Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

lunes, 26 de agosto de 2013

Novios de la noche.

Como en un “Tetris” a toda velocidad, la semana se me pasó incomoda. A veces pasa.
Las piezas del juego van cayendo rápidamente una sobre otra, y cuando crees que lo podes ir armando parejo y sin problemas, alguna ficha se te cuela desprolija sin querer y te comienza a incomodar el juego, y a partir de esa ficha en mala posición las demás empiezan a caer rápido y sin darte cuenta estas tratando de zafar a media pantalla, tirando piñas por aquí y por allá. De pronto, algún cuadrado se te apila mal y a partir de allí, empieza una infernal carrera para zafar, estás jugando incomodo en un segundo y aunque puedas seguir armando las filas algo más parejo, sabes que te quedo un hueco vacio por allí, y eso no te deja jugar fluido y apacible.   
No se que ficha se desacomodó, pero algo encastró desparejo y me incomodó el resto de la semana. Quizás algo insignificante, un pequeño segundillo al azar; un comentario a destiempo, lo que sea que haya pasado, me hizo “jugar el resto del partido en una pierna” y terminé pidiendo la hora jugando con todos los jugadores dentro de mi campo (recurro a una pequeña metáfora futbolera, que la mayoría espero entienda). No es que hayan salido mal, las cosas, de hecho solucioné un par de problemas que venían arrastrando hace tiempo, pero la semana en un abrir y cerrar de ojos se fastidió sin razón aparente, como les decía, a veces pasa.
La noche del domingo al lunes la clavé sin problemas y a pleno, lo que indicaba una novedad y la grata noticia que el té mágico que me recomendaron para dormir funcionaba. Ya el lunes por la noche, el efecto comenzaba a menguar, y el martes era inocuo. Evidentemente mi cuerpo genera interesantes anticuerpos contra la relajación y a “la mosca en la oreja” le gusta joder aunque la intente dopar. Miércoles por la  noche, otra vez a vagar por la casa. Como dicen los viejos boxeadores antes del knock out, el cerebro es el que decide cuando caer y cuando seguir de pie, deja ocuparse de la pelea al cuerpo pero cuando la cabeza se gira demasiado simplemente decide y dice “ok, socio hasta aquí llegaste ahora me ocupo yo y te pone a dormir”. En mi caso igual, el cuerpo se ocupa de la pelea, y como de los boxeadores, el cerebro le dice a mi cuerpo “ok socio, hasta aquí llegaste a hora me ocupo yo” y como a un resucitado me expulsa de la cama. Ni  los tecitos mágicos, ni las corridas junto al perro, ni algún que otro vaso de whisky, ni nada por el estilo. El cerebro manda y se hace cargo. Es el matón de la cuadra.
Y es allí donde me ves saliendo a hurtadillas de la casa, un jueves tipo tres a.m, montando a la “chancha”, una moto grandota y musculosa, que me dejo un amigo para reparar de onda y aprovecho para sentir a pleno en el silencio de una noche que devora a toda una ciudad. Se arrastra hasta la esquina y recién ahí, se prende el motor, que dispara un sonido tipo mortero pesado sin disimulo  ni rencor por despertar a alguien. Dispara parejo  a diestra y siniestra por la calle Elpidio Gonzalez, mismo camino que tomo cada mañana cuando monto al “demonio de ojos azules” y lo llevo emponchado y encascado (si se me permite el termino) al jardín, entre somnoliento, bamboleante y despabilado, para no caer.    
Cada mañana, cuando paso temprano con mi “socio”, rumbo al jardín de infantes; antes de llegar a Segurola, bordeo por una placita detrás de la cancha de All Boys”. Recuerdo que allí, hace algunos años habían un par de baldíos gigantes donde entrenaba con mi equipo de futbol. Dos grandes manzanas deshabitadas, que el tiempo transformo en una escuela, un centro de jubilados, con cancha de bochas incluida, y una coqueta y bastante bien cuidada plaza, típica de barrio. Es más hace un tiempo comencé a pasear a “Lemy” por allí por  las noches después de comer, aprovechando que esta casi vacía y el riesgo de una “batalla” con otro can se hace improbable. Esta linda la placita y es apacible y tranquila. Siempre hay mojones de pibes sentados por el pasto de a grupitos de dos o tres y hasta la “barra de All boys”, que se junta allí, ya me reconoce y saluda. A mi y a mi perro “rati”.
Como andaba, al viento y sin destino, amarre allí. Un lugar tranquilo y cerca de casa.
Solo para estar un rato y volver a la cueva.
Sí en general, la plaza esta vacía por las noches, a la madrugada ni les cuento. Para colmo una inusual ola de frio antártico invadió la ciudad por la noche y congelo todo. Hasta el pasto estaba cubierto por un delgado matiz blancuzco
Estacioné la moto en una esquina y bajé un rato. No pensaba quedarme mucho tiempo. Solo era una “escapada” para refrescarme un poco y enfriar el bocho.
Mecánicamente enfile derecho, sabiéndome solo, y encare para los banquitos que están en el centro. El plan era sencillito, fumarme un cigarrillo en silencio, a calmar la cabeza y volver a dormir. La misma rutina de tantas veces, pero esta vez afuera, como para cambiar un poco tanto embotamiento.  
 Como contaba, enfile directo al centro de la plaza.
Para mi sorpresa, no me encontraba solo. En un banco, cerquita de los maceteros llenos de flores y bajo un faro amarillo, estaba sentada sola, una chica de unos veinticinco años. Se la veía tranquila y serena. Vestida simple, con una remera blanca escapando bajo un buzo tipo canguro negro, zapatillas tipo botitas y un jean algo gastado en las rodillas. No estaba tan abrigada como la noche lo indicaba, pero aun así se la veía cómoda. Es más, me vio venir y no se preocupo en lo más mínimo. Me vio pasar delante de ella y tranquila me echó una ojeada y siguió en lo suyo. Creo que estaba escuchando música.
La verdad es que me sorprendió y me incomodo. No esperaba encontrar a nadie allí, a esa hora y menos con ese frio filoso. Menos aún asustarla, por eso al pasar frente a la piba, la salude con un cordial “hola” y seguí hacia un banquito algo alejado para no meterle temor. No me hace falta aclarar que una piba sola en una plaza a eso de las tres, es medio peligroso.
Supuse por un instante, que estaba esperando al novio, y que yo les estaba arruinando la noche, así que instintivamente hurgué como pude entre la oscuridad, pero ni una sombra se movía por allí.
Me senté, verifiqué tener los documentos a mano por si pasaba algún patrullero, y cuando estuve seguro, me prendí un cigarrillo, siempre atento a la piba que en diagonal a mi tarareaba en silencio. Intente abstraerme, fumar un rato, despejarme y volver a casa, así que cerré los ojos un segundo, aspiré una bocanada de humo, estiré las piernas y me dejé llevar un rato mientras miraba las estrellas, que desde las plazas y dese los cementerios parecen más.
Habrán sido dos o tres minutos, cuando su voz suave me arrancó del extravió.
-          ¿Sos nuevo acá? Nunca te vi antes.
Tenía una cara dulce y blanca, llena de pequeñas pequitas marrones, pelo algo ensortijado entre  almendra y café. Era delgada y algo atlética, pero de postura arrabalera y desafiante.
-          Hola…, hola…. ¿sos nuevo por aquí? Me repiqueteo con suavidad.
-          No, vengo seguido. Lo que pasa es que vengo más temprano a pasear el perro, tipo diez y media.
-          Diez y media? Que horario raro. Y después ¿te vas y volvés?
-          No, en general no vuelvo, hasta el otro día.
-          ¿Qué raro? ¿No?
-          ¿Qué raro? ¿porque? Vuelvo a casa y me voy a dormir, o a algo parecido a dormir.
-          Bueno, si vos lo decís. ¿Me puedo sentar a tu lado?
Se sentó antes de que le conteste, y siguió con un mini discurso. La piba olí a rosas.
-          Pensé que conocía a todos por acá, hace tanto que vengo a la noche por un rato, pero bueno… siempre esta bueno ver una cara nueva entre tantos conocidos. Alguien con quien charlar un rato ya que mis compañeros de siempre no son muy charlatanes y vos tenés cara de saberte muchas historias, tenes una sonrisa viciosa, no sé porque pero me parece que sos una especie de contador de historias .¿Es así? ¿O me equivoco?
-          No, no te equivocas, pero me tenes intrigado. Me decís de tus compañeros de plaza, pero acá no veo a nadie, ¿Siempre venís sola? Me parece que es algo peligroso, ¿No te parece?
Sonrió como una ardillita y me dijo.
-          Mira bien, allá entre los arboles más negros, entre los pinos ¿lo ves? Ese que esta sentadito allá es Arturo, viene siempre a la noche y se sienta solo en ese banco. Y ahí se queda en silencio la mayor parte del tiempo, mirando a la nada. Así hasta la mañana, después se va. A veces me acerco a él pero siempre me raja enojado. Es medio gruñón, pero no es malo. Creo que lo hace solo por asustar.
En efecto, sentado en una especie de caverna negra formada entre los árboles se encontraba una silueta mirando  ciego, opuesto a nosotros, en silencio mirando perdido y sin notarnos en lo más mínimo,
-          Pero para. Le dije y agregué.- Siempre venís a la noche acá y ¿Y ¿qué haces?
-          Vengo a buscar novio. Me dijo sonriendo.
Mi incomodidad, le gustó y siguió sonriendo más dulcemente, se acercó a mi oído y me susurro.
-          ¿Conoces a alguien para presentarme? Porque no creo que vos puedas ponerte de novio. ¿Tengo razón? Aunque pensándolo bien, no sería mala idea. Novios de la noche ¿no?
"Para variar, se me pego una loca". Pensé rápidamente. Espero que no sea  de las peligrosas.
-          Y, ¿Tenes a alguien para presentarme?, es que ando medio solita. Me dijo entre sexy e infantil, con ese tono de sirena que a los hombres nos enloquece.
-          Los pibes de allá son unos idiotas y se la pasan jugando toda la noche a la pelota, ni me dan bola.
Acto seguido, me señalo a una suerte de plazoleta isla, que está enfrente, donde unos tres o cuatro pibes jugaban, entre la bruma, a la pelota entre ellos y ni nos miraban. Y yo, para variar no había registrado.
-          Pero, que maleducada soy, ni nos presentamos y ya nos vamos a poner de novios. Me llamo Alejandra y ¿vos?
-          Alejandro.
Le gustó.
-          Mira vos que casualidad, Ale y Ale.
-          Si que casualidad. Le dije medio asustado entre seco y aterrado.
-          Y ¿Qué decís?, ¿nos ponemos de novios?, me gusta tu rostro entre desesperado y sabio. Tenes un rictus interesante, parece  de un nómade, un peregrino, un solitario, y esos ojitos verdes relampagueando de entre tus canas mechadas, me gustan.
Esbocé una idiotez, entre simpática y salvadora y me separe de ella, que sin darme cuenta había avanzado y ya se me había pegado.
-          Mira Ale, es medio tarde y tengo que volver a casa. Mi mujer y mis chicos duermen y tengo que llegar temprano y en lo posible dormir algo. Sino mañana voy a estar liquidado. Por hoy me voy, fue un gusto, grande. Un bote salvavidas.
-          Esta, bien. Pensalo y mañana nos vemos. ¿te parece?, yo voy a estar acá esperando.
 Acto seguido me dio un bezo suave en la mejilla, soltó mi mano, la que había agarrado sin que yo me diese cuenta y me dejó marchar.  
   Me perdí sin mirar atrás, pero seguro que aún me miraba. Prendí la moto. Los morteros rugieron nuevamente y en menos de dos minutos estaba acostado, en mi cama caliente. Creo que algo dormí.
Pasé todo el día pensando y pensando y a eso de las diez de la noche volví como siempre a la plaza a pasear a “Lemy”.
No ocurrió nada raro. La barra de” All Boys”, saludando como siempre, alguien corriendo alrededor de la plaza, mojones de pibes tomando cerveza y charlando. Nada raro. Decepcionante.
 Subí al perro a la camioneta y cuando estaba por arrancar alguien me golpeo el vidrio.
Una viejita estaba parada allí y me hizo alguna seña.
Bajé el vidrio y la escuche.
-          Nene, tene cuidado. Yo vivo acá enfrente y dicen que en la plaza, especialmente bien entrada la noche, hay fantasmas. Yo nunca los ví pero eso dicen. Cuídate de los vivos pero cuídate más de los muertos.
Me tocó la mano, como una abuela y rápido se metió adentro de su casa y me espió por una buhardilla.
“Lemy” jadeaba de sed y yo jadeaba de desconfianza.


De chico me atemorizaban los payasos y los fantasmas….... Aún hoy, detesto a los payasos.
q ves cuando no ves?




pd: "los pibes jugando al futbol" a las tres A:M


martes, 13 de agosto de 2013

El viejo Manrique.


Es bien sabido, que cada barrio porteño tiene su mito urbano. Mitos que generalmente, se conocen o se cuentan de boca en boca, que van de generación en generación, y que generalmente surgen difusamente en el tiempo, casi por casualidad y se convierten en verdades indiscutibles entre quienes los conocen. Verdades generalmente ocultas entre la gente, y que solo son reveladas a los habitantes más antiguos o mas crédulos de cada partícula de la ciudad.
Algunos alumnos de la escuela, El Salvador, de Mataderos, juran y perjuran que en uno de baños se escuchan mugidos de vaca y pasos de toros embravecidos, y justamente allí funcionaba hace muchísimos años el predio de un matadero. Otros, vecinos del barrio de Once, aseguran sin dudar, que, especialmente por la noche, un gigante vaga por las calles salvando a los mejores vecinos del barrio y condenando a los despreciables. Hasta aseguran que aquel gigante es una suerte de “Golem” creado por algún rabino de los muchos que pululan por la zona. Hay, hasta testimonios escritos, de gente que fue salvada por la fascinante criatura de tres metros de alto, y de aspecto medio bobalicón.
 Esta también la leyenda de la manzana perdida en “Parque Chas”, que aparece y desaparece como una nube de verano o el castillo embrujado de Villa del Parque, donde dicen, se escuchan los movimientos del baile de los novios, que previamente fueron arrollados por el tren antes de llegar a sus fiesta de casamiento en el mismísimo castillo ( les cuento que pase, grandes horas de mi infancia paveando dentro del famoso castillo y nunca vi nada), pero conozco personalmente a mas de uno que me asegura sin dudar, haber escuchado oscuras melodías de vals  salir desde el castillo en alguna noche sombría.
Mitos y leyendas, hay en todos los barrios y para todos los gustos. Y aquí llegamos.
Recuerdo haber escuchado de chico, alguna vez, que entre Paternal y Villa del parque, se mueve, como nómade en el desierto “el viejo Manrique”.
Una especie de fantasma, o espíritu que vaga desde tiempos inmemoriales por el barrio, con tres o cuatro canes como escoltas y socios, y que le roba la memoria a quien se lo cruce o a quien lo busque. Y así, con la memoria de la gente y con sus recuerdos puede vivir eternamente. Dicen que carga con los recuerdos más hermosos y con los más tristes, y que a cambio te da mucha prosperidad y  mucho éxito,  como una piedra de oro en la espalda. Cuentan algunas viejas, como Ana mi vecina de enfrente, que “el viejo Manrique” es una especie hibrida entre ángel y demonio. No saben si es una criatura del infierno o del cielo. Sobre esto hay varias teorías desarrolladas, pero todas son confusas y erráticas. Como su existencia, después de todo es un mito.
En general él busca, o lo buscan. Adultos inconformes, desesperados, tristes con su situación, o aquellos alterados en busca de fama, dinero y éxito, son sus victimas naturales. En especial aquellos que creen en él.
 Los niños no son sus víctimas ya que casi no poseen recuerdos claros y son de pensamientos bastante caóticos y desordenados, y ”el viejo Manrique” necesita orden para acomodar los recuerdos y juntarlos dentro suyo, necesita detalles, olores, sabores, colores y fundamentalmente recuerdos concretos y sólidos, que puedan ser devorados. Esa es su comida y la razón de su supuesta inmortalidad.   
Algunos dicen que conoce a todos los habitantes del barrio, uno por uno, nuevos y viejos, recién llegados y lugareños y que generalmente se presenta ante aquellos que lo buscan, pero… también escuche testimonios, de muchos que se lo encontraron por azar, por casualidad y que solo gracias al miedo, pudieron escapar. Pero eso es solo una teoría de las tantas.
A veces, “el viejo Manrique”, negocia con su victima, otras simplemente cuando el desprevenido se encuentra indefenso, simplemente le roba su memoria. Eso sí, siempre cumple con sus tratos y a cambio, les da una vida llena de riquezas sin pasado.
O acaso la frase: “Fulano, desde que hizo plata, se olvido de todo, de su familia, de su casa, de sus orígenes”, no les resulta conocida?
Personalmente, conozco a más de una víctima del “viejo Manrique”. Aunque estos ni recuerden quien es, ni quien soy yo.   
Resulta que el lunes al medio día, tenía que hacer tiempo. Volvía de  Agronomía y me sobraba media hora, así que cruce la barrera de la calle Marcos Sastre, y estacioné la moto al pie del puente peatonal que cruza  a cien metros las vías del tren.
Siempre me gusto la calle Ricardo  Gutierrez a esa altura,  solo entre el 2600 y el 2800.
La calle parece sacada de un cuento de Edgar Allan Poe, es una mezcla de postal terrorífica y romántica. De un lado, árboles desmalezados, embrujados y boscosos, que parecen querer atraparte con sus garras huesudas, con sus raíces rompiendo cual gusanos aquí y allá el pavimento desparejo, como buscando aire; del otro lado la reja carcomida de las vías del tren, llena de agujeros y basura acumulada de años. Un puente peatonal de acero y cemento viejo, y peligroso,  cruza de un lado al otro, haciendo de faro para los transeúntes y para los trenes. La fantasía perfecta del suicida. Solo para valientes u osados, especialmente por la noche, en la absoluta oscuridad, con una lámpara amarilla oscilando al viento.
  La calle, algo abandonada y sucia, pero silenciosa y tranquila, como si fuera una calle de pueblo o campo viejo, con los clásicos mechones de pasto amarillo creciendo aquí y allá. La vía del tren la corta en dos, partir de una barrera que la separa al medio en el camino, como un hachazo desparejo. De un lado de la vía, Ricardo Gutierrez es una callecita finita, empedrada y antigua, casi un pasaje colonial, pero al cruzar se vuelve exageradamente doble mano, por solo  dos cuadras, a pesar de que casi no pasan autos, para morir nuevamente en la barrera posterior a solo trescientos metros, cuando serpentenado se cruza a la Av.Nazca. Siempre fue una calle solitaria y algo tenebrosa, por lo menos esas dos cuadras, casi arrancadas de algúna fábula. Hasta se escuchan los pájaros revolotear como cuervos.
Es más, recuerdo que en esa calle vivía el personaje principal de la novela que escribí a los veintipico de años, Samael. Novela que fue al fuego junto a algunos sueños, cuando solo me faltaban dos o tres paginas para terminarla.
 Donde hoy hay un hipermercado mayorista, había un gran baldío cerrado. Una especie de cancha privada, donde algunos amigos del barrio nos juntábamos a pelotear luego de saltar la muralla periférica, que aún hoy rodea el predio. Siempre nos colábamos por algún hueco disponible y dejábamos las bicicletas en la calle, pero a mano, por si algún vigilante  nos retaba y rajaba del lugar.
 Con el tiempo, esa fortaleza se convirtió, en el lugar en el que robe algunos primeros besos juveniles y donde recibí las primeras palizas celosas. No era fácil, ser  rubio y ojos verdes  en el barrio bravo.
Me senté al abrigo del sol un rato, y saque de la mochila un par de sándwiches de miga, y una botellita de vidrio que había comprado a media mañana. Y me dispuse a picotear algo antes de seguir. De pronto, un perro, peludo, gordito, petiso y simpático se me acerco afectuoso, moviendo la cola como si yo fuese su dueño.  
Como saben, tengo debilidad, por los perros, así que corté un pedazo de sándwich y se lo dí. Lo comió de un bocado y alegre se acercó por un par de caricias, al rato aparecieron dos colegas más en busca de un premio.
El primero era grandote, negro y casi sin pelos, con cara de malo y dientes desparejos; el otro era rengo y algo más chico, pero entrador y juguetón. Demás esta decir adonde se fue mi almuerzo. Los perros, en confianza se acercaron, y juguetearon conmigo un rato, hasta que de pronto y como respondiendo a un llamado misterioso, desaparecieron de mi vista y me quede solo. O por lo menos eso creí.
-          ¿Como estás, Ale?- me dijo “el viejo Manrique”- hace rato que te espero, se ve que te mudaste y ahora volviste al barrio ¿no?
-          Si-  Respondí lacónico y algo asombrado.    
El “viejo” me relojeo de arriba a abajo y sin dudar me despacho directo.
-          Te recuerdo de chico, volando entre los matorrales en tu bicicleta “Aurorita” azul y verde, con esa lucecita puesta adelante, el farito aquel que habías puesto en la rueda delantera, ese farito que te regalo tu noviecita de la infancia para tu cumpleaños. Te acordás?
Si, me acordaba perfectamente de la bici, del farol y de la noviecita, ya que era el único, que tenía ese farol que cuando lo girabas y lo pegabas a los rayos de la bici, hacía un efecto dinamo y prendía una luz amarilla. En ese entonces, yo siempre iba adelante del grupo ya que era el único que la tenía.
-          También te recuerdo, filtrándote con alguna chica, y también cuando te agarro el novio y los amigos, de esa chica. Yo me acuerdo de todo, tengo una excelente memoria. Además, “Banana”, tu compañero de grado, el grandote con cara de bobo, hizo un trato conmigo.
Recordé al “Banana”, antiguo compañero de grado, altísimo, panzón y culón, con cara de agua, y ahora un súper empresario del rubro automotriz, un pibe por el cual no hubieses apostado un peso,  y ahora jugaba en otra liga.
-          Entonces, ¿cerramos o no? Veo, que dudas así que te cuento un poco, como sería el trato que vamos a firmar. Vos me das tus recuerdos y yo te doy prosperidad infinita. Pero no te preocupes, no es que vas a llegar a tu casa y te vas a olvidar de todo. Va a ser algo paulatino y de a poco, hoy como siempre vas a volver y en ves de levantarte a medianoche a vagar por la casa, vas a dormir como un bebe sin preocupaciones ya que esta todo en mis manos. Mañana te vas a despertar relajado, sabiendo que la mano te va a cambiar para siempre, vas a trabajar relajado y el dinero va a empezar a fluir a ríos. Tus deudas, las vas a pagar sin dificultad y es lo primero que vas a ir olvidando. La deudas y a aquellos que te prestaron el dinero, cuanto más tranquilo estés, también vas olvidar a aquellos que te ningunean en la mala y a aquellos que te ayudan. Vas a tener nuevos amigos, a tu nivel, el barrio también va a quedar atrás, te vas para arriba, a un barrio mejor, lleno de edificios, piletas y cocheras; quizás algún country, y ese va a ser tu nuevo hogar. La familia?... bueno como sabes, eso va y viene, y te vas a ver esporádicamente con los que estén a tu nivel y al tiempo, muchos quedaran en humo. Los chicos van a cambiar de amigos y a hacer su nueva historia, y las peleas con tu mujer van a ser pasado, ya que ahora serás otro hombre, otro proveedor. El tiempo rápidamente te va a acomodar en otro lugar y así, sin sentirlo te vas a convertir en otra persona. Alguien totalmente nuevo. Flamante. Vas a volver a dormir y vas a estar cansado de tanto trabajo y tan bien recompensado. En un año, máximo, vas a ser otro. Hasta quizás, puedas se amigo de el “Banana”. Total, ¿Qué es un puñadito de recuerdos? Un nuevo auto, una súper moto, viajes tranquilos, a cambio de dos o tres sensaciones de dos o tres olores. ¿Cerramos o no? Mira que no soy de ofertar muchas veces, pero vos me interesas mucho.
-          Es, que tengo que pensarlo un poco, me agarras sin aviso. Encima tengo que volver a trabajar.
-          Por eso no te preocupes, el tiempo esta detenido, y si cerramos, el trabajo no va a volver a ser un problema, va a ser historia, otros van a trabajar por vos. Dinero haciendo dinero. Es fácil, fírmame aquí y tomate un traguito de esta botella y listo. Sin dolor.
El viejo, me extendió una botella de ron negro, y un papel machucado. Sabiendo que el trato estaba casi cerrado.
Estaba por agarrar, cuando algo me llamo  la atención, un resplandor tenue, en una pequeña pared sobresaliente, en una esquina del viejo baldío, que ahora era supermercado. Algo centello allí dentro. Le pedí un segundo al viejo y él acepto a regañadientes.
Me metí en un pequeño pasadizo terroso y pajonal, que no había sido derrumbado por el supermercado y camine un metro entre los yuyos. Y ahí en ese recoveco encontré la señal que necesitaba.
En esa pared, roída, figuraba mi nombre y el de todos los pibes del barrio. Era la pared, donde esculpíamos nuestro testimonio para el futuro. “La pared de los pibes”, que aun con el paso del tiempo y las construcciones se mantenía firme e intocable, escondida detrás de la mole del supermercado. Alguien se había apiadado y no la había tirado en el momento de la construcción y había construido una pared paralela, milagrosamente se mantenía testimonial ahí, con mi nombre y el de todos aquellos que pasaron por allí, todos y cada uno de los nombres, apodos y fechas. Muchos más de los que podía recordar, hasta algunos desconocidos que siguieron tallando después de mí.
"ALE 85", rezaba la pared.
Cuando salí, algo embarrado, el viejo ya no estaba.
Volví a la moto, conté las monedas que había en mi bolsillo y me puse a hacer cuentas.
Mañana vence el seguro del auto y el cable, y todavía no junte ni la mitad de la plata. A meterle pata nomás.   
Dicen, que  es como el tango y la muerte, “el viejo Manrique”, siempre espera.


q¨ ves cuando no ves?

lunes, 5 de agosto de 2013

Reencuentro.


Viernes 11 P.m.
Viernes de rencuentro.
En la puerta de casa, abrigadísimo, me subo a la moto negra y la arranco con fiereza.
La “jefa”, me mira desde adentro y me lanza una advertencia.
-          ¿Estas seguro que queres ir con la moto?. Mira que si vas a tomar, es mejor que te lleves la camioneta. Ya no sos un pibe.
-          Tranquila, me se cuidar, aparte no se bien que voy a hacer, así que ándate a dormir tranquila que voy a estar bien. Cualquier cosa mañana a la mañana prende la tele y fijate en las noticias.
Mi acotación demás está decir, no la dejo tranquila pero igual resignada cerró la puerta y le metió llave.

Resulta, que es verdad, ya no soy un pibe, y por eso este reencuentro con algunos viejísimos amigos, aquellos que la vida separó, me resultaba excitante.
No se bien como paso, pero después de un  largo tiempo, volver a tomar unas copas, ir de bares, se presentaba como una bocanada refrescante. Reencontrarme con mi vieja amiga, la noche.
 Después de todo, la real dimensión del paso tiempo te la dan aquellos que hace rato no ves. Te convertís en un extraño conocido. Con nuevas cicatrices y viejas historias.
 Es como mirar unas viejas fotografías, y ahí lejano te reconoces entre muchos. Más flaco, más gordo, con más pelo o más canas, sabiendo que no sos el mismo.
Y aquellos buenos viejos compañeros de calle son como una postal del pasado.
 Algunas cuentas para saldar, alguna cuenta a pagar. Detalles de una línea recorrida a destiempo.
Fuimos un pelotón, ahora deshilachado con el tiempo.
Y ahí…, metiéndome de cabeza en la noche, entre los tentáculos helados del viento nocturno enfilé para san Telmo.
Allí me esperaban aquellos, “nuevos viejos” conocidos, con la llave de la puerta del pasado hermético.

-Dale “boludo”, ¿Dónde estas? Mensaje de texto. -Mira que el bar de la calle Piedras esta cerrado. Te mando la nueva dirección, métele que ya estamos.
Estaba  ahí nomás,  así que gire acelerando por Directorio, me comí un par de puteadas y en cinco estacionaba a 45 grados entre varias motos.
Abrazos, cigarrillos, una nueva pelada, varios centímetros nuevos de panzas, humo mezclado en la oscuridad, un caño y una mujer montada subiendo y bajando, varios tragos de duro whisky sin hielo, algún reproche menor y una distancia a mares separándonos. Casi el mismo tugurio de antaño, casi los mismos chistes, solo nosotros definitivamente cambiados.
Algunos se quedaron atrás y ahí están, fijos en el tiempo, otros irreconocibles mutaron en señores de auto nuevo y trajes de hilo fino, alguno quedó en la caverna y alguno, como yo, ahí en un extraño limbo desconcertante.
Recuerdos de mujeres, de noches olvidadas, de viejas novias, de alguna entrada en la comisaría y de palizas, dadas y recibidas.
La noche, se desplumó en un santiamén y una claridad húmeda, aun pequeña se asomó tímida, entre las sombras de humo y alcohol.
Nos abrazamos y prometimos una nueva reunión, quizás en otros diez años, si queda alguno.
 Tambaleantes, algunos se metieron en sus autos con dificultad. Yo, bastante entero arranque la moto y comencé el regreso. Ya de madrugada.
Solo, con el viento de compañía, ….un cuchillo afilado.

Bajaba por Rivadavia, tranquilo y solitario, sin rastros del mareo que había asomado al salir del bar y toparme de frente con la pared gélida del día en pañales.
 Cabalgando llegue a Plaza Flores y no sé porque paré un segundo a tomar aire y refrescarme, demasiados recuerdos.
 Me prendí, un último cigarrillo.
Artigas esquina Yerbal, a un pasito el tren. 

En una esquina, a unos metros noté las huellas de una batalla épica. Y como el olfato tira, allí fui, como el lobo a la sangre.
Me acerque sigiloso, como siempre, con la moto apagada. Un gato.
Botellas rotas y charquitos de sangre goteando entre mucha basura. Pequeños puños de gente acorralados por aquí y por allá, algunos a los gritos y otros a los llantos. Ni una sirena.
Me acerqué un poco más, y me puse detrás de un par de morochas con más de una noche encima.
-          Se agarraron en la esquina, a la salida del baile. Parece que algún gil, se metió con la mina equivocada y se armó. Vocifero la más alta. De calzas atigradas y flequillo lineal.
-          Y encima saltaron los amigos, que bardo que se armó. Le contesto la de minifalda insólita y desafiante.
-          Que queres, era un bolita en pedo y encima un roñoso, está bien sentenció.
-          Si, hay que matarlos a todos, son todos iguales.
Semejante afirmación me conmovió.
Estaba algo perturbado por el alcohol, pero de todas formas seguía claro.      
Me acerque y vi al tipo tirado, estaba de ropa de trabajo y acomodado con cuidado, eso me sorprendió.
-          El padre salio a bancarlo, cuando el boludito rajó, y cobró. Que cagón el pibe ¿no?
-          Y bue, le pasa por metido, si el pendejito se hace el loco y chupa, que se la banque. Tiro alguien por ahí.
Yo me movía entre las cabezas oscuras y escuchaba en silencio todos los brutales comentarios.
-          Que se mueran todos estos putos sin aguante! Gritó uno desde el anonimato
-          ¡Si!, loco que se la banquen, que vayan a ganar y joder minitas en Bolivia. Borrachos de mierda, si no saben tomar que se jodan. Resopló otro, envalentonado no se por que.
En la otra punta del cuadrilátero, unos cabizbajos “aldeanos” solo miraban con sus ojos oscuros y húmedos. Con los puños cerrados y encogidos.
Varios les gritaron, aullaron al viento, furiosos y fuera de si.

La avenida Rivadavia, seguía su curso de vida normal. Lentamente, como un gigante despertando.
Los colectivos bufaban, un borracho en camiseta, tambaleaba desafiante entre algunos autos y algunos se “parlaban” infructuosamente una “trola vieja”.
En la, esquina amuchados, los ánimos se dispersaban al viento frío.
Eran casi las seis ya, y yo tenía que volver a fichar a la guarida, sino la “Jefa” sé  comenzaría a preocupar, y encima, me pareció escuchar de fondo alguna sirena.
 En eso, y casi como un fantasma, una minúscula mujer salio de entre las penumbras. Desde las sombras más oscuras. Desde las entrañas.
Típica “chola”, larga trenza azabache saliendo desde su sombrero amarillo paja, una larga pollera multicolor y una camisa floreada y multicolor. La cara trabajada y enmuescada por el tiempo y por el dolor sin fin, desde siempre.
 En patas y con dos “pibitos” llenos de mocos siguiéndola.
Se abrió paso como pudo, con cuidado y prolijidad, como pidiendo permiso y perdón y entre llantos se arrodillo frente al difunto y lo beso con un amor sublime.
Le puso unas flores en el lomo maltrecho, y en el silencio más silencioso lo abrazó y se quedo un buen rato abrazándolo, llorándolo.
La muchedumbre solo calló y se marcho de a poco en un silencio avergonzarte. Los guapos se desvanecieron, como la niebla. Los “aldeanos” se acercaron tímidos y sumisos.

Las voces callaron de repente. Desparecieron las gorritas, los flequillos, las minifaldas y las calzas atigradas.
Yo me quede.
 Me quede mirando a la solitaria dama, que inmóvil se mantenía abrazada junto a la silueta, allí desarmada en el suelo.

Me quede un buen rato y al rato me fui como un espectro en fuga.
 La moto rugió esforzada tras una primera puesta a fondo y me perdí cruzando la barrera de la calle Artigas,comoc siempre baja.

Al fin de cuentas, era mi reencuentro con la noche.




q´´ ves cuandonoves?