Sí mal no recuerdo
era un sábado de verano por la noche, de los calurosos. Y para variar
deambulaba sin sentido por la ciudad.
La gente revoloteaba infame, los ebrios comenzaban la
cuarta vuelta y las putas gastaban sus extraños encantos en personajes como
mínimo sospechosos.
Regresaba de una noche de amigos y rock por Flores, sin
sueño ni sueños, acalorado y sin tener donde ir.
Lo cierto es que
ni bien vi el cartel, un tanto sucio y francamente desteñido, por alguna razón me atrapó. Pasa, eso a veces
pasa.
“After
life, ¿qué recuerdo te llevarías de la vida?”
Compré mi entrada en plena trasnoche ajada de una resaca
por venir y entré; no sin antes
preguntarme que hacía en plena juventud entrando a un cine a ver una película
japonesa de antaño en vez de meterme en un cabaret. Pero bueno ahí fui. Solo,
acalorado e insomne.
“Siéntate hijo mío. Sé que estás aturdido pero no te
preocupes estás donde debes estar, frente a mí. De cara al creador de todo. Sí hijo
soy yo, tu dios. El único, el principio y el fin, el destructor, el autor, el
magnánimo. Todo y nada.
Pero tranquilo mí
inmóvil y asustado niño, todos esto es fantochada exagerada. Tú puedes decirme
simplemente, padre.
Por mucho tiempo te he estado observando, y debo
confesarte que eso es algo que no suelo hacer con frecuencia.
A pesar de amarlos
a todos por igual mis hijos son incontables y no todos interesantes. De hecho
muy pocos lo son. Y no es algo triste, es así, sin vueltas. Pero como decía,
solo algunos me hacen girar, enfocarlos
especialmente con mi luz y seguirlos con curiosidad. Solo algunos reciben mi
atención exclusiva. Es un pequeño, puñado al que personalmente observo con
atención. Y eso, debo decirte, no es ningún merito.
Hay algunos
simplemente que los vigilo por esa maldad tan exacerbada que sorprende. Otros
por sus desarrollados instintos, como los cazadores destacados. Muchos por esa
desconocida sensación de trascender, que ni yo puedo explicar, y un pequeño
grupo por su increíble capacidad de destrucción. El resto, y como te he dicho,
solo transcurren fuera de mi interés. Y no está mal que así sea. La vida es un
regalo y cada uno hace con los regalos lo que le plazca. Disfrutarlos a pleno,
abandonarlos en algún armario antiguo, usarlos, regalarlos otra vez o
ignorarlos. Son elecciones, y el libre albedrío es mi ley mas amada.
Ahora, querido pajarillo atemorizado, esto no significa
que estén fuera de mi amor, ya te lo dije, los amo a todos por igual, ni más ni
menos. Ellos, la mayoría, solo están por fuera de mi radar, no de mi amor. Por
decirlo de alguna manera.
Después de todo, soy ya un viejo padre cansado.
Pero déjame volver
a ti. Después de todo es a ti a quien le hablo, a uno de mis más díscolos
muchachos. Al buscador, a él le hablo.
Debo de decirte, y en cierta forma sincerarme, que no me
habías llamado la atención. No mucho más que el resto. Eras un buen niño, buen
muchacho, un buen ser humano. Nada fuera de lo común. Una criatura bendecida
por mil virtudes como la inteligencia o la belleza. Pero hay cientos bendecidos
de la misma manera y la verdad no he notado nada raro en ello.
Te coloqué en una buena familia, sin problemas. Fuiste amado arropado, aconsejado y también confundido. Y así viviendo. Aceptando, ganando y perdiendo. Nada extraordinario.
Te coloqué en una buena familia, sin problemas. Fuiste amado arropado, aconsejado y también confundido. Y así viviendo. Aceptando, ganando y perdiendo. Nada extraordinario.
Pero un día te noté. Ahí. Parado, mirando a todos como sí
no te pertenecieran. Extrañado. Esquivo. Sin una gota de maldad, ni odio, ni
siquiera de envidia. Allí estabas ido. Arrancado y curioso. Tan fuera de lugar
como dentro. Perteneciendo sin pertenecer. Extrañado en tu propia lejanía.
Inquieto
comenzaste tu búsqueda, y atónito yo comencé a seguirte. A enfocarte con mí haz
de luz personal. Eras joven y ese ímpetu inicial hasta sonaba lógico.
Primero hurgaste tu búsqueda en la música, y yo te doté
de virtud para ello, pero no. No buscabas la nota ni la melodía perfecta. Estremecer
o fulgurar. Buscabas algo más. Y lo dejaste cuando podías haber sido una
estrella.
Pronto viraste a las artes, y nuevamente te di virtud
para ello, pero allí no encontraste nada. Te pareció un mundo demasiado frió.
Un lugar solitario y los buscadores siempre necesitan pistas.
Aunque las ciencias no eran lo tuyo, de todas formas
escarbaste. Historia, lógica, filosofía, pero nada. La exactitud de los
sistemas te pareció algo estúpido. Y tu hambre creció.
En algún momento supuse que saldrías a los caminos, que
te perderías, que abandonarías todo y te irías a pertenecer al mundo, a ser un
nómada, un errante que busca. Pero para mí sorpresa te estableciste.
Engordaste, te conformaste en el dinero, el confort o solo en un cama caliente.
Y por un tiempo te quedaste en ese lugar finalizando eso que buscabas.
Tu cabello comenzó a pintarse de blanco, tus manos a temblar, y tus ojos a helarse. Y pensé que era el final, pero nuevamente me superaste. Y esa vida, ese sopor extrañamente amable era un eslabón más. Debías hundirte y buscar en la conformidad para no encontrar nada. Escapaste y saliste al camino otra vez.
Tu cabello comenzó a pintarse de blanco, tus manos a temblar, y tus ojos a helarse. Y pensé que era el final, pero nuevamente me superaste. Y esa vida, ese sopor extrañamente amable era un eslabón más. Debías hundirte y buscar en la conformidad para no encontrar nada. Escapaste y saliste al camino otra vez.
Entonces decidí intervenir y te puse a prueba. Coloqué en
tu camino pequeñas piedrecitas, esas que te hacen tropezar pero no caer. Esas
que minan tu paso. Aquellas pulgas que molestan pero no hacen daño. No busque
una gran prueba, eso hubiese sido fácil. Te hubieses derrumbado o te hubieses
vanagloriado. No mi querido buscador, nunca busqué estremecerte, solo
complicarte las cosas un poco. Y seguiste buscando. Vicios, humo, alcohol,
tampoco allí. Como todo, la podredumbre te enseñó pero nada más.
La fe, el último refugio del hombre asustado tampoco te
sirvió. En la doctrina, sea cual fuera, y vaya que escarbaste ahí, tampoco
encontraste nada. Solo una pequeña envidia boba hacía aquellos que felices me
encontraron.
Amado hijo mío, a ti se te acababa el tiempo y a mí las
opciones. Hasta que un inesperado día creí que lo tenías. Que estaba lo que
buscabas, a mano a solo un tris de ti.
Ese día cuando estático, y mientras el mundo te reclamaba
ansioso, te quedaste petrificado en una grieta. Pasmado fuera de todo. Si. Paralizado
en una mísera grieta del asfalto, en una rendija olvidad de todo. Como de
joven. Con tus ojos húmedos rotos. Sin poder creerlo. Extasiado en tu
descubrimiento. Encontrando tu primera pista. La primera prueba de que tu
búsqueda no era un insensato ir y venir. Sí, en una grieta de un asfalto
encontraste algo. Una señal casual, desapercibida, insensata, pero señal al
fin. La guardaste en tus lágrimas y volviste al mundo. Pero esta vez
emocionado, casi estallando en sollozos, con la confirmación que no andabas errando en vano, que en el más pequeño agujero podías encontrar algo. Increíble,
que en algo tan sucio, imperceptible y tan perfecto hayas descubierto la
emoción de encontrar. Una grieta pequeña, enorme.
Y yo mi amado, en
esto, en esto no tuve nada que ver. Fue todo tu logro, de tu instinto buscador.
Y claro, merito de la grieta también. Ella te sedujo. De alguna forma también
te encontró.
Ahora mi buscador desconcertante es el tiempo de mi
obsequio. El regalo que le doy a cada ser humano antes de que éste decida sí
volver al mundo o no.
A todos y a cada uno le debo una última visión. Un
recuerdo, un aroma, lo que sea que quieran. Una sensación de esperanza. Algo
que se le vaya a forjar en el alma y sea parte de cada uno. Una última y primer
pista de lo que debe ser si deciden volver al circo.
Algunos se llevan el recuerdo de una noche de amor, de
esas que no se olvidan. La luna en el cielo iluminando el cuerpo de tu amada
desnuda en la cama, durmiendo plácidamente. Tranquila, en paz, extenuada.
Otros en cambio quieren guardar aquello que nunca
tuvieron. Una mansión, fama, bienes. Muchos me han pedido recuerdos. El aroma
del pastel recién hecho por su madre, el abrazo sincero de un padre antes de
partir hacia mi presencia. Un gol sobre la hora, el estremecimiento de la
gente. Los primeros dientes cayéndose de la boca de un niño, un nieto
terminando su primaria. Arroz a la salida de una iglesia, la paz que deja una
sensación dolorosa pero correcta. Una noche plena bajo las estrellas, gotas de
agua helada evaporadas en un cuerpo caliente, lagrimas de rocio en una mañana
solitaria. Amor, poesía, música. Un blues perfecto, un jazz sincopado. El olor
a hojas nuevas de un libro viejo. Un extracto bancario interminable, la
adoración de los demás, viajes, lujos, un perdido estremecimiento emocionado. Un
cachorro atemorizado en su primer día en la casa, una playa, nieve, un tren.
De todo mi querido, y lo han tenido.
Ciertamente los amo, y el alma debe ser alimentada de
sensaciones. Sean cuales sean.
Así que ven. Acércate mi dilecto buscador, y llévate
esto. Guárdalo en lo profundo de tu ser.
Arrópalo como al más grande de los tesoros. Frágualo profundo. Y continúa
buscando.
Presiento que nos volveremos a ver.
Q' ves cuando no ves?