vez de meterme en un cabaret. Pero bueno ahí fui. Solo, acalorado e insomne.     



“Siéntate hijo mío. Sé que estás aturdido pero no te preocupes estás donde debes estar, frente a mí. De cara al creador de todo. Sí hijo soy yo, tu dios. El único, el principio y el fin, el destructor, el autor, el magnánimo. Todo y nada.
 Pero tranquilo mí inmóvil y asustado niño, todos esto es fantochada exagerada. Tú puedes decirme simplemente, padre.
Por mucho tiempo te he estado observando, y debo confesarte que eso es algo que no suelo hacer con frecuencia.
 A pesar de amarlos a todos por igual mis hijos son incontables y no todos interesantes. De hecho muy pocos lo son. Y no es algo triste, es así, sin vueltas. Pero como decía, solo algunos me hacen girar,  enfocarlos especialmente con mi luz y seguirlos con curiosidad. Solo algunos reciben mi atención exclusiva. Es un pequeño, puñado al que personalmente observo con atención. Y eso, debo decirte, no es ningún merito. 
 Hay algunos simplemente que los vigilo por esa maldad tan exacerbada que sorprende. Otros por sus desarrollados instintos, como los cazadores destacados. Muchos por esa desconocida sensación de trascender, que ni yo puedo explicar, y un pequeño grupo por su increíble capacidad de destrucción. El resto, y como te he dicho, solo transcurren fuera de mi interés. Y no está mal que así sea. La vida es un regalo y cada uno hace con los regalos lo que le plazca. Disfrutarlos a pleno, abandonarlos en algún armario antiguo, usarlos, regalarlos otra vez o ignorarlos. Son elecciones, y el libre albedrío es mi ley mas amada.
Ahora, querido pajarillo atemorizado, esto no significa que estén fuera de mi amor, ya te lo dije, los amo a todos por igual, ni más ni menos. Ellos, la mayoría, solo están por fuera de mi radar, no de mi amor. Por decirlo de alguna manera.
Después de todo, soy ya un viejo padre cansado.       
 Pero déjame volver a ti. Después de todo es a ti a quien le hablo, a uno de mis más díscolos muchachos. Al buscador, a él le hablo.
Debo de decirte, y en cierta forma sincerarme, que no me habías llamado la atención. No mucho más que el resto. Eras un buen niño, buen muchacho, un buen ser humano. Nada fuera de lo común. Una criatura bendecida por mil virtudes como la inteligencia o la belleza. Pero hay cientos bendecidos de la misma manera y la verdad no he notado nada raro en ello.
 Te coloqué en una buena familia, sin problemas. Fuiste amado arropado, aconsejado y también confundido. Y así viviendo. Aceptando, ganando y perdiendo. Nada extraordinario.
Pero un día te noté. Ahí. Parado, mirando a todos como sí no te pertenecieran. Extrañado. Esquivo. Sin una gota de maldad, ni odio, ni siquiera de envidia. Allí estabas ido. Arrancado y curioso. Tan fuera de lugar como dentro. Perteneciendo sin pertenecer. Extrañado en tu propia lejanía.
 Inquieto comenzaste tu búsqueda, y atónito yo comencé a seguirte. A enfocarte con mí haz de luz personal. Eras joven y ese ímpetu inicial hasta sonaba lógico.
Primero hurgaste tu búsqueda en la música, y yo te doté de virtud para ello, pero no. No buscabas la nota ni la melodía perfecta. Estremecer o fulgurar. Buscabas algo más. Y lo dejaste cuando podías haber sido una estrella.
Pronto viraste a las artes, y nuevamente te di virtud para ello, pero allí no encontraste nada. Te pareció un mundo demasiado frió. Un lugar solitario y los buscadores siempre necesitan pistas.
Aunque las ciencias no eran lo tuyo, de todas formas escarbaste. Historia, lógica, filosofía, pero nada. La exactitud de los sistemas te pareció algo estúpido. Y tu hambre creció.
En algún momento supuse que saldrías a los caminos, que te perderías, que abandonarías todo y te irías a pertenecer al mundo, a ser un nómada, un errante que busca. Pero para mí sorpresa te estableciste. Engordaste, te conformaste en el dinero, el confort o solo en un cama caliente. Y por un tiempo te quedaste en ese lugar finalizando eso que buscabas.
 Tu cabello comenzó a pintarse de blanco, tus manos a temblar, y tus ojos a helarse. Y pensé que era el final, pero nuevamente me superaste. Y esa vida, ese sopor extrañamente amable era un eslabón más. Debías hundirte y buscar en la conformidad para no encontrar nada. Escapaste y saliste al camino otra vez.
Entonces decidí intervenir y te puse a prueba. Coloqué en tu camino pequeñas piedrecitas, esas que te hacen tropezar pero no caer. Esas que minan tu paso. Aquellas pulgas que molestan pero no hacen daño. No busque una gran prueba, eso hubiese sido fácil. Te hubieses derrumbado o te hubieses vanagloriado. No mi querido buscador, nunca busqué estremecerte, solo complicarte las cosas un poco. Y seguiste buscando. Vicios, humo, alcohol, tampoco allí. Como todo, la podredumbre te enseñó pero nada más.
La fe, el último refugio del hombre asustado tampoco te sirvió. En la doctrina, sea cual fuera, y vaya que escarbaste ahí, tampoco encontraste nada. Solo una pequeña envidia boba hacía aquellos que felices me encontraron.
Amado hijo mío, a ti se te acababa el tiempo y a mí las opciones. Hasta que un inesperado día creí que lo tenías. Que estaba lo que buscabas, a mano a solo un tris de ti.
Ese día cuando estático, y mientras el mundo te reclamaba ansioso, te quedaste petrificado en una grieta. Pasmado fuera de todo. Si. Paralizado en una mísera grieta del asfalto, en una rendija olvidad de todo. Como de joven. Con tus ojos húmedos rotos. Sin poder creerlo. Extasiado en tu descubrimiento. Encontrando tu primera pista. La primera prueba de que tu búsqueda no era un insensato ir y venir. Sí, en una grieta de un asfalto encontraste algo. Una señal casual, desapercibida, insensata, pero señal al fin. La guardaste en tus lágrimas y volviste al mundo. Pero esta vez emocionado, casi estallando en sollozos, con la confirmación que no andabas errando en vano, que en el más pequeño agujero podías encontrar algo. Increíble, que en algo tan sucio, imperceptible y tan perfecto hayas descubierto la emoción de encontrar. Una grieta pequeña, enorme.
 Y yo mi amado, en esto, en esto no tuve nada que ver. Fue todo tu logro, de tu instinto buscador. Y claro, merito de la grieta también. Ella te sedujo. De alguna forma también te encontró.
Ahora mi buscador desconcertante es el tiempo de mi obsequio. El regalo que le doy a cada ser humano antes de que éste decida sí volver al mundo o no.
A todos y a cada uno le debo una última visión. Un recuerdo, un aroma, lo que sea que quieran. Una sensación de esperanza. Algo que se le vaya a forjar en el alma y sea parte de cada uno. Una última y primer pista de lo que debe ser si deciden volver al circo.
Algunos se llevan el recuerdo de una noche de amor, de esas que no se olvidan. La luna en el cielo iluminando el cuerpo de tu amada desnuda en la cama, durmiendo plácidamente. Tranquila, en paz, extenuada.
Otros en cambio quieren guardar aquello que nunca tuvieron. Una mansión, fama, bienes. Muchos me han pedido recuerdos. El aroma del pastel recién hecho por su madre, el abrazo sincero de un padre antes de partir hacia mi presencia. Un gol sobre la hora, el estremecimiento de la gente. Los primeros dientes cayéndose de la boca de un niño, un nieto terminando su primaria. Arroz a la salida de una iglesia, la paz que deja una sensación dolorosa pero correcta. Una noche plena bajo las estrellas, gotas de agua helada evaporadas en un cuerpo caliente, lagrimas de rocio en una mañana solitaria. Amor, poesía, música. Un blues perfecto, un jazz sincopado. El olor a hojas nuevas de un libro viejo. Un extracto bancario interminable, la adoración de los demás, viajes, lujos, un perdido estremecimiento emocionado. Un cachorro atemorizado en su primer día en la casa, una playa, nieve, un tren.
De todo mi querido, y lo han tenido.
Ciertamente los amo, y el alma debe ser alimentada de sensaciones. Sean cuales sean.
Así que ven. Acércate mi dilecto buscador, y llévate esto.  Guárdalo en lo profundo de tu ser. Arrópalo como al más grande de los tesoros. Frágualo profundo. Y continúa buscando.

Presiento que nos volveremos a ver.
                         


 
      
Q' ves cuando no ves? 





viernes, 10 de octubre de 2014

Y de como se hace un hombre.

-          Pá. ¡Yo no subo nunca más! La última vez me caí, me golpeé y lloré mucho.
-          Los hombres no lloran. Vos vas a subir y te vas  a caer tantas veces hasta que te salga. Así aprendí yo y así vas a aprender vos ¿Sabes por qué?  Porque sos tan hombre como tu hermano y como yo.

-          Má. Tengo miedo. Mejor me quedo en el hotel
-          No querido, acá vinimos todos a disfrutar. Todos. Así que como te dijo tu papá vas a subir y vas a ejercitarte como lo hicimos todos. Ya vas a ver el instructor te va a ayudar. Y por favor no me vengas con eso del miedo, ya sos un nene grande.
A los hermanos ni les preguntó, ya andaban en otra. Aunque al pasar oyó un disimulado, ¡Cagón!

Los cinco salieron del hotel. Apuraron el paso,  atravesaron la nevisca fría y rápidamente se metieron en el restaurante.  Papá y mamá tomaron asiento junto a sus dos hijos adolescentes al lado de las leñas en llamas. El mas chiquito, un morocho de nariz colorada, rulos indomables e inquieto como un conejo, salió a matar el tiempo de espera la calle.
 A papá siempre le gustaba comer comida fresca, recién hecha, y eso siempre llevababa un tiempo de espera extra. Pero como a los niños eso no les importa, y siempre siguen sus propias reglas el pequeño aprendiz de demonio, desoyendo gritos moderados, escapó y de cabeza  se clavó en la blanca capa.   
Abrigado como un muñeco. Duro y sin una pizca de hambre  rápido se puso a jugar entre  monigotes de nieve y bolas frescas.
El lugar se encontraba abarrotado de turistas apurados por volver a las pistas de esquí. Todos ellos, presos de un vértigo de ciudad, azuzando a los empleados, que tragando orgullo se deslizaban entre las mesas ansiosas. Pero papá siempre jugaba fuerte su importancia de empresario alfa y en segundos llenó la mesa.
A los empujones,  mezclando quejas y mocos, metieron a “Rulo” y lo sentaron a la mesa. Pero el gnomo estaba en otros temas. Perdido a través del cristal. Ensimismado y confundido, miraba aquello que nadie quería ver. 
Cruzando el hielo y caminando en esa mezcla de barro, agua nieve y  restos, que siempre hay en esas calles, un anciano bastante raro venía a tranco lento. Asustaba y era extraño.
 Arrastraba  esforzado a su trineo y en él, como en una siesta pueblerina retozaba un can viejo. Tanto o más que su dueño. Es que cuando un animal entra en sus últimas siempre se le nota más.
El perro, una mezcla  de Malamute, lobo, y comadreja, acurrucaba  su cabeza limpia de dientes  dentro de una mantilla roída, agujerada por doquier y sin signos a la vista de pulcritud. Su jefe le venía en saga.
Envuelto en pieles viejas de animales improbables, y enmarañando la barba en sus largos cabellos grises. Caminaba cansado, como pensando cada paso, y con ello ganando metros con un esfuerzo supremo.
Haciendo malabares cruzó entre dos camionetas feroces y por fin aparcó el trineo a la par del salón comedor.
“Rulo” sin probar bocado lo miraba ido.
 “Don pieles” le dio una caricia con sabor a ángel a su animal, le acomodó la manta y sin dudarlo se metió al lugar.  Caminó dentro del asco y las miradas, pero inmune se dirigió a la barra y de allí retiro una olla con desechos. Sobras para unos manjares para otros.
-          ¡Qué repugnancia de tipo, todo sucio!- esbozó mamá lo suficientemente fuerte para ser festejada
Y todos pero todos asintieron.
Salvo aquel que medía algo más de un metro. Él miraba todo como un pollito recién salido del cascaron.  Con tanta duda como asombro.
El viejo se sentó en el cordon helado, alzó al animal y mientras despedazaba las delicias separando la carne del hueso.  Con una ternura descomunal alimentó a su peludo socio y solo después de comprobar la satisfacción del animal comió los restos de los restos.
Mientras tanto a tras el vidrio congelado y comiendo a la fuerza “Rulo” observaba atento.
Cuando por fin terminó el almuerzo a la intemperie de manera increíble el can saltó de su lugar y se instaló frente al trineo. El hombre lo ató, se montó, tapó su cuerpo con la manta y le dio una orden.
Los músculos del animal se tensaron a punto de estallar. Las venas se le inflaron, cada pesuña se hundió en la nieve y lento, tan lento como habían llegado arrastró el trineo y comenzaron la retirada.
El pequeño no resistió la tentación de preguntar. Aun con temor pero impulsado por algo fuerte, y antes de que pudiese ser cazado por su mamá o por alguno de sus hermanos, huyó y los alcanzó. Raro, muy raro ya que él siempre tenía miedo, y realmente ese personaje lo daba.

“No tengas miedo  somos un equipo”- murmuró dentro de su barba el personaje ni bien detectó al borreguito petrificado a su lado- “él tira, y yo voy confiado. Yo tiro y él viene de la misma manera. Solo somos un equipo. En las buenas y en las malas”- y antes de  terminar, de decir el remate,  vio la oreja colorada del pequeño siendo arrastrada de vuelta a al calor.
Como era de esperar, en silencio y pensativo “Rulo” soportó valiente los retos de todos y cada uno. Insultos, gritos, algún cachetazo y la tan temida anulación del postre. Y de no ser porque nadie se quedaría junto a él a retenerlo en su cuarto, de seguro perdería también un par de subidas y bajadas. Aunque pensándolo bien eso no sería un castigo.
Cuando la cosa se calmó, y mientras todos se aprestaban a calzarse la ropa de esquí, el nene rompió la veda impuesta a su boca y lanzó unas palabras.
-          ¿Qué es un equipo?
-          Pavote, ¿no sabes lo que es un equipo?- contestó su hermano mayo un adolescente de tantos granos como humos- esto es un equipo- y le  mostro el conjunto de aparetejos que se comenzaba a calzar toda la familia. Guantes, botas, gafas, abrigo.
-          No tarado, él pregunta otra cosa. es chiquito pero no bobo- interrumpió la hermana- un equipo es un grupo de personas que se juntan para ganar algo- y mirando a su hermano mayor añadió- ¿ves estúpido?, eso es un equipo.
-          “Rulo” ambos tienen razón-dijo el papá- un equipo es algo o alguien que te hace lograr lo que vos queres ser - como mis empleados que forman mi equipo de trabajo, y todos se esfuerzan por mí- y agregó apurando el tramite- ahora vestite que te llevo con el instructor para que de una vez por todas te largues por la pista solo y dejes e lloriquear cada vez que te suelto la mano mientras bajamos la montaña. Es hora de que te hagas hombre.
Dudando, “Rulo” se acercó a la mamá y le preguntó lo mismo. Claramente no entendía.
-          ¿Un equipo? Bueno hay muchos tipos de equipos, y hay para todo. Es una pegunta difícil de contestar  y más para un chiquito. Cuando volvamos lo buscamos en internet y te muestro. Y dale, apurate que vas a atrasado. Todos ya estamos listos y para variar esperándote.

Cuando el instructor le soltó la mano tomó coraje. Sabía que esta vez podía lograrlo, sabía que debía ser como todos. Recordó su incidente vespertino y que a pesar del susto se había acercado al viejo asqueroso y como le había dicho su papá “los hombres no lloran ni tienen miedo” Dentro suyo sintió la voz de todos los que lo esperaban que de ese paso.  Pensando  en su  nuevo valor y haciéndose fuerte se dejo deslizar por la pequeña pendiente. Porque a veces el coraje aparece de la nada y te empuja.
Primero lento, y luego cada vez más rápido. Hasta que como todo niño una vez que tomó confianza se animó y se lanzó por completo. Casi como su papá y su hermano que en otra pista descendían a toda velocidad. O como su mamá charlando con unas amigas mientras se movía en pendiente. Y hasta como su hermana, que apoyada en una reja charlaba con unos chicos.
Y  “Rulo” venció al miedo y como todos aprendió a esquiar. Fácil. Esas fueron sus mejores vacaciones. Las mejores de su vida. Disfrutó bajando y subiendo. Paseando, caminando, tirándose y corriendo por la montaña blanca, y de paso se hizo hombre. Él fue valiente aun cuando no lo esperaba. Pasa. Siempre pasa así. Algo viene, te da coraje y lo logras.




-          ¿Ves cabezón? No hay que tener miedo. Aunque creas que no lo podes lograr, vos como el nene del cuento, como “Rulo”, vas a tomar valor y vas a poder dormir sin luz. Pero eso sí, quedate tranquilo, yo me quedo con vos. No voy a dejarte hasta que te sientas seguro. Hasta que puedas solo, yo te cuido.
En silencio apagué la luz del pasillo y me tire en su pequeña cama. Con las patas afuera y acalambrado.
Mi pequeño dio un par de vueltas intranquilo, se levantó despeinado un par de veces y volvió a recostarse.  Me tomó la mano fuerte, por fin apoyó su cabeza en mi pecho y se durmió.
Cuando comencé a moverme para escapar del calvario de esa cama mínima, susurrando y a punto de dormir escuche su vocecita. Finita y somnolienta.
-          Pá, cuando vos seas grande como el abuelo quedate tranquilo.
-          ¿Por qué lo decís?- pregunté un tanto dormido.
-          Porque yo te voy a cuidar a vos. Porque somos un equipo. Nosotros somos un equipo.
 Y sin más volvió acomodarse y cayó rendido.
Al rato lo dejé. Yo salí a fumar con los ojos rojos. Él quedó dormido.

 En paz, seguro, tranquilo y hecho todo un hombrecito. 



  




  
       Definicion de equipo segun la Rae:

Grupo de personas organizado para una investigación o servicio determinado.
 En ciertos deportes, cada uno de los grupos que se disputan el triunfo.
Conjunto de ropas y otras cosas para uso particular de una persona, y, en especial, ajuar de una mujer cuando se casa. Equipo de novia, de colegial, de soldado, etc.
Colección de utensilios, instrumentos y aparatos especiales para un fin determinado. Equipo quirúrgico, de salvamento.
   

"Usa la que te guste"


Q´ ves cuando no ves?

jueves, 2 de octubre de 2014

Medusa y la 31.



Aunque con cierta vergüenza, debo confesar que de niño era un tanto asustadizo. Quizás demasiado. No lo sé, era algo parecido esos gorriones citadinos que escapan al mínimo movimiento amenazante.
 Acaso porque mi cabeza siempre andaba excesivamente perdida por mundos de improbables fantasías o por mi inquietud de chiquilín eléctrico. Lo cierto es que con una facilidad asombrosa andaba  saltando de un susto al otro tanto como de charco en charco.
Veía una película sobre tiburones, pirañas o cualquier otro bicharraco con dientes  en el agua, y adiós a los chapuzones por más calor que hiciese. Entre dedos espiaba alguna película de terror, fin a las noches de diez horas en continuado pegado a la almohada. Perros rabiosos, payasos, hombres lobo y Draculas, juntos  a la bolsa de mis temores. Todo haciéndome tiritar entre las sabanas, huir al baño a escondidas para prender  luces y, porque no, ciertas escapadas nocturnas a la cama de los viejos.
Pero también así como llegaban, se iban. Como un tren de estación en estación.
 Cada espanto me duraba un tiempito y al rato volvía a ser ese “demonio inmanejable” que la mayoría que me conoce recuerda con nostalgia. Claro, hasta que llegaba un nuevo espanto.
 Así disfrute de mis mejores años, entre terrores propios y diabluras a ajenos.
  Hasta que llego ella   “Medusa, la Gorgona”. Y entonces quede pasmado. Aterrado. Tan impresionado  como nunca antes lo había estado en mi fértil vida de cobarde. 
 No sé cuando, ni como y menos donde pasó. No estoy seguro de sí fue en un cine en alguna matiné de varias películas en el barrio o en algún libro perdido por mi casa,  lo cierto es que esas serpientes verdes y amarillas zigzagueando en compas cadencioso, esos dientes afilados chorreando veneno espeso, esa cara  pálida. Fría,  muerta y peligrosa.  Esa mirada que helaba en rocas, Ella, la Gorgona,  jamás se me borro y como un yerro quedó grabada en espectro perenne. Hasta me animaría a certificar, no sin alguna timidez, que aun hoy algún pelo de mi cuerpo se eriza retraído ver su figura en cualquier película clase “b” del cine o de la televisión. Quien conozca el cuento me entenderá.
Y crecí con aquello escondiéndose atento en mi interior.
Pero ella esperó.

Para apurar, tomé el ferrocarril San Martin y me dirigí a la terminal de Retiro. Cargaba liviano para un viaje de pocos días. Un pequeño bolso, alguna muda de ropa de urgencia y como siempre con algunos míseros pesos en la billetera rala. Acomodé mi viejo teléfono casi a cuerda, me senté y esperé paciente mientras observaba como el gusano merodeaba por entre las entrañas de una cuidad definitivamente perdida.
Ver todo con ojo de niños es una de las ventajas de ser un intruso. Así que casi ensimismado en un paisaje ajeno, y antes de darme cuenta ya estaba en la estación.
Con tiempo por demás, ya que como contaba soy un extraño en las vías, el tren me sorprendió en su rapidez y me dejó holgado en horas.
Caminé como un idiota feliz entre la variopinta muchedumbre cabizbaja y de pronto, unos metros antes de entrar a la terminal, justo al costadito, apareció el espectro. Enorme, con sus mil cabezas enmarañadas centelleando su furia silenciosa, y mirándome fijo. La mismísima Medusa. Si, la que te hiela la sangre y te deja de piedra antes de que siquiera puedas escapar. La del mito.
Demás está decir que yo, como casi todos, giré y me puse de espaldas. No sea que me convirtiese en granito. Pero algo me atrajo, quizás un extraño y viciado canto enfermizo de alguna tramposa sirena varada. Pero como Ulises en sus viajes, hechizado volví sobre mis pasos.
Medusa, La Gorgona de largos cabellos letales encarnada en villa treinta y uno, barrio carenciado, o como sea que le digan ahora. Las leyendas cambian de forma no de nombre. Y me llamaba, me invitaba a probar mi pequeño coraje de burgués acomodado. Después de todo, no soy más que eso. Fuera de la sagrada zona de confort solo soy un hombrecito asustado.
Como contaba me quede fijo. Quieto, observando los intricados pasadizos, los intrincados caminos oscuros que serpenteando se internaban mas allá de lo que podía ver. Miles de serpientes, miles de senderos enmarañados enrulándose en una profundidad insondable. Ella la de ojos ya no azules centellando en la entrada de multicolores baratijas girando locas y de oferta.
 Petrificado quedé un tiempo escuchando ese sonido raro y a la vez molesto de organitos baratos mezclado con platillos monocordes  que surgía de su garganta, y que sí bien no era ese chirrido que recordaba de todas formas me causaba ese mismo efecto de disgusto incomodo.
Frente a mí, la vieja Medusa. Invitándome a deshacer mis temores,  a explorarla, a quedar petrificado en piedra. A darle la espalda o enfrentarla.
Como un Perseo del subdesarrollo, sin escudo ni espada, tomé valor y me metí en sus fauces.
 Di mis primero pasos y aunque un escozor helado surcó mi espinazo mientras metía mis pies en el barro de sus hebras, entré en ella. Y la camine por dentro, aunque idiota pero no estupido también tomé recaudos.
El  atajo principal, de paredes agobiantes con asfixia rancia y pintura escasa, no me intimidó. De todas formas en la nuca comencé a sentir las miradas amarillas hacia el intruso sospechoso. Observé las cuerdas vocales del monstruo en incontables cables ilegales yendo de un punto improbable hacía uno inexistente. Todo embrollado en cinta adhesiva despegada. Algunos pibes, victimas del mito, devenidos en duras estatuas de ojos ciegos. Más de ese sonido a platillos. Bullicio a recreo, alguna pelea con olor a alcohol, insultos perdidos, y amabilidad de abuela. Olor a sopa, a ajo rancio, y humo de aguas hirviendo. Pelotas desgajadas, patas sucias al frío, risas sin dientes  y guardapolvos extrañamente blancos. Mocos a destajo, rostros ajados de trabajo madrugado, caras escondidas en gorritas de béisbol, imágenes de un lejano altiplano y una danzante jerga indígena. Más efigies, algunos juguetes olvidados por sus primeros dueños y gente. Caminando y apareciendo. Todo un mundo dentro de la vieja fábula griega. Cruces, merca y cantos.     
Y seguí a lo profundo de la bestia, doblando demasiado.
De  a poco fui venciendo mis propios escrúpulos y tomando una insensata audacia. Los rulos de los reptiles, ahora ya no brillaban. Se movían, giraban locamente en cualquier dirección y hasta parecían cambiar de formas. Desaparecían, se encerraban y volvían a aparecer. Las cabezas me miraban, atentas, pero solo eso.  Por doquier mechones de pasto en sintonía con bolsas de nylon sucio y latas oxidadas abolladas. Barro, bosta, tapitas y una mujer barriendo. Caminé hasta que me dí cuenta que estaba perdido, que ansioso en mi nuevo rol de titán el rumbo yacía fuera de mi mapa.
- ¿Che como salgo de acá? -Le dije disimulando miedo a un prolijo pero duro pibe.
Pero nada. Hermético ni me miro y siguió fijo en una bola sucia que se inflaba y desinflaba. Y es allí donde comencé a preocuparme. El tiempo ya no me sobraba y las paredes comenzaron a aproximarse entre ellas de manera peligrosa. Y más sonidos chillones, y más aromas desconocidos.
Unos metros dentro del naciente túnel, me acerque a un grupito en juerga de cerveza bajo una lámpara cansada, pero tampoco contestaron. Supongo que ni me vieron, sospecharon, o ni se preocuparon en veme. Y la intranquilidad me revolvió el alma. ¿Perdido? ¿Tragado? ¿Desaparecido?, ¿o solo otro bobo olvidado con aires de héroe que se creía con calle? En todo caso una suerte de scout defectuoso.
Para mi fortuna una señora gordita, oscura y cordial como la mismísima tierra, surgió de la nada y después de un par de advertencias como “no dobles allá o cuidado con esos” me puso en la ruta y rumbo a las olvidadas estrellas por venir. Entonces con la mira enfocada, esquivé un par de bandada tras un balón, eludí los peligros advertidos y salí.

Sentado en el césped provincial, bajo unos astros relegados hace tiempo. En soledad de todo, y mientras mi mundo dormía en paz, imaginariamente volví. Y la entendí.
Ella esta.
Porque por más lo intentemos con escudos que reflejan su imagen, con autos de insondables vidrios negros para no ver y no ser vistos, zapatillas aladas en pipas o tiras, apatía, espadas sacras o bastones policiales. Aunque le demos la espalda para no mirar o quedemos petrificados antes su mirada. Medusa esta.
La villana, ultrajada por Poseidón y castigada por la masculinidad eterna. La horripilante  criatura de mil ojos creada por los dioses. Aquella que viajeros, guerreros o simples ciudadanos prefieren evitar. Ella persiste encarnada en villa. 
Atenta, esperando, con el seseo de sus caminos o el brillo de sus fuegos. Como siempre espera. Solo por una razón. Para espantarnos, hacernos escapar o puramente para convertirnos en roca. En una fría, lejana, y simple roca.
Después de todo, solo somos pequeños hombrecitos asustados y eso… eso da miedo. 






Q´ ves cuando no ves?