Recorrió los últimos metros a tranco lento como para fijar todo en sus
retinas. Suspiró. Infló su nariz al máximo y reconoció todos los sabores de lo
suyo. Todas aquellas cosas que ya conocía y que seguramente quedarían atrás.
Pero el premio lo valía.
Cerró los ojos, apaciguó con un par de palmadas suaves a su cansada yegua vieja y se bajó. Ella solo relinchó.
Antes de entrar al rancho del viejo, el sabio del pueblo, se detuvo y
ausente se perdió en los cerros amarillos que bordeaban sus infancias. Allí,
frente a sus ojos, danzando quizás por ultima vez los cientos pichones al azar
y las secas pajas del otoño. El sol, el viento y hasta las molestas chicharras.
Él era es clase de hombres que no puede con si mismo. Esos tipos que tienen
muy dentro una suerte de volcán siempre a punto de estallar. Personajes que sienten
haber nacido para cosas grandes. Caballeros de refulgentes armaduras que
brotaron en el lugar equivocado del mundo y que sin más que su espíritu como
espada y su esperanza como escudo, creen que pueden convertirse en algo más. En
algunos pueblos los llaman guerreros, en otros tantos peregrinos, y en la
mayoría de los lugares simplemente, idiotas.
De todas formas estaba convencido. No abandonaría esa tarea para lo cual se
sentía predestinado, y que desde chico
todos se habían empecinado una y otra vez en hacerle saber que no era posible¡¡
Qué locura!! Increíble de tan solo imaginarlo. Un simple guacho del pueblo sin más que unas patas
sucias y un cuero como piel logrando grandes hazañas en tierras lejanas. Imposible.
Pero no para él. Él sería un cazador. Uno de de dragones, como en los
cuentos. Un hermoso caballero de larga cabellera y ojos de mar.
Lleno de polvo ensayó una sacudida y se metió. Y el sabio, intuyéndolo, lo
esperaba tranquilo.
- ¿Qué anda buscando m`hijo?
- Un consejo antes de partir- contestó amedrentado ante la blanca mirada
del viejo eterno.
Este se levantó y apoyado en su gruesa rama de quebracho añejo lo rodeó
desconfiado.
- No mi muchacho-dijo seco- Mejor quédese aquí. Usted no esta hecho para
semejante tarea. No es el cuento que imagina, en esta historia no hay finales
felices.
El joven, que esperaba quieto, se sobresaltó ante tamaña revelación. De
todas formas y sin comprender siguió esperando.
- Le digo que no. ¿Entiende? Usted no sirve para cazar dragones.
Impávido permaneció de pie, y aunque todo su mundo se le desaplomaba
mantuvo cierta calma rezongona.
- Estoy preparado- Exhaló convencido
De nuevo el anciano giró a su alrededor y esta vez con la vara le dio un
par de golpecitos en las rodillas. Golpes que lo hicieron trastabillar.
- No. No lo esta. ¿Sabe? Mejor búsquese una novia, levante un rancho y
tenga muchos “gurises”. Viva tranquilo, usted
puede ser lo que quiera, tiene buena madera. Campesino, maestro, policía y
hasta hacendado feudal. De todo, menos un caballero cazador de dragones.
- Pero…
- Escúcheme, joven amigo- interrumpió sin dejarlo tartamudear alguna frase-
escúcheme y hágame caso. Usted vino por un consejo, no por una explicación.
¿Quería un consejo? Ya se lo dí. Se lo debo a su familia, por lo de su padre.
Ahora puede irse. Y recuerde, usted no sirve para cazar dragones. No insista
con eso
- ¿A mi familia? ¿Acaso usted conoció a mi padre?- dijo abriendo sus ojos negros
casi petróleo y preso de una emoción incontenible por haber obtenido una pista
sobre aquella ausencia de siempre- ¿él también quería cazar dragones? Como yo. Ahora
entiendo, por eso se marchó.
- Lo siento pero no. El era un borracho hijo de puta, una mala semilla
hecha de madera podrida. Pero usted no es así. Usted es bueno, y los buenos son
los primero que mueren. Los primeros en ser devorados por el monstruo. Mire, vi
muchos como usted, acepte mi advertencia.- y dicho esto lo palmeó y se retiro
arrastrando las patas ajadas por el piso de tierra negra.
- ¡Yo me voy a cazar, voy a cazarlo! ¡Ya lo va
a ver, y nada me va a detener, me sobra fe!- gritó- ¡lo bien tengo estudiado!
No me asustan esos largos cuernos que salen de a miles en su cabeza, ni esos incontables
rayos blancos que aparecen de la nada y por todas partes. No le temo a los
miles de pequeños bichos que revoletean hambrientos a su alrededor, ni en sus
intestinos. Sus gritos metálicos no me van a amedrentar y esos insectos
carnívoros que se deslizan y que dicen que comen gente, con todos esos colores
chillones, no me preocupan. Mire sí los esclavos que lo protegen, esos con pequeñas
armas que siempre destellan en sus manos y los tienen tan ocupados me van a
preocupar. ¿Justo a mí? ¡Por favor! En el monte me la he visto con fieras más
bravas. ¡Yo voy a conquistar y domar a ese dragón al que llaman ridículamente feroz.
Llevo mi fe como escudo y mi suerte como lanza. ¡Viejo, a mí nadie me va a
comer, a lo sumo yo lo haré! Yo me lo voy a devorar de un bocado. Ya va a ver.
Y furioso salió y se montó en su yegua.
Antes de partir completamente enojado y casi sintiendo desprecio por aquel
charlatán senil escuchó finito una voz
que venía del fondo.
“No es suficiente. Ni la suerte ni la fe”.” Nada es suficiente para evitar
ser devorado”.
Y tenía razón. El dragón cuyo legendario nombre es “ciudad” no perdona. Ni lo
hará.
Q´ves cuando no ves.