Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

martes, 29 de abril de 2014

Despidiendóte

“Intuyéndote, los viejos vicios, me sobrevolaron rapaces. Ceguera, debilidad, temor. Pero pisoteados, al fin desaparecen. Ya no soy el que fui, ni siquiera soy el que seré.
Lanzado al abismo, hoy libero mis negras alas y cual estrella caída, planeo en llamas sin rumbo ni tiempo. Encadenados, al fin nos libero.
Es difícil de explicar, y aunque lo comprendieras, no lo entenderías. Aquí comienza el más maravilloso, más enigmático viaje que jamás emprenderé. El primero de tantos. Ligero de equipaje. Tan solo con vos en cada blanco amanecer y en cada calido atardecer. Hermosa en las diáfanas miradas del día, tenue en cada detalle de la noche.
Cual satélite voy a estar cerca, girando por tu mundo, acercándome y alejándome, pero brillante en el firmamento. Ardiendo en pasión, soportando la lejanía. Amándote locamente.  
No hay mucho, ni siquiera una manera racional, para decirlo, pero enloquecido por vos  me lanzo al mundo. En paz, seguro, abrigado. Y ese es mi destino, el destino del errante. El sendero del maldito.
Caminos que se cruzaron demasiado pronto, y se fundieron en uno.
Almas enlazadas.
 Algo más, una simple, pequeña y última confesión.
Sí hay alguien en el mundo que me hubiese podido retener en casa, esa solo hubieses sido vos.”  

viernes, 25 de abril de 2014

Y así empieza, antes del final..



Antes del final



Por primera vez, desde que habían partido estaba completamente abatido y su cabeza ya no le pertenecía.
¿Quién era realmente aquel tipo que los guiaba? ¿Un lunático convincente, un excéntrico convencido, un sabio  iluminado o simplemente un hombre común, aunque demasiado inteligente?
Se detuvo, acomodó su carga,  resignado lanzó una fugaz mirada los destellos  suaves que se extinguían por detrás de él, y sin pausa continuó descendiendo hacía un oscuro y rocoso cuello de botella. Una angosta grieta por la cual los demás ya habían bajado, y donde ansiosos  lo esperaban.         
Los veía mover sus linternas, haciéndole señales desesperadas por encontrarlo, pero no daba más.         Bajó de su espalda el cuerpo tieso de Renzo y con una manta sucia volvió a cubrirlo.  
 Siempre había añorado deambular por caminos oscuros, vagabundear en las sombras, pero esta aventura era completamente diferente.  Nunca como ahora, se jugaba el pellejo.
 Apagó su linterna,  y a oscuras buscó un momento de calma entre tanto arrebato.
  Solo para tranquilizarlos, les hizo las señales de rigor, y a su ritmo, de a poco, se les fue acercando. Combado como un arco vencido, arrastrando las piernas y pateando piedritas.
Mientras tanto, hondos, lo aguardaban relajados.
Soledad  se adelanto y los abrazó. No lo demostraba, pero también comenzaba a preocuparse. Era una muchacha joven, impetuosa y algo inconsciente pero de ninguna manera tonta.
Sam, solo los miraba lejano. Ensimismado, y probablemente pensando en redescubrir la huella perdida.           
- ¿Dónde nos metimos?- preguntó Soledad, y con cierto enfado añadió- y vos Manu. ¿Por qué apagaste la linterna?
-           No sé, estoy muerto. Solo paré un minuto a descansar, ya no puedo más y me parece que Renzo esta peor. Espero que lleguemos pronto, sino vamos a tener muchos más problemas. Mirálo, esta helado.
     Soledad, rodeó a Manu y enfocó la cara blanquísima  de Renzo. Le acaricio con ternura el pelo,  y la dio un pequeño beso.
-         Cuando quieras hay otro para vos- le dijo al pasar.
Giró su linterna e hizo un pequeño recorrido rápido por aquella  enorme gruta que se abría sobre ellos, y no dudó en encararlo.
          - Sam, ¿falta mucho para llegar?
-         No ya estamos. Creo que casi llegamos.- respondió carraspeando y más lacónico que de costumbre.   
-         Perdonáme, como qué, creo. Tenés alguna idea de cuánto falta o estamos perdidos- interrumpió Manu sorprendiendo a todos y mostrando un desacostumbrado y nuevo enojo.  A fin de cuentas, él llevaba toda la carga, y se sentía culpable.
-         Quedáte tranquilo,  estamos cerca. Sé muy bien por donde vamos, falta poco, no te desesperes, en momentos como este siempre es bueno mantener la calma- contestó impávido y  agregó- –sí queres cargo Renzo un poco yo.
-         No dejá, si decís que falta poco, te creo. Sigamos. Ya quiero salir de esta cueva.
Soledad  sonrío. Para ella la aventura estaba en pleno apogeo y, a pesar de todo, por fin estaba junto a él.
Sam asintió serio, y de pronto, como recordando un viejo mapa mental nuevamente se metió por un pequeño pasadizo que se encontraba escondido tras una enorme roca roja.
Los demás lo siguieron, entraron en un desfiladero  angosto, que solo aquel que ya hubiese estado antes por allí podría reconocer, y continuaron.
Caminaron entre las apretadas peñas, en esa suerte de dentadura despareja y cada uno a su tiempo fue premiado con alguna dolorosa advertencia.
El aire helado comenzó a extinguirse, y una extraña condensación húmeda, les apareció de golpe. Una rara mezcla de vapor y hielo.
  Las entrañas de la serpiente en la cual se habían internado, ardían, y las piedras regadas por doquier se habían vuelto cada vez mas grandes, tibias y desparejas. Y el camino lleno de obstáculos guardianes.
Así a tientas, solo iluminados de a ráfagas, avanzaron en fila. Apretados y obedientes. Arrastrados por una fuerza misteriosa. Un hechizo emanado  cada vez, más y más fuerte.
Por fin, y tras eludir una violenta oleada de vapor, llegaron a un pequeño descanso, en el extremo final de aquel sendero rugoso. Una especie de salón perdido, en donde el aire era escaso y pesado.    
-         Llegamos- dijo Sam con cierta satisfacción y chorreando sudor. Aquí se forjó todo aquello que buscábamos. 
Manu y Soledad, se miraron sin entender. Buscando una pista revolotearon sus linternas dentro de la negrura absoluta, pero por más que hurgaron en cada orificio sospechoso, nada les pareció cercano a una salida.
Quisieron comprender, pero ignorantes, alumbraron a Sam y esperaron una explicación, coherente o no.
Él, apartado, revolvió desesperado algo en un rincón oscuro, luego enfocó un muro borroneado y  lagrimeó. Se tomó unos segundos, sacó un pequeño y hasta ahora oculto, apuntador añejo y ajado y lo comparó con unas notas recientes. Apagó su linterna, demostrando una serenidad incomprensible, y tomó asiento.
 Totalmente resquebrajado, y engañado, Manuel apoyo a Renzo en el piso y sin esperar lo increpó.
-         Sam, ¿qué es este lugar? ¿Acaso, acá termina todo? ¿Tanto recorrido para terminar sepultados, en el medio de la nada?
Su voz  sonaba deshilachada. Aunque ligeramente insurrecta.
Sam se sonrío entre la espesura de su barba negra cubierta de polvo gris y tomándose un segundo eterno contestó.
-         Siéntense un segundo y escúchenme- exclamó solemne- tengo mucho para decirles y ustedes tiene mucho para escuchar, solo les pido unos últimos instantes y todo quedara aclarado. Ténganme aquella confianza que me entregaron en un principio. Llegamos hasta este lugar buscando, y en esa empresa no fallamos, solo les pido unos minutos más. Toda línea tiene un principio y nuestro curso es aun difuso. Solo somos espíritus inquietos, pequeños sueños resquebrajados, solo un agónico y perdido aliento entre toda esta inmensidad. 
Incluso Renzo, preso de un dolor atroz se despertó y reponiéndose de la extenuación a la que se había sometido dócilmente, se sentó frente a él cual discípulo. Con un último impulso inconsciente.
Soledad  hizo lo mismo. Manu los siguió, aunque  algo más alejado. Por experiencia, estaba descreído y prevenido. El viejo Manu volvía a aparecer.
Después de todo nadie lo había obligado a seguir a Sam, y eso era lo que más lo molestaba.
Las tres figuras, sentadas como alumnos de un sabio profeta en el desierto, se acomodaron como pudieron entre las rocas tibias y escucharon aquello que esperaban oír desde un principio.
Sam, se tomó un instante de silencio, y cerro sus ojos.
-         Manu, un lago oscuro, profundo y maldito. Un pregunta sin respuesta.  Esa es tu gran virtud, tu cruz, y  mi más grande y amarga satisfacción - dijo aun con los ojos cerrados cual monje y quiso continuar. Pero Manu lo anticipó.
-         Disculpame Sam-  interrumpió enérgico y cortante- No estoy para discursos religiosos, solo decime como vamos a salir de acá y después me das tu predica.  Deja la lírica para otro momento, sí es que lo hay, por si no te das cuenta acá está faltando el aire. Y estoy seguro que vos sabes cómo salir de aquí.
-         Entiendo tu impaciencia, pero solo dame unos minutos, aquí debe estar la respuesta.
-         ¡Déjate de joder!- continuó Manu sin esperar-, confíe en vos e hice todo lo que me diiste. Recorrimos medio país, los arrastramos a ellos y,  ¿para que? ¿Para meternos en la nada? Ya ni se cuantas horas pasamos en esta tumba y ¿Vos me decís que espere? ¿Qué espere, qué? Por si no te das cuenta, Renzo esta muy mal. Ya no queda morfina para darle y nosotros no estamos mucho mejor. No podemos volver, no tengo la menor idea de cómo llegamos hasta aquí, y por lo que veo, este lugar esta cerrado ¿Como pensas sacarnos?  A menos que se te ocurra algo, estamos sepultados. Solo un milagro, nos pude ayudar, y por lo que veo no andamos muy holgados.
-         Fe amigo, eso es lo que te falta.- dijo y repitió con énfasis- fe. Después de todo hasta los moribundos es lo último que pierden, pero vos sos distinto, un errante, un peregrino sin rumbo fijo. Esa es tu maldición y eso es lo que te impulsa. Ese es el gen defectuoso de tu alma. Tu falta de fe es tu fortaleza, y como un testigo en medio de la balacera solo esperas. Miras sin comprender su naturaleza y aun así, mientras unos se disparan entre sí y otros se esconden como ratones, vos solo esperas,  ahí atento y despiadado entre la espesura de lo desconocido. Por eso somos tan distintos y tan similares. Ahora, que estoy en mis últimas estaciones, lo puedo ver. Gracias amigo, ahora sí lo veo, como en los viejos tiempo, el desolado espíritu al costado del camino. 
Y agregó.
-            Deja de buscar por donde no hay. Siempre tratando de escapar hacia delante.  Buscamos lo que creemos y encontramos lo que podemos. Sí  este es el fin, vayámonos en paz,  y sabiéndolo. Aquí estamos, como diiste, bien enterrados, al igual que ellos- la luz violeta de su linterna enfocó unos viejos huesos apilados contra la pared opuesta que se mezclaban con unas pinturas ilegibles- lo único que me apena, es que nadie lo sabe, ni lo sabrá jamás. Eternos. Como ellos, plenos, sabios e inmortales. Sí este  es el fin, aceptémoslo con el gusto de haber llegado. ¿Cuantos en la vida pueden decir eso?  Las cosas no suelen terminar tan bien  como empiezan.
Inmediatamente Manu, se paró en seco y toscamente se dirigió al hueco por donde habían ingresado al descanso. Lo revisó una y otra vez en vano, sabiendo de antemano que no habría respuesta. Agitó la linterna exigida, queriendo descifrar un regreso improbable, y al rato resignado la apagó.
Definitivamente estaba perdido, aquel hombre parecía en trance y él estaba sin la más remota idea de cómo salir de allí.
 Renzo, preso de su dolor, volvió a recostarse hecho un ovillo.
 Soledad se acercó a Manu y en silencio lo abrazó fuerte. Como nunca antes lo había hecho. Un abrazo tardío y esperado. Lo necesitaba. Él era todo, su pequeño mundo, el carcelero de sus miedos, y el paladín de sus emociones. El aire, el fuego, el agua. Lo único que existía o existiría.   
Manu, también la abrazo.  Y por primera vez permanecieron realmente juntos. Sin decir nada, solo sintiéndose.
La besó, como a un recuerdo perdido, y la separó con ternura.
Ni siquiera Renzo, en las últimas, lo abrumaba. Ese joven no era su responsabilidad.
Solo quería salvarse y salvar a Soledad.
 Ya no era solo por él ni por ella, era por aquella presencia ausente desde siempre y por ser el culpable de su dolor futuro.  Esa sola idea era lo que más lo atormentaba, aquello que más temía. El culpable de arrastrar a su capullo desbocado, aun final sin sentido.
Su único y frágil lazo con el mundo.  Quizás, después de todo y mirando frente a frente al final, el destino fuese ella.







































 


      
  
        
     
 
 

               


miércoles, 2 de abril de 2014

un pequeño adelanto....

-          Tu primera gran batalla- le dijo a Manuel, que a estas alturas ya tenía la caña bajo control.
-     ¿Pudiste ver algo? ¿Que agarré?
-          No sé. Pero hay un viejo dicho Maorí que dice “el mar es sabio, enfrenta insectos con insectos y monstruos con monstruos”  así que sea lo que sea, es solo el principio.
Manu se afirmó al borde del bote e intentando seguir el hilo, que se perdía lejano, buscando una pista.
No quería apresurase, sabía muy bien que solo cansando a la fiera podría acercarla. La cuestión sería, quien de los dos, se agotaría primero.
Enrolló un poco el hilo y cuando notó que estaba al límite, aflojó. Otra vez lo trajo y nuevamente lo soltó. Así un buen rato. Jugando una partida circular en donde cada uno ponía a prueba la resistencia física y mental de su retador. Y ninguno cedía ni un milímetro. Midiendo fuerza y actitud.
Sus brazos comenzaron a sentir el rigor de la reyerta. Las venas se le hincharon hasta el límite de la explosión, sus músculos se endurecieron hasta el calambre, y su espalda empezó a sentir los latigazos de cada imprevisto tirón.
 Aun tenía resto, pero lo sabía, todo tenía un límite.
 Y la cabeza de la bestia seguía sin aparecer. 
Aprovechando una pausa en la batalla, Sam, recogió las cosas y produjo  un haz de luz al destierro de la negrura.
Nada, ni una mísera pista a la vista.
Ambos, a oscuras, fumaban y se miraban incrédulos, esperando atentos. Aquello que estaba agazapado en el fondo, aguardaba su momento, los desafiaba. O mejor dicho, desafiaba a Manuel.
 Ganaba y perdía metros con la misma facilidad que perdía  aire y ganaba decepción. Lo arrastraba y era arrastrado. El duelo, se había vuelto un ajedrez entre dos reyes sobrevivientes amenazándose desde cada extremo del tablero.
A lo lejos, creyó reconocer una aleta, pero  las olas negras y el fragor no lo tenían claro. Quizás una enorme mandíbula llena de dientes, o unos ojos oscuros, todo y nada. Su cabeza era una irreflexiva catarata  de insinuaciones.
Lo cierto es que las fuerzas se le deshilachaban, y no sabía cuanto tiempo podría aguantar con ese ritmo, tirando y soltando.
Sus manos comenzaron a hincharse, y producto de una torpe maniobra se había lastimado seriamente un par de dedos. No encontraba posición, y la caña, a punto de partirse, le pesaba una tonelada. Era el borde.
Al cabo de una hora de lucha, sin resultados, y soportando un desgaste que comenzaba a parecerse a una demolición, antes de entumecerse tomó una decisión capital.
-          ¡Es ahora o nunca!, lo traigo y que sea lo que dios quiera.
Sam, apoyado en el borde,  atento y sin intervenir, lo palmeó y cínico le dijo.
-          Dios no tiene nada que ver en esto, pero en fin ¡Ya era hora!
Acomodó su osamenta, se plantó firme, y atravesado por un dolor y un ardor desconocidos tiró con lo que le quedaba de fuerzas.
Arrastró la caña con toda su potencia y su furia. La movió de un lado al otro y siguió tirando. Sí no podía acercarlo, al menos lo despedazaría.
Sam le acercó un trago, y renovando rabia,  a pesar de sus dedos ensangrentados, tomó el hilo y lo trajo hacía su cuerpo.
Pegó dos o tres tirones más salvajes y más potentes y al fin la cuerda se aflojó.
Sam y Manu se acercaron peligrosamente al límite de lo cauto, asomaron sus cabezas e indagaron más allá de que podían ver. O la bestia se había rendido, o la línea se había roto dejándola  escapar.
  Observaron el movimiento dentro de las aguas mansas y los destellos de la profundidad. Pero ante ellos ni una señal.   
  Manu aflojó la presión, y se tomó la cabeza. Tanta lucha, tanto esfuerzo para perder la presa a unos míseros metros.  La desilusión de lo irremediable lo tenía a punto del derrumbe.
Sam, asomado, no pensaba lo mismo, y continuaba con su búsqueda frenética entre  las profundidades de la noche.
-          Se nos fue, el miserable se escapo- dijo Manu abatido.
Y en ese mismo instante, en el  momento exacto en que terminaba de decir aquello, una explosión de chispas de agua los empapó al tiempo que una centena de dientes desordenados y furiosos arremetía mortal contra su descuido. A centímetros de hacer blanco.
Manu se echó atrás, pero lejos de amedrentarse, volvió al ruedo con salvajismo.
Agarró su caña con fuerza y tiró hasta desfallecer. Como nunca.
-          Increíble, es un hermoso "Galeacerdo Cuvier". Manu estamos a las puertas de algo extraordinario-exclamó Sam, viendo al escualo desesperado por atacar. Tirando dentelladas por doquier y arremetiendo enceguecido contra la embarcación.
Manuel, que luchaba endemoniado, para dominar al tiburón y acercarlo al bote, lo miró y mordiéndose los labios con coraje y cólera, le dijo.
-          ¡En español, Sam, en español!
-          ¡¡Es un tiburón tigre!!- le aclaró absolutamente fascinado, mientras observaba como el enorme lomo rayado índigo y verde del tiburón intentaba rodearlos -no sé que hace por acá, de seguro es un errante, pero está furioso. Manu, este no busca comida. Busca su medida, estas tras una leyenda ¡Esta es una de la maquinas asesinas más perfectas de la creación!
El tiburón, cabeceó y de improvisto mastico un pedazo de madera, sorprendiendolos y haciendolos retroceder. Esa furia tenía sus propios planes. 
Lucharon como gladiadores, mano a mano durante un tiempo. Dentelladas contra tirones. Cabezazos aguantando palazos. La sangre mezclándose. Los más letales asesinos de la naturaleza enfrentados a solo un par de metros de distancia.
-          Sam, dame una mano, que no lo aguanto más. Me está matando- gritó con su mano derecha toda ensangrentada, mientras con la izquierda, la boba, intentaba mantener la caña firme.
-          No mi amigo, lo siento. Esta batalla te pertenece, yo soy solo un espectador privilegiado de uno de los espectáculos más asombrosos de la naturaleza. Ya poseo mis propias cicatrices, es el turno de tus propios trofeos.
El bote se zarandeaba atormentado, y las aguas agitadas comenzaron a teñirse de rojo. Ambos se desangraban, y con cada gota vertida, una fiereza contenida se les desbordaba. Estaban cebados, y luchaban a muerte.
 No era por la supervivencia, ni siquiera por hambre, entre esas dos criaturas había un compromiso.
En un desesperado intento por huir, o tan solo para tomar carrera, el tiburón pegó un salto fuera del agua y se zambulló con fuerza, pero Manu lo detuvo en seco, con el ultimo puntal de fuerzas  que le quedaba, y dándole el estiletazo final.
Ya lo tenía bien clavado. Había visto al anzuelo amarrado hondo, dentro de la garganta del asesino, destrozándole la boca. Y lo sabían, solo logaría zafarse sí el nylon se cortaba. 
En un postrero esfuerzo por matar, la fiera arremetió una vez más. Pero el golpe sonó agónico. Endeble y distante.    
Ya se sacudía con menos dureza, y topeteaba sin seguridad. Solo por reflejo.No era la tromba maciza que martillaba sin miedo, lentamente se apagaba y entregaba al destino.
Viendo a su presa, extenuada, aprovechó el impulso. Enrolló con decisión el carretel, tiró como nunca en su vida y el tiburón tigre, desgastado por completo, se dejó arriar. Entre estelas rojas y temblores de resistencia.
Lo acercó lentamente, desconfiando del aguante de su sufrida caña, y por fin, lo reconoció en todo su esplendor.  Peligrosamente dócil.
Era una criatura extraordinaria. Su lomo atigrado brillaba agitado como un zafiro bestial, y sus ajustados músculos parecían irrompibles, forjados de un acero mitico. Tenía una mirada negra, con una maldita y primitiva expresión. Y aunque desmembrada, su dentadura sonaba infinita. Era tan grande, que  su lado, el bote parecía un frágil juguete.   
  “Solo un desquiciado puede crear semejante criatura”- dijo Sam verificando el  tamaño del animal, que manso se extendía mas allá- “es un joven macho, como te dije un errante en búsqueda. Un ejemplar formidable”.
Sin aflojar la presión sobre la tanza, Manu lo miro orgulloso y le dijo.
-          Es impresionante ¿no?
-          ¿Quién el tiburón?, si  es fabuloso. Pero no me refería exclusivamente a él.
Sin temor alguno, Sam acercó su mano a lomo atigrado, lo acarició y luego la deslizó hasta la formidable aleta dorsal. Miró a Manuel y le dijo.
-          Ahora sí. Un último suspiro. Vení, te tengo la caña. Tocalo. Su sangre es hielo.
-          Ni loco. ¡¿A ver sí me ataca?!
-          No, no creo que le queden fuerzas. Se rindió, no puede más. Dio todo y más- le contestó mientras le palmeaba peligrosamente la cabeza entre la nariz y los ojos.
Y mirándolo, flotando sometido, quedó pensativo.
El asesino sumiso a la par del bote, ahora no parecía tan peligroso. Es cierto aun se movía y amagaba algún mordisco, pero solo eran espasmos perdidos. El animal ya sentía su final.
Lo dejó de tocar, y se dirigió a su bolso. De allí sacó una pequeña cartera de cuero y se la dio a Manuel.
Este la miro extrañado. La abrió y para su sorpresa, sacó una enorme y brillante pistola de grueso calibre.
Sin descuidar la caña, miró a Sam y revisando el arma le preguntó.
-          ¿Y esto?
-          Es para él- y le señalo al tiburón, que resoplaba sangre al borde del bote.
-          ¡¿Estas loco?!¿Como lo voy a matar de un balazo?
-          ¿Y que queres? ¿Pensabas llevártelo a la orilla como a un caniche?
-          No se- contestó mirando al bote, y comparándolo con el tiburón- pensaba soltarlo. Ya lo derroté, para que matarlo.
Sam le quitó la caña, empujó el arma contra su pecho y le dijo con cierto enojo rector.      
-          No es tan sencillo. Es cierto, lo derrotaste, pero en tus manos esta la decisión más importante de su vida. Morir en manos del depredador que lo venció o extinguirse de a poco hasta que algún carroñero lo encuentre endeble y lo acabé. Vos, tenes que hacerlo, no es justo para él acabar de otra manera. Te buscó, y te encontró, conoció su ley. Ya te lo dije en su momento, es una cuestión de códigos.
-          Pero es solo un tiburón-dijo descreído- No creo que me haya buscada, solo andaba tras comida y por casualidad se tropezó con nosotros
-          ¡Por favor! ¿Un tiburón tigre por aquí? Me parece un poco difícil. Podes creer lo que quieras, la decisión es tuya.
Sacó un cuchillo, lo acercó a la tanza y lo miró presionando sobre su sentencia.
-          Decidí, pero apuarate. No le queda mucho tiempo- apoyó el brillante metal en el hilo y agregó- ¿Quien termina esto? Muere abandonado su suerte o  le haces el honor. 
Y allí en medio del ensueño de una noche afiebrada, bajo una curiosa  luna plena. Con la barca acunándose en paz sobre un mar perfecto y con el silencio como testigo desalmado de una naturaleza simple.
Por primera, con todo el poder para decidir, se transformó en la hoz de dios, y extinguió una vida.


Cubierto en sangre, arrojó el arma aun humeando y se sentó totalmente conmovido. Había asesinado, y con eso una parte suya  se apagaba para siempre. 
Sam, viejo conocedor de los tiempos de los hombres, se mantuvo en silencio y comenzó a preparar el regreso. Toda épica tiene su final.
Sabía que para Manuel, ese había sido su punto de quiebre, y  que no debía ni podría agregar nada, así que reprimió su labia  y como nunca, solo calló.
A su lado, en medio de las más oscuras tinieblas las fieras yacían ensangrentadas.
Acomodó los bolsos, juntó las botellas vacías y encendió el motor. Luego aseguró firme el tiburón al bote. Levantó las anclas y caminó hacía el timón. Al pasar le dio una acogedora  palmada en la espalda a su amigo y emprendió la vuelta. A los tumbos y cortando la rompiente.
Sam al mando, Manu a la deriva.