Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

sábado, 2 de agosto de 2014

Atravesada.

Buscaron el lugar con menos barro, desempacaron las cosas y se pusieron a armar la carpa. Todo a las apuradas. Como la decisión de alejarse por un rato.
El oso”, ocasional compañero de aventuras, paranoico buscador de traiciones y aficionado al aroma del dinero, había tenido una semana ardua y casi de improvisto lo “obligó” a seguirlo. Y fueron.
La verdad es que no eran amigos, ni siquiera compañeros, hasta podría decirse que ni siquiera buenos conocidos, eran dos casi extraños sin nada en común mas que algún trato comercial. Pero de alguna manera esa lejanía cómoda les servía.
Con el “sol de noche” mordiendo la oscuridad cruzaron un pequeño barranco de lodo y echaron cañas. En silencio, tan solo con el sonido de las aguas viejas golpeteando las piedras desparejas y el aullido mudo de lo oscuro.
Arrimaron alguna botella, encendieron un fuego, prendieron sus cigarros y permanecieron como debe ser, cada uno en sus asuntos.
De vez en cuando alguno se acercaba al otro, le mascullaba alguna broma en jerga pesquera y volvía a su puesto. Nada extraño, nada fuera de lo común para en esa extraña cofradía que suelen formar algunos tipos hombres.
Como una testigo pasajero, la luna los observaba atenta mientras lentamente rasgaba los cielos límpidos hacía una lejana madrugada y de paso marcaba sus frágiles siluetas en una orilla solitaria.
“El oso”no tardó en dormirse. Acomodó su huesos entre un pajonal seco y de a poco se entregó a los brazos del sueño. La pesca no importaba, lo suyo estaba en parte. Su vida a mil lo necesitaba.
Él lo observó por un rato, y tuvo su dosis diaria de rencor pero solo por un pequeño momento, al rato lo dejó y volvió a su puesto. Por el momento la jornada no ofrecía nada. El agua quieta, el viento cálido y algún que otra grillo chirriando pero nada mas.
Tomó asiento en una roca y espero el tirón buscado.
Cuando la jornada amenazaba seriamente con convertirse en un sopor yermo lo vio venir.
El gaucho venia vadeando la orilla. Caminaba con las patas embarradas y jugueteaba con las ramitas puntiagudas que siempre hincan los bordes, y quizás venía algo ebrio. Este se le acercó miró el horizonte fundido en negro y le lanzó.
  • -¿Que buscas?
  • -Nada. Solo estoy esperando. Esperando algún pique, pero creo que me vuelvo virgen.
Con la confianza que da la soledad, el gaucho se acercó al fuego, levantó la botella de aguardiente y le dio un sorbo largo. Luego se acercó al “oso”, lo revisó muy por arriba, y lo dejó. Solo para volver hacia él.
  • -Raro- dijo mientras capeaba el río.
  • -¿Raro? ¿que es raro?
  • -Nada, esta raro.- y le dio otro beso a la botella- pasa, a veces pasa.
Sin comprender recogió la linea de pesca, revisó el anzuelo inmaculado, lo recargo con bastante carnada y lo lanzó.
  • -Entonce amigo de la ciudad,¿que anda buscando?
  • -Nada, le dije que nada. Solo estoy de pesca, pesca deportiva.
El gaucho no le dio importancia a esa leve inflexión enojada en su voz y continuó perdido en las aguas.
  • -Sí yo también la perdí. Y no se cura tan fácil.
  • -¿Perdón?
  • -Digo que yo también la perdí. Amigo no se le va a pasar tan fácil, algunas uñas se clavan profundo.
  • -No entiendo. Perdóneme pero no entiendo lo que dice.
El gaucho se acercó al fuego, recogió un madera en llamas y se la acercó al rostro.
  • -Lo veo en su mirada. Allí atravesada. Y lo noto en su voz. Atragantada.Ella esta ahí.No la puede sacar de su cabeza. Pero quedes tranquilo mi amigo, esos secretos deben guardarse.
Tomó la botella, le mangó un cigarro y se volvió a perder por la senda del agua.
Y él quedó allí. Sentado. Con ella atravesada en su mirada, con ella atragantada en su boca. Con su mejor secreto bien encerrado.
El viento viró el rumbo, las aguas se agitaron y por fin un reluciente Dorado mordió el anzuelo.
Preso del alboroto “el oso” se despabiló y lo ayudó. Se fotografiaron junto a la presa, la devolvieron y continuaron. Desde allí la noche se convirtió en un festín cazador.

Por la mañana, siguieron cada uno en la suya y cuando el sol comenzó a pendular en medio del cielo azul, recogieron sus cosas y rumbearon al pueblo. “El oso”, viejo conocedor de las artes culinarias, conocía un secreto bien guardado. Un excelente lugar para comer a unos kilómetros de allí.
Entraron, “el oso”se sentó, prendió su teléfono que estalló en pendientes y volvió a ser el de siempre. Él se dirigió al viejo mostrador de roble húmedo donde un pachorriento personaje escuchaba una carrera de autos. Y dijo.
  • - ¿Puede haber algo listo?
El parroquiano lo miró gentil, aunque no dijo nada, le hizo unas señas y se marchó.
Y ahí, en una pared descascarada notó la foto. En sepia, añeja, casi ajada.
Un gaucho o un pescador sonreía en patas junto a una doncella morenita como el caramelo. Él adusto, aunque apasionado. Ella casi indígena delicadamente feliz. Ambos eternos.
  • -Maestro, ¿quienes son aquellos dos ?- dijo señalando la foto mientras el parroquiano le acercaba una bandeja llena de carnes humeantes y jugosas
  • -¿Aquellos? Ni idea. La foto vino con el local. Cuando lo compre la deje allí. Me trae suerte, y ademas es pintoresca. Digo por la antigüedad, debe tener no se cien años.
  • -Mire usted- dijo con cierta decepción.
Regresó a su mesa cargado de comida y se sentó a comer junto a su “conocido”, aunque ya estaba fastidiado. “El oso” no paraba de habla por teléfono, daba indicaciones, hacía cuentas y gritaba.
De todas formas, sin opción, comió, calló y ni bien terminó salió a fumar.
  • -Es un cuento viejo- de repente dijo una anciana de mil años que tejía al sol.
  • -¿Como dice?
  • -Un cuento. Uno de tantos que se cuentan en los pueblos. Nadie sabe que paso. Algunos dicen que la indiecita se ahogó en el río, otros que la mataron por india y algunos que desapareció con un ricachón que la engaño y se la llevo como sierva. La mayoría ni siquiera cree. Lo cierto es que los viejos, y le advierto que no quedamos muchos, sabemos que el pescador nunca dejó de buscarla. Esa es la historia de la foto. Usted perdone a mi nieto, es como todos los jóvenes, bobo pero bueno.
Un bocinazo lo despabiló. “El oso” estaba apurado por volver a acelerar.
Él se subió dispuesto a dormir un rato y a no tener que hablar. Francamente ya lo detestaba.
Pero no pudo. Algo le molestaba en los ojos. Quiso seguir la charla, pero tampoco. Algo lo enmudecía en su garganta.
Y sabía el porque.
La tenía trabada en la mirada y atragantada en su garganta.




Q´ves cuando nos ves?

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