Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

lunes, 28 de octubre de 2013

La leyenda de los tres "reyes magos"

Cada noche que vuelvo a casa, vuelvo un poquito al pasado. Cerca hay un lugar especial y místico.
En realidad, no es tan cerca ya que para pasar por ese mágico pasaje, doy un rodeo algo irregular y a destiempo, antes de llegar. Me desvío unas cuadras del final.
Es que me gusta mucho pasar por allí.
El pasaje en cuestión, es el Pasaje Martín pescador. Quienes lo conocen saben de lo que hablo.
Quizás uno de los lugares más inesperados de toda la capital federal. Es como una pequeña viborilla que nace a mitad de una calle que no dice nada, como un corte a hachazos y tras avanzar unos metros y cruzar un umbral tipo medieval, cubierto de una enredadera eterna, se transforma en un bosque mágico. Si, una pequeña aldea típica de los pueblitos de Europa del este. La calle es  disparejamente empedrada, veredas cortas y tapizadas de hierba, casi sin baldosas, una pequeña y pintoresca plaza que hace de panza del pueblito, entre las tres las cuadras que dura el trayecto, y una ultima cuadra con árboles boscosos, hiedras selváticas, flores, plantas inexplicablemente gigantes  para una ciudad, y casitas artesanales, de gatos gordos perezosos  y satisfechos por doquier. Pocos rastros de cemento en la acera y unos inusuales nichos de cosecha urbana. Es una delicia de pasadizo, tranquilo y cuidado comunitariamente por todos los vecinos que hacen suya la vegetación y la cuidan prodigiosamente como si se tratase de un lugar común a todos. Se ensancha una cuadra, se afina a la otra y vuelve a tomar caudal en la última curva, donde misteriosamente vuelve a morir a tan solo dos cuadras de la misma calle donde nace. Y para terminar, en la última casa, en una especie de jardín abierto, inmenso y frondoso, con un mural antiquísimo estampado, de un verdadero pájaro Martín Pescador pescando en mar abierto. Una obra de arte a la intemperie más hostil.
Los pocos autos que pasan por ahí, lo hacen solo para ir o salir de sus casas, ya que es un camino sin sentido, que te saca y te trae al mismo lado solo que un poco más atrás. Quizás y pensándolo bien, es una linda forma de volver al pasado unos instantes.
Perderte dos o tres minutos en un pueblito lejano del pasado más simple, y sin darte cuenta volver al presente gris rápidamente.
Lo cierto, es que cada vez que puedo y tengo algo de tiempo, especialmente al atardecer, me pego una vueltita por allí, como cuando lo recorría en bici de chiquito. De punta, a punta, total son tres cuadritas nomás.
Paro un segundo en la placita, semivacía, y nada. Simplemente, nada de nada un ratito.
Es un pequeñísimo refugio enclavado en la ciudad, un mini bosque encantado. Hasta hay enanos esparcidos metódicamente desordenados.
 Y como no soy el único coyote que anda por allí, ya me hice de un par de conocidos, solo conocidos.
Los que me conocen lo saben bien, no soy un tipo de tener, ni de hacer muchos amigos. Mi carácter hosco, acido y sincero,  no me convierte en la mejor compañía. Pero para mi mala fortuna, muchas veces esas son las cualidades que más atraen a los demás errantes. Pero ese es otro tema.
 Así que sin darme cuenta y sin querer, me convertí súbito en un adjunto, aunque lejano, de una pequeña perrería que abreva, de vez en cuando, en la placita placida y verde..
Llegan rugiendo de a grupos, o pares, y cordonean las motos por donde pueden y quieren, y directo al pastito, a charlar a fumar y a beber espirituosos. En pequeñas moléculas desarmadas y dispersas.
Al principio, me miraron raro, aquel tipo solo en un costado, apoyado en “V” en una punta lejana, no parecía confiable, quizás hasta sospechoso; además lejos soy el más “viejito”,  pero al tiempito, aflojamos los colmillos. Y de a poco, alguna vez, con alguna pregunta aislada y alguien que me reconoció del barrio,  me acercaron a la “fogata”, y yo pausado como un perro apaleado alguna que otra vez me senté al fogón.
 Aunque, para se sincero, en general me mantengo a cierta distancia, como siempre en la mía.
Serán diez o doce, que van variando según el día o la hora.
Lo cierto es que me recuerda la época en la cual el puente de la Av. San Martín estaba cerrado y los pibes nos juntábamos bajo el túnel a “huevear” toda la noche.
 Igual que ahora.
Nos divertíamos, fácil y simple.
Solo tomado algo, charlando y mirando las “caras de póker”, que cada noche salían del “telo”, sutilmente escondido por allí, entre brumas y pinos.

Allí en el bosquecillo, una tarde y de casualidad. Escuche por primera vez la leyenda de los “Reyes Magos”.
Eran  tres, uno bien morocho, de  dreadlocks negros hasta la cintura, algo sucios; con campera militar y bastante grandote y desalineado. Siempre con un pañuelo negro con calaveras, cubriendo, lo que para mí, disimulaba una calva. El segundo, un petiso facineroso, con cara de loco y malo. Siempre ojerudo bajo lentes negros, pelito corto tipo “marine”.Dicen que su  perro, un Bull musculoso, es el más malo del barrio y que ya tuvo varios encontronazos con vecinos por ese tema.
 No soy de juzgar a la gente, pero la verdad es que no me sorprende.
El tercero, según dicen, el más normalito de todos, un gordito bueno, hablador y entrador. De visera reglamentaria y toqueton con los amigos que siempre andaba a las apuradas con un andar medio frenético. Además de siempre,  gesticular y festejar por demás,  cada chiste. Siempre “puesto”.
Cuentan que eso, lo de “Los reyes magos”, nació porque “camelleaban” en la calle todo el día. (Para aquel que no conozca el termino, “camellear” es simplemente transportar y entregar merca puerta a puerta), y porque siempre andaban de a tres llevando "regalos".
 Levantaban los paquetes en el oeste más profundo, en la villa 1-1114 y la llevaban a los distintos lugares de la ciudad. Llevaban sus regalos con habilidad y sincretismo.
 Un trabajo riesgoso, pero redituable, y hasta cierto punto pulcro. Y a simple vista parece así. Las mejores y más potentes motos que andan por allí, son siempre “camellos” o “motochorros”.
Creo que alguna vez me los crucé, pero con un simple ademán de cabeza alcanzó para la formalidad.

Pero, como todos los cuentos, siempre tiene un final.
 Un día los “reyes magos”, tenían una entrega extra, de “regalos” en Belén.
 Para ser más exactos en Belén al 100, frente a las vías del Sarmiento.
Al parecer era un buen cliente y si bien el horario era extraño, los “reyes magos”, cruzaron al oriente siguiendo su buena estrella. Según cuentan tenían un proyecto de pequeña PYME, mezcladora y diluyente, independiente y naciente entre manos, y como les contaba, creían que su  estrella los acompañaría un vez más. Y cruzaron al oriente.
Lo cierto, es que allí, los esperaba inesperadamente José.
 Un duro viejo carpintero, exiliado a las patadas, del norte hambriento, y que la vida lo había llevado a construir una suerte de pesebre precario en el terreno entre la pared y las vías. Entre chapas y maderas, José, no tenía nada. Solos  algunos colchones viejos entre pajas, alguna manta raída y algo de madera húmeda para el fuego. Una choza en plena ciudad.
 Vacío, conservaba, algunas oxidadas y carcomidas herramientas, de su antiguo oficio, que le servían para alguna changa barrial y los clásicos y fieles animales huesudos que siempre acompañan a los hombres en las malas. Nada más.
Salvo un hijo, muy querido y perdido. Un pibe, aun tibio y azul envuelto en una sabana sucia, con los pulmones infestados de raticida mezclado y diluido con yeso,  fósforo de tubo  fluorescente y naftalina. Ya sin tiritar, y con los ojos blancos y ciegos.
 
 Los “reyes”, confiados bajaron con los “regalos” prometidos.
El primero en caer fulminado por un martillo vengador, fue el negro de campera militar y dreadloks. Cayo seco y pesado, como una bolsa de papas.
 Se había metido en el pesebre confiado y  sin  casco, y el certero mazazo llego de la nada. El petiso, con cara de malo, atónito, fue el blanco de un botellazo certero, que se le filtro entre la visera del casco y lo arrodillo tras el vendaval de patadas precisas. Y ya fue tarde para la reacción, los huesos se quebrantaron chasqueando al unísono. El gordito zafó, ya que nunca se había bajado. Y, sin más y a las apuradas, sacó al “camello rumiando profundo y esforzado, entre matorral y barro, a las apuradas. Y así  se perdió como pudo profundo en el desierto. Para siempre.  

Cuando por fin el huracán cesó, cuentan que pateó a la calle, fuera de Belén a lo que quedaba de los “reyes” y los escupió con una furia vengativa, y luego delicadamente  solo cubrió con una frazada al cuerpo frío de su pibe y lo besó en la frente. El pibe ya no estaba.
José, el viejo carpintero, se  sentó frente al recuerdo inerte y perdido solo esperó.
Esperó un milagro.

Los poli tardaron algo más de una hora en llegar, junto con la ambulancia. Y allí lo maniataron sin dificultad. Sin resistencia.
Les costo algo despegarlo de la sillita. Pero nada más.
Mientras lo arrastraban, su mirada seguía fija en la frazada allí en el piso. Seguía allí esperando el milagro.
Pero como por aquí, por el sur, andamos medios escasos de milagros, nada sucedió.

Y allí en Belén una tarde noche, más exactamente Belén al 100, la leyenda de los “tres reyes magos" llego a su fin y se transformo en cuento. Un cuento para niños y no tanto.     

 

q ves cuando no ves?


Y aqui el pasaje hacia el pasado, solo para refrescar la vista. y volver atras un ratito. 


  

viernes, 18 de octubre de 2013

La sangre entre mundos. (final agregado a pedido de muchos, muchos)

Parte tres y final-( agregada a pedido)-

Por alguna razón, esa tarde no pude detenerme.
 Venía con el tiempo justo. Y de todas maneras él seguía allí tendido como casi de costumbre.
Solo la “nueva” pintura saliendo de la pared blanca, el graffiti, me parecía algo extraño. Pero como el arte en las paredes siempre me pareció maravilloso, simplemente seguí de largo.
La moto comenzaba a toser, y cuando eso pasa, el mensaje es claro. A “boxes”, sino el lunes, sería un día de trabajo perdido.
Lo cierto, es que el fin de semana pasó sin sobresaltos.
Mi equipo de fútbol volvió a perder, el asadito para cuatro se convirtió en asado para un batallón, gracias a mi mujercita y  la plata juntada en la semana mágicamente se esfumo en dos o tres cositas. Así seco, comencé la semana cuesta arriba, como siempre.
 Con mil deudas y en cero.
El lunes le metí como loco todo el día. Tanto que ya ni me acordaba del “cazador” y los monstruos. Tenía mis propias batallas por pelear.
Pase, todo el día como endemoniado posteando de un lugar a otro de la ciudad, esquivando “boludos y polis”,que como siempre van por la que te ganaste.
Por la noche bien tarde, ya en casa y con mis hijas mayores ya durmiendo, mi mujer me dice.
-         Ocúpate del chiquito. No se que vio en la tele y anda asustado. Tiene miedo a los monstruos. Dice que lo van a comer a la noche y que solo se duerme si vos te acostas con él. Dale apúrate, contale un cuento como siempre y tirate que si te quedas dormido te levanto y aprovechamos para cenar juntos.
-         Ok, subo. Le dije y subí a la segunda planta de casa, donde “el demonio de ojos azules”, mi cachorro mas chico, el de cuatro años, miraba la tele metido en la cama y tapado hasta los ojos, con todas las luces prendidas.
-         Menos mal que llegaste. Ni loco duermo hoy solo. Me dijo al toque.
-         Que pasa “Pucho”, a que le tenes miedo esta vez.
-         A los monstruos y a la oscuridad. Ni loco duermo solo esta noche, quédate conmigo.
-         Mira que los monstruos no existen, no te preocupes. Le dije auto convenciéndome.
-         Para vos! No existen, pero estoy seguro que sí. No te vayas por favor. Me suplico.
Le sonreí, me saque los borceguíes y me tiré a su lado, a bancar “Disney junior”
Apagué la luz y fundido como estaba me planche antes que él. De todas formas y apretándome la mano como una garra, se durmió a los quince minutos; y mi mujer llegó al rescate.
Cenamos ligero, ya que mi mente “fumaba”.
Mi mujer no paraba de hablar y mi cabeza estaba en otra.
El “borrego” me había llevado nuevamente al “cazador”, y para ser francos a esa altura ya no estaba tan seguro con mis pensamientos.
He creído tantas idioteces en mi vida, que una más no seria tan grave. Aparte escuché a cada uno….
 Mientras mi mujer levantaba de la mesa, me prendí un cigarrillo digestivo y me dispuse a ver la televisión. Pero mi cabeza flotaba.
-         Dale, saca a pasear al perro, que no salio en todo el día y te vas a dormir. Mañana empezamos temprano. Bramó mi mujer desde un rincón.
Me pare como un soldado. “Lemy”, mi ovejero alemán, se desenrosco de su siesta como un rayo, y a duras penas le puse la correa.
Como un buey arrastrando un carro, volé a la calle. Y lo subí a la camioneta.

Corrió como endemoniado por la plaza, mientras yo fumaba apoyado en el guardabarros de la camioneta.
Fumaba y pensaba.
Monstruos, cazadores, mundos paralelos, deudas a cobrar y la sangre chorreando de un mundo al otro y yo encima sin un peso encima.
¿Podía se cierto todo aquello? ¿O solo era victima de mi ingenuidad infantil o de su borrachera añeja?

La plaza vacía y solitaria.
Algún que otro gruesito arrepentido dando vueltas con la lengua afuera, como mi perro, y dos o tres “duritos” durmiendo en medio del pajonal mal cuidado. Nada raro. Poca luz tambaleante y amarilla en un faro sobreviviente, y unos pibes transando “merca” sin disimulo, en moto  por el medio de los juegos para chicos.
Todo a media luz, como el tango.
De pronto,  la esquina detrás de mí se ilumino como si fuese el día.
Cuatro coches enormes, de   un lujo total y de brillante negro estacionaron. Apagaron sus luces perforadoras de xenon, y algunos gorilas, almidonados bajaron le despejaron el camino a dos gordos trajeados, con pinta de “servicio”, que bajaron panzones y risueños y se sentaron a tomar algo en las mesitas para jubilados. Unos finos vinos en copas de cristal. La verdad es que eran raros.
Creo que me echaron un vistazo, pero no estoy seguro. Pero me intranquilizaron y me sacaron de mis pensamientos.
Lo cierto es que los pibes-transa rajaron como ratas y algún que otro apolillado del pajonal, también se despertó y rajo.
Yo por las dudas, agarré al can y silbando bajito volví a casa.
Basta de cosas raras por un tiempo. Al sobre.


La pequeña muchedumbre, se apretujaba asqueada pero entrometida, entre la policía, las cintas amarillas de limitación y algún que otro periodista mala-leche.
Ya lo había notado a media cuadra, cuando el rojo del semáforo me freno en Av. San Martin y Jonte. A metros de las seis esquinas.
Como pasa en estos casos, la gente mira boba, y sigue.
En la esquina, muchos azules, gorditos ellos, parloteando.
Las viejas asombradas, los pibes del box, asomados, el periodista mala –leche inventando su historia rutilante.
A mitad de cuadra, bajo el dragón grafiteado, un cuerpito chamuscado, calcinado a fondo.
Paré la moto y escuche de refilón.
“ NN, acuchillado y calcinado, se solicita traslado a la morgue judicial.

Un poli le decía al otro.
-         Esperemos que no empiecen a prender fuego a indigentes como en Europa. Sino flor de quilombo se viene.
-          Ojala, sino que de laburo vamos a tener.
Una vieja de ruleros le hablaba a una gorda de chancletas y camisón, que angustiadas susurraban.
-         Los que hicieron esto son unos monstruos, no pueden ser humanos.¿que pensaban que le iban a robar, si este no tenía nada.
-         Tenes razón Chola, era medio malo. Pero no se lo merecía. Nadie se merece estos, ni el peor de todos. Seguro son unos monstruos.

Yo sabiendo lo que había pasado simplemente mire un rato más, y arranque.
Hasta que otro vagabundo se me acerco de la nada y me cuchicheo.
-         La sangre se paga, en este o en cualquier mundo.
Lo mire buscándolo. Pero se había esfumado en la nada.
Cuando salí de la sorpresa, un coche negro brilloso y lustroso me cruzó.

La ventanilla de atrás se abrió eléctrica y un canoso con oscuros lentes polarizados, engominado, lleno de anillos y perfumes me miro firme. Parecía un político o empresario. No se, quizás alguien de la tele.
-         Pibe, quédate tranquilo. No es con vos. La sangre siempre se paga, en este o en cualquier mundo, solo que aquí a los monstruos jamás  nos cazan, ni podrán porque no existimos.  Aparte aquí nosotros mandamos.
Sin más chillaron las gomas y desapareció.

.
Volví a pasar dos días después, más por temor que por casualidad.
La pared lucia blanca por completo, bien limpia, ya la habían pintado nuevamente.
La puerta cerrada. Para siempre?
Me acorde al momento de mi chiquito y su temor.
A la noche, nuevamente dormí a mi “pichón” de la mano. Aun le teme a los monstruos.
Y  la verdad…..un poquito yo también





     

jueves, 17 de octubre de 2013

La sangre entre mundos.

A ver…, como empezar.
La siguiente es una historia rara, un tanto sobrenatural. Quizás extraída de algún cuento infantil, o de alguna historia medieval.
Crean lo que quieran, pero a veces las cosas no suelen ser como parecen. Aquel que quiera creer, bienvenido sea, aquel que prefiera reír, es igualmente bienvenido, sacarle una sonrisa a alguien siempre viene bien.

Lo cierto, es que lo había visto ya varias veces merodeando entre los autos, que frenan allí. Entre las calles Juan A García y Donato Álvarez, la calle de las seis esquinas.
Para ser un mendigo, un vago de la calle, el tipo era bastante agresivo.
La verdad es que estoy acostumbrado a observar a los vagabundos, y en general son personas humildes, modestas y agradecidas. Siempre avergonzadas, pero con una mueca de falsa felicidad brotando a la fuerza de entre sus labios azules y secos. Son seres extremadamente transparentes y con una carga de derrota que los hace bondadosos y con una ternura amarga.
Cuando piden, son sencillos y frágiles y cuando no reciben en general se mantiene incólumes, como estatuas griegas y en silencio se marchan. En una paz inexplicable.
Este, por el contrario, era lo contrario.
No es que fuese un hombre pendenciero por demás, pero tenia una forma  perturbadora  de pedir. Mucho ademán brutal, mucho gesto ampuloso, mucha frase lanzada al aire, a los cuatro vientos.
Es más, según cuentan, había tenido un par de altercados con los muchachos que practican boxeo en el gimnasio que justo queda enfrente; e inexplicablemente siempre había salido bien parado. Hay una especie de mito, que dice que una vez hasta sacó una espada y amedrento a varios jóvenes, pero eso es solo un mito.
 Pero volviendo a aquel día.
Ni bien llegué  las seis esquinas, lo vi ahí. Inmóvil, de espaldas a la calle, en patas, con la mirada fija en una pared blanca de la vereda, una especie de casona abandonada con las ventanas y las puertas tapiadas con ladrillo.
Los coches, conocedores del personaje, esperando el verde del semáforo bien alejaditos. Acurrucados contra el cordón opuesto. El miedo no suele ser zonzo.
Estacioné de la moto, luego de rodear la esquina y me bajé.
El tipo ni se inmutó por mi presencia a unos escasos tres metros.
Entonces, ensayé mi jugada más clásica.
Me senté haciendo equilibrio en la moto "clavada" y como si nada prendí un pucho.
Pasaron dos o tres minutos, y el tipo que embrujado miraba la pared blanca, notó mi presencia, como un puma presiente a su cazador, y antes que me diera cuenta se me vino encima con sigilo pero con decisión.
- ¿Queres un cigarro? Lo anticipé velozmente, sabiendo por experiencia que era una carnada apetecible.
  El tipo freno como impactado por un rayo, y asintió con un tibio movimiento de cabeza.
El pez ya estaba en el anzuelo, ahora solo había que tirar de la caña.
Me extendió la mano para hacerse de fuego y ahí nomás noté algo inusual.
Sus brazos eran fibrosos y fuertes, algo rarísimo en un vagabundo. Estaban marcados por miles de tatuajes extraños y cruzados de extremo a extremo, en todas las direcciones por cicatrices desparejas, bien y mal curadas.
Le hice un rapidísimo examen y también noté que le faltaban algunos dedos de los pies y manos.
Pareció no importarle.
Le pego un fuerte pitada al cigarrillo. Y de entre su barba blanca, amarilla y sucia, me lanzó sin piedad.
- Son cicatrices de batalla, pibe!! No creo que vos sepas que es eso. Sos un tiernito. No creo que tengas una cicatriz en todo el cuerpo, si todos ustedes están hechos de seda. Son todos unos debiluchos. No saben nada. No son nada.
Acto seguido se me quedo mirando fijo, con cara de loco.
Sonreí, irónico.
El tipo se bloqueo, no lo esperaba.
 Quizás suponía que me echaría a la fuga, como todos, o que lo increpara o vaya a saber que.
 Lo cierto es que se quedo clavado.
-         No, no tengo cicatrices de batalla. Me caí una vez del balcón de casa y otras tanto de la moto. Tengo algunas cicatrices pero no de batalla. Le dije y rápidamente agregué.- el que tenía cicatrices, y más que vos era mi abuelo. Él manejaba tanques en la segunda guerra mundial, peleaba para el ejército rojo y más de una vez lo sacaron medio calcinado de adentro de un tanque, y para colmo se comió un par de años como prisionero de guerra en campos de concentración , así que también estaba tatuado. Él si que tenía cicatrices de batalla.
La extrapolación le gustó, se relajó un tanto.
Olfateo, mi falta de miedo.
-         Sabes que pasa pibe. La mayoría de los “boluditos” que andan por acá son machitos de guardería. Y los que no, son miedosos como conejos.
De pronto, vaya uno a saber porque el tipo me tomó una especie de confianza.
Sí te sirve… te cuento de mis cicatrices.

Pescado, lavado, pelado y listo para la parrilla.

-         Bueno. Te la voy a hacer corta y seguime, aunque no me creas. Aunque antes, anda a la esquina, a lo de los chinos y tráeme un cartoncito de vino. Así recuerdo mejor.

En un segundo estaba de vuelta y esperando a que termine de insultar a una piba que del susto cruzaba en rojo. 
-         OK pibe, escúchate esta historia, que no te la vas a olvidar.
-         La escucho.
-         Aunque vos no lo creas, este no es el único mundo que existe. Hay miles de mundos que comparten un mismo espacio, un mismo lugar. Pero cada uno ocupa otra dimensión.
“Lindo loquito me toco esta vez”. Pensé mientras intentaba seguirle el hilo.
-         El tema es que nadie aquí lo sabe. Salen a buscar fuera del planeta y nadie toma en cuenta el tiempo, todos piensan en la variable distancia. Para hacértelo más claro. Es como que todos los mundos se encuentran apilados uno sobre el otro, pero en distintas capas, como una torta de varios pisos. Bueno…yo vengo de uno de esos mundos, y te puedo decir que hay decenas apilados unos sobre otros. Conectados por puertas casi invisibles y escondidas. Un mundo donde magia y ciencia son lo mismo. Bastante brutal, pero más civilizado que este. Solo teníamos un problema. Los monstruos. De todo tipo y tamaño. De enormes fauces o virulentos y venenosos. Marinos y terrestres. Hasta pequeños pero inofensivos, pero de aspecto horrible. Y como los humanos somos humanos en todas las dimensiones, el temor pudo más. Y ahí entre yo. El mejor cazador de monstruos de todos los mundos.

Todo hasta ahí me había parecido ridículo. Pero lo de los monstruos era ya una exageración. Aún así y con mi cara de “no creo nada” el hombre continuo.

-         Y si, sabes una cosa? Yo era cazador de monstruos. El mejor cazador de monstruos de todas las eras. Era, realmente invencible. Demoledor y certero. Un verdadero carnicero. Hasta me animo a decir que  el olor a sangre me estimulaba más. Asesiné en el mar, en la tierra y hasta en las montañas. Donde sea que hubiese una criatura distinta. Lo más brutalmente posible, para que todos lo sepan y se corra la voz, que "el jefe" de todas las criaturas había pasado por allí. Mi marca personal eran los rastros de sangre  viseras diseminadas, un advertencia a futuro. Y así,  con el tiempo comencé a matar por placer. Yo mataba y ellos iban desapareciendo cada vez más. Aún a aquellos que no lo merecían. Yo iba por ellos aunque nadie me lo pedía, un soldado fiel. Y con el tiempo escasearon entonces  llegue a cazar hasta crías y hembras embarazadas. Nadie podía ni intentaba detenerme, por temor o veneración. El olor a muerte y la adrenalina eran mi comida y mi razón. De cazador pase a asesino, y de héroe a villano. hubo verdaeras y monstrusosas masacres, bien a mi medida. el hedor a muerte lleno cada mundo, cada confin. Y entonces lo inexplicable para mí, un día, no se porque, dijeron basta. Se cansaron de la sangre, de los gritos del dolor ajeno.  Y yo  no pude parar, no podía detenerme, esta en mi A:D:N,  era el monstruo que ellos habían aplaudido y amado. Me alimentaron asi.  Los cobardes, los debiluchos me exiliaron al único mundo, en donde los monstruos son in-cazables, me mandaron para aquí. Una noche oscura, me engañaron y me pasaron por una puerta que solo abre hacia un solo lado y me metieron para no dejarme volver ya nunca más.  Al mundo más toxico de todos, donde los monstruos casi nunca parecen monstruos. Donde los monstruos tiene sonrisas brillantes y hermosos trajes, dientes blancos y pulcros, y donde son imposibles de cazar. Donde no parecen monstruos. El mundo de los monstruos sin monstruos.  Prefirieron lidiar con los monstruos a lidiar conmigo. Una cuestión de balance, dijeron falsos. Y aquí me ves. Mirando a esta pared blanca, a etsa puerta cerrada, todos y cada uno de los días, para ver si se abre y puedo volver a cazar, es que extraño el olor a sangre y aqui los monstruos son inalcanzables. Algunos humanos que han pasado, que fueron castigados por otras razones me dijeron, que los monstruos se reagruparon que crecieron en cantidad y ferocidad, pero aún así los prefieren a ellos que a mí. No lo puedo entender, dicen que es parte de la naturaleza y de mi naturaleza, pero yo no les creo. Son cobardes.

Yo seguía callado atento y en silencio, dándome cuenta que el vino barato hacia efecto rápido, pero no quería faltarle el respeto ni desatar su ira ebria. De todas formas de un rato a otro me iba a ir, y el hombre pasaría a ser historia sin mención alguna en mis cuentos.
-         Solo una cosa te aseguro pibe. Agregó. La sangre se paga, y aunque me veas como un menesteroso, soy de raíz  cazadora noble y cada cicatriz es una medalla. También lo se, lo tengo claro alguien en algún lado busca venganza, estoy seguro que en cualquier mundo, en cualquier plano, se paga todo, aunque no estoy del todo seguro  sí en este es así. Sin embargo, y aunque no lo creas, a veces siento que raspan, que arañan la pared desde el otro lado. Siento mordiscos y gruñidos. Golpes y cornadas. Estoy seguro alguien viene por mí, y lo estoy esperando. Para cruzar o para morir. Prefiero morir dentro despedazado y luchando, que vivir como una alimaña  arrastrada aquí. En tu mundo con monstruos in-cazables. Casi ni duermo, y cuando lo hago estoy atento, salvo que me pegue el vino o el paco, y si me encuentran dormido, mejor. Sin dolor.
Le dio un trago final y enorme al cartón. Y casi limo los bordes con su lengua.
-         Pero quédate tranquilo, a este mundo no pasan los monstruos. Le tienen mucho miedo. Aquí los monstruos son mucho más poderosos y, ellos son monstruos pero no imbéciles. Tu mundo es monstruoso realmente, aunque finjan no verlo o los adoren como dioses.
El tipo se dio media vuelta y nuevamente, se quedo fijo mirando a la pared blanca. Luego se recostó sobre  un cartón, y rojo de vino, se desplomó.

Me fui sabiendo que un loquito borrachín más, había pasado por mi vida. Nada para contar en un cuento.

Solo un par de día pasaron y otra vez pase por las seis esquinas. Ya de tardecita casi noche.
 Me había olvidado por completo, cuando desde una extremo sentí un ruido brusco casi un gruñido gutural. Pensé que era un perro atropellado o alguien que había sido asaltado, pero súbito recordé y mire a la pared blanca, que ya no era tal, donde dormía ebrio el cazador.

 Seguramente alguien se cobraría una deuda esa noche


  




q ves cuando no ves?

sábado, 12 de octubre de 2013

Donde viven los monstruos.


Hoy me desperté algo dolorido.
Es que la noche se me hizo muy larga esta vez, mucha corrida, mucho escape.
Es más creo que perdí algún diente, por ahí.
El ultimo emblema que piqué y me fumé mi hizo mal. O era e mala calidad o ya no me pega como antes.
Es que se me hace difícil comprar un “paquetito” en la calle. Esta faltando y la poli anda cazando pibes, aparte todos me miran raro, es que estoy algo mas grande y yo, ya no doy tanta lastima, los chiquititos levantan mucho más, creo que las personas están asustadas.

 Carlitos, el pibe de la placita fea, me enseño como afanar los emblemas de los autos y como picarlos bien finito para enrollarlos y fumamerlos.
 Es bien fácil, le meto un palito chiquito y con el cuchillito que siempre llevo encima, le hago palanca y sale. A veces se me rompe, pero que importa, ¡si igual yo lo uso para otra cosa! Entonces con el emblema una vez afuera, lo meto en la lata que tengo en la mochila, lo prendo fuego y cuando se derrite y endurece, lo machaco bien chiquito, casi como arroz y después lo envuelvo en papel y listo para fumar y salir volando. Aparte, me saca el hambre.
Entonces me transformo en Superman, y vuelo de acá para allá como un superhéroe, la verdad es que mete una pila fenomenal, sí hasta me boxeo con los pies mucho mas grandes y a veces les gano. Ellos andan en banda, pero a mí no me importa mucho. Son cagones que no pelean bien solos, pero como son muchos se agrandan y a los más chicos siempre nos rapiñan todo.
El “Granudo”, que vivía en mi mismo barrio, a unos ranchos del mío, es bien turro, pero se hizo el loco con unos pibes grandotes. Quiso afanarse una carterita de un auto, que estaba con las ventanas algo bajas y los que lo vieron, unos tipos que eran enormes, lo molieron, como a los emblemas que fumo. Creo que esta en el instituto o en el hospital, y la verdad es que se lo merece. Por puto y traicionero.
La verdad es que no me acuerdo bien que hice a la noche, pero duele.  Cada vez que me transformo, me convierto, pero a la mañana ya no me acuerdo, cada vez me acuerdo menos.
La ultima vez, “Vero”, la piba que se me pegó no se porque, me contó que estuve divertido. Que nos colamos en un baile y que baile como loco y que después seguimos fumando y que me afané algo de un kiosquito, no se.. unos alfajores, y que los comimos todos. Por eso me dolía la panza al otro día, de tanto comer chocolate.

La verdad es que no me gusta afanar, me da miedo. Por eso, solo lo hago cundo me convierto. Creo que mis viejos están “guardados” por chorear, pero hace tanto que no se nada de ellos que ni me importa.
Por lo menos la noche se pasa rápido y no me aburro como en el día.
Que se yo… me la paso por ahí sin saber que hacer.
A veces solo me tiro en algún lado para reponerme. No se, no me gusta hacer nada en especial.
Miro a las pibas salir de las escuelas con uniformes, tan lindos, tan limpios. Todas iguales.
 Hay una medio rubia, medio pecosa, que me vuelve loco. Siempre la espío cuando sale de la escuela con las amigas, se nota que es la “jefa”, porque todas la rodean siempre y se ve que recibe mensajes todo el tiempo porque ni se despega del celular. Una vez los pibes más grandes las afanaron. Yo los vi, les salieron de atrás de un auto abandonado, por el pasaje, y las pibas que andaban re-distraídas con los teléfonos casi se mueren y terminaron todas llorando. A Vero, le pareció divertido porque ella las odia, a mí me dio lastima, en especial por la rubia, quise defenderla pero me dio miedo. Es que solo soy “Superman” de noche. Después de fumar.
Por las tardes, me paro a la salida de “Mc Donalds” y alguien siempre me tira algo, unas papas una hamburguesa, o sino me tiro un rato en la puerta de algún súper y hasta que me echan hago unos pesitos. Casi todos los días son iguales.

Un día me paso algo muy pero muy raro.
Andaba tirado en la puerta, medio tumbado. Había fumado mucho y como no había comido, la cabeza me daba vueltas sin parar.
Me tire a tomar sol, en la puerta del supermercado “Coto”, un ratito. Al toque llego Vero a molestar, pero ni bola le dí, es que me dolían los ojos, y se fue enojada para el lado de las vías donde para con otros pibes en un rancho de chapas. Ella empezó a fumar de día también.
Siempre se me acercan tipos raros,  me invitan caramelos o chocolates, pero les desconfío, tiene la mirada rara, no se.. como tramposa. Me invitan a ir con ellos no se donde, pero yo no voy porque me asustan. Son demasiado buenos, eso es raro. Aparte Vero fue un par de veces y siempre vuelve llorando, aunque traiga algunos pesos para la noche.
Esta vez fue distinto, el tipo estacionó una moto gigante, dejó el casco colgando y como si me conociese me pidió que le cuidara la moto y el casco.
Yo me paré y se la cuidé.
Al rato volvió, me agradeció y me dio diez pesos.
Casi me muero, cuanta plata junta!!
Me dijo que mañana iba a volver y que siempre que lo vea, me acerque a cuidarle la moto.
Yo  estaba re-contento, nunca había tenido tanta plata junta de golpe.
A la noche, compré y fumé algo mejor. Le compré a “Peto”, él busca de las vías, una bolsa grande y me convertí en un superhéroes con más poderes que nunca.
Al otro día, fui directo a la puerta del súper, y como a las dos horas cayó el tipo.
Como siempre, se bajó, me hizo unas señas y yo, rajando corrí a cuidarle la moto. Esta vez, como el otro día, me dio la plata y aparte me pregunto si necesitaba algo.
Yo tenía sed así que se lo dije y me compro un juguito.
Vero, le desconfía. Pero a mi me parece una buena persona. Ella no le cree a nadie.
Aparte, charlamos un rato.
Le conté que me llamo “Tito” y tengo nueve años, y que siempre ando por acá, le dije que a veces voy por las vías el tren, que paro en un vagón abandonado con muchos pibes, y que no tengo un lugar fijo. Le explique que Vero es buena pero molesta y que a veces me hace compañía.
Me preguntó por el colegio y le conté que desde que me rajé de casa, no volví más, y que solo llegué a tercer grado.
Eso no pareció sorprenderle y me preguntó sí sabía leer. Yo le dije que algo sabía pero que me costaba y que no me gustaba. Eso le divirtió. Le conté de las chicas del colegio, esas con uniforme y pollerita verde, de la rubia. 
Él también me contó algo. Que iba, como yo, por todos lados, y que cuando anduviese por acá, yo siempre le iba a cuidar la moto. Que un día me iba a llevar a pasear.
Lo que más me gustó es que no preguntaba nada raro, hasta era bastante callado.
También me dijo algo que no me gustó, que de vez en cuando pasaba por ahí pero no siempre. Eso me puso algo triste, pero que le voy a hacer.

Pasaron un par de días y no apareció, como me había dicho. Yo ya pensaba que no iba a venir más, pero un día, tipo tres de la tarde llegó.
Tiró la moto rápido, me hizo una seña y cruzó.
Cuando volvió, se me acerco, me dio la plata y sacó de su mochila un paquete.
En el paquetito, había un librito.
Yo me sorprendí, pero el tipo me dijo y prometió que si lo leía me iba a traer un premio.
La verdad es que a mi me cuesta mucho leer, así que con vergüenza se lo dije.
No se sorprendió.
Agarro el teléfono, llamó a alguien y dijo que iba a llegar tarde, que la moto se había roto.
Le mintió. Yo me sorprendí, la moto estaba buenísima.
Nos sentamos en el cordón de la vereda, y ahí nomás me leyó las primeras páginas.
La gente miraba.
Estaba buena la historia, era de un chico, como yo, que se escapa y se va aun lugar lleno de monstruos.
Max. se llamaba el chico del cuento.
Me lleve el libro y le prometí intentar leerlo.
A la noche, no fumé. Prendí una velita, y mientras Vero fumaba y salía con un señor que la llamaba, comencé.
“D-o-n-de   v-ii-v-en   lo-sss    mon-s-tru-os”. Decía el titulo.

Tarde casi cinco mese en terminarlo, a veces me trababa con una letra o no entendía algo, pero era divertido y también tenía muchos dibujos, así que parecía más corto, y yo para ver los dibujos que venían me apuraba a leer.

 El tipo siempre que me veía me preguntaba y yo no quería fallarle. Aparte tendría un premio.
 Todos los pibes se reían de mí, pero eso no me importaba. Estaba bueno el cuento, y encima me parece que las letras se me acomodaron y que me salían mejor.
Iba con el libro en la mochila todos los días y siempre leía aunque sea un pedacito, aunque sea chiquito.
El día que lo terminé fue el día más feliz de mi vida.
 Era de noche y llovía mucho así que todos los chicos dormían en un vagón abandonado al costado.
 Los desperté a todos y me abrazaron, me convertí en el rey, igual que Max, el del cuento.
El rey de los monstruos.
Lo esperé, pero llovió toda la semana.
Cuando vino y le conté. Me abrazó.
Me dijo que lo espere mañana al medio día que me traería el premio.
Y cumplió.
Fuimos a una juguetería, me compro un juego electrónico con mil jueguitos, después entre a Mc Donalds y elegí dos hamburguesas raras, con huevo y cebollitas y todo tambien me senté por primera vez a comer en las mesas, y entre a jugar al pelotero, que tiene más juegos que cualquier plaza.
Cuando terminamos, el tipo me abrazo de vuelta, y nos sacamos unas fotos con su celular.

En el vagón los chicos estaban esperando.
 Les mostré el juego y hasta les compartí unas papas que me compre a propósito para ellos.
Todos a mi alrededor.
Les conte de la jugueteria y de todas las cosas que habían allí, les conte del pelotero y de cuantos gustos de hamburguesas que hay y tambien del super helado de chocolate, dulce de leche y confites que me comí.

 Ellos estaban sorprendidos.
 Todos reunidos en circulo y yo en el medio contando.  

Por primera vez, yo era el “rey de los monstruos”

y si......


A veces los cuentos tienen final feliz.







q ves cuando no ves?