Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

lunes, 25 de agosto de 2014

Cazador de dragones.

Recorrió los últimos metros a tranco lento como para fijar todo en sus retinas. Suspiró. Infló su nariz al máximo y reconoció todos los sabores de lo suyo. Todas aquellas cosas que ya conocía y que seguramente quedarían atrás. Pero el premio lo valía.
Cerró los ojos, apaciguó con un par de palmadas suaves a su cansada  yegua vieja y se bajó. Ella solo relinchó.
Antes de entrar al rancho del viejo, el sabio del pueblo, se detuvo y ausente se perdió en los cerros amarillos que bordeaban sus infancias. Allí, frente a sus ojos, danzando quizás por ultima vez los cientos pichones al azar y las secas pajas del otoño. El sol, el viento y hasta las molestas chicharras.  
Él era es clase de hombres que no puede con si mismo. Esos tipos que tienen muy dentro una suerte de volcán siempre a punto de estallar. Personajes que sienten haber nacido para cosas grandes. Caballeros de refulgentes armaduras que brotaron en el lugar equivocado del mundo y que sin más que su espíritu como espada y su esperanza como escudo, creen que pueden convertirse en algo más. En algunos pueblos los llaman guerreros, en otros tantos peregrinos, y en la mayoría de los lugares simplemente, idiotas.
De todas formas estaba convencido. No abandonaría esa tarea para lo cual se sentía  predestinado, y que desde chico todos se habían empecinado una y otra vez en hacerle saber que no era posible¡¡ Qué locura!! Increíble de tan solo imaginarlo. Un simple   guacho del pueblo sin más que unas patas sucias y un cuero como piel logrando grandes hazañas en tierras lejanas. Imposible.
Pero no para él. Él sería un cazador. Uno de de dragones, como en los cuentos. Un hermoso caballero de larga cabellera y ojos de mar.
Lleno de polvo ensayó una sacudida y se metió. Y el sabio, intuyéndolo, lo esperaba tranquilo.
- ¿Qué anda buscando m`hijo?
- Un consejo antes de partir- contestó amedrentado ante la blanca mirada del viejo eterno.
Este se levantó y apoyado en su gruesa rama de quebracho añejo lo rodeó desconfiado.
- No mi muchacho-dijo seco- Mejor quédese aquí. Usted no esta hecho para semejante tarea. No es el cuento que imagina, en esta historia no hay finales felices.
El joven, que esperaba quieto, se sobresaltó ante tamaña revelación. De todas formas y sin comprender siguió esperando.
- Le digo que no. ¿Entiende? Usted no sirve para cazar dragones.
Impávido permaneció de pie, y aunque todo su mundo se le desaplomaba mantuvo cierta calma rezongona.
- Estoy preparado- Exhaló convencido
De nuevo el anciano giró a su alrededor y esta vez con la vara le dio un par de golpecitos en las rodillas. Golpes que lo hicieron trastabillar.
- No. No lo esta. ¿Sabe? Mejor búsquese una novia, levante un rancho y tenga muchos “gurises”.  Viva tranquilo, usted puede ser lo que quiera, tiene buena madera. Campesino, maestro, policía y hasta hacendado feudal. De todo, menos un caballero cazador de dragones.
- Pero…
- Escúcheme, joven amigo- interrumpió sin dejarlo tartamudear alguna frase- escúcheme y hágame caso. Usted vino por un consejo, no por una explicación. ¿Quería un consejo? Ya se lo dí. Se lo debo a su familia, por lo de su padre. Ahora puede irse. Y recuerde, usted no sirve para cazar dragones. No insista con eso
- ¿A mi familia? ¿Acaso usted conoció a mi padre?- dijo abriendo sus ojos negros casi petróleo y preso de una emoción incontenible por haber obtenido una pista sobre aquella ausencia de siempre- ¿él también quería cazar dragones? Como yo. Ahora entiendo, por eso se marchó.
- Lo siento pero no. El era un borracho hijo de puta, una mala semilla hecha de madera podrida. Pero usted no es así. Usted es bueno, y los buenos son los primero que mueren. Los primeros en ser devorados por el monstruo. Mire, vi muchos como usted, acepte mi advertencia.- y dicho esto lo palmeó y se retiro arrastrando las patas ajadas por el piso de tierra negra.
-     ¡Yo me voy a cazar, voy a cazarlo! ¡Ya lo va a ver, y nada me va a detener, me sobra fe!- gritó- ¡lo bien tengo estudiado! No me asustan esos largos cuernos que salen de a miles en su cabeza, ni esos incontables rayos blancos que aparecen de la nada y por todas partes. No le temo a los miles de pequeños bichos que revoletean hambrientos a su alrededor, ni en sus intestinos. Sus gritos metálicos no me van a amedrentar y esos insectos carnívoros que se deslizan y que dicen que comen gente, con todos esos colores chillones, no me preocupan. Mire sí los esclavos que lo protegen, esos con pequeñas armas que siempre destellan en sus manos y los tienen tan ocupados me van a preocupar. ¿Justo a mí? ¡Por favor! En el monte me la he visto con fieras más bravas. ¡Yo voy a conquistar y domar a ese dragón al que llaman ridículamente feroz. Llevo mi fe como escudo y mi suerte como lanza. ¡Viejo, a mí nadie me va a comer, a lo sumo yo lo haré! Yo me lo voy a devorar de un bocado. Ya va a ver. Y furioso salió y se montó en su yegua.      
Antes de partir completamente enojado y casi sintiendo desprecio por aquel charlatán  senil escuchó finito una voz que venía del fondo.
“No es suficiente. Ni la suerte ni la fe”.” Nada es suficiente para evitar ser devorado”.

Y tenía razón. El dragón cuyo legendario nombre es “ciudad” no perdona. Ni lo hará.






       Q´ves cuando no ves.

sábado, 2 de agosto de 2014

Atravesada.

Buscaron el lugar con menos barro, desempacaron las cosas y se pusieron a armar la carpa. Todo a las apuradas. Como la decisión de alejarse por un rato.
El oso”, ocasional compañero de aventuras, paranoico buscador de traiciones y aficionado al aroma del dinero, había tenido una semana ardua y casi de improvisto lo “obligó” a seguirlo. Y fueron.
La verdad es que no eran amigos, ni siquiera compañeros, hasta podría decirse que ni siquiera buenos conocidos, eran dos casi extraños sin nada en común mas que algún trato comercial. Pero de alguna manera esa lejanía cómoda les servía.
Con el “sol de noche” mordiendo la oscuridad cruzaron un pequeño barranco de lodo y echaron cañas. En silencio, tan solo con el sonido de las aguas viejas golpeteando las piedras desparejas y el aullido mudo de lo oscuro.
Arrimaron alguna botella, encendieron un fuego, prendieron sus cigarros y permanecieron como debe ser, cada uno en sus asuntos.
De vez en cuando alguno se acercaba al otro, le mascullaba alguna broma en jerga pesquera y volvía a su puesto. Nada extraño, nada fuera de lo común para en esa extraña cofradía que suelen formar algunos tipos hombres.
Como una testigo pasajero, la luna los observaba atenta mientras lentamente rasgaba los cielos límpidos hacía una lejana madrugada y de paso marcaba sus frágiles siluetas en una orilla solitaria.
“El oso”no tardó en dormirse. Acomodó su huesos entre un pajonal seco y de a poco se entregó a los brazos del sueño. La pesca no importaba, lo suyo estaba en parte. Su vida a mil lo necesitaba.
Él lo observó por un rato, y tuvo su dosis diaria de rencor pero solo por un pequeño momento, al rato lo dejó y volvió a su puesto. Por el momento la jornada no ofrecía nada. El agua quieta, el viento cálido y algún que otra grillo chirriando pero nada mas.
Tomó asiento en una roca y espero el tirón buscado.
Cuando la jornada amenazaba seriamente con convertirse en un sopor yermo lo vio venir.
El gaucho venia vadeando la orilla. Caminaba con las patas embarradas y jugueteaba con las ramitas puntiagudas que siempre hincan los bordes, y quizás venía algo ebrio. Este se le acercó miró el horizonte fundido en negro y le lanzó.
  • -¿Que buscas?
  • -Nada. Solo estoy esperando. Esperando algún pique, pero creo que me vuelvo virgen.
Con la confianza que da la soledad, el gaucho se acercó al fuego, levantó la botella de aguardiente y le dio un sorbo largo. Luego se acercó al “oso”, lo revisó muy por arriba, y lo dejó. Solo para volver hacia él.
  • -Raro- dijo mientras capeaba el río.
  • -¿Raro? ¿que es raro?
  • -Nada, esta raro.- y le dio otro beso a la botella- pasa, a veces pasa.
Sin comprender recogió la linea de pesca, revisó el anzuelo inmaculado, lo recargo con bastante carnada y lo lanzó.
  • -Entonce amigo de la ciudad,¿que anda buscando?
  • -Nada, le dije que nada. Solo estoy de pesca, pesca deportiva.
El gaucho no le dio importancia a esa leve inflexión enojada en su voz y continuó perdido en las aguas.
  • -Sí yo también la perdí. Y no se cura tan fácil.
  • -¿Perdón?
  • -Digo que yo también la perdí. Amigo no se le va a pasar tan fácil, algunas uñas se clavan profundo.
  • -No entiendo. Perdóneme pero no entiendo lo que dice.
El gaucho se acercó al fuego, recogió un madera en llamas y se la acercó al rostro.
  • -Lo veo en su mirada. Allí atravesada. Y lo noto en su voz. Atragantada.Ella esta ahí.No la puede sacar de su cabeza. Pero quedes tranquilo mi amigo, esos secretos deben guardarse.
Tomó la botella, le mangó un cigarro y se volvió a perder por la senda del agua.
Y él quedó allí. Sentado. Con ella atravesada en su mirada, con ella atragantada en su boca. Con su mejor secreto bien encerrado.
El viento viró el rumbo, las aguas se agitaron y por fin un reluciente Dorado mordió el anzuelo.
Preso del alboroto “el oso” se despabiló y lo ayudó. Se fotografiaron junto a la presa, la devolvieron y continuaron. Desde allí la noche se convirtió en un festín cazador.

Por la mañana, siguieron cada uno en la suya y cuando el sol comenzó a pendular en medio del cielo azul, recogieron sus cosas y rumbearon al pueblo. “El oso”, viejo conocedor de las artes culinarias, conocía un secreto bien guardado. Un excelente lugar para comer a unos kilómetros de allí.
Entraron, “el oso”se sentó, prendió su teléfono que estalló en pendientes y volvió a ser el de siempre. Él se dirigió al viejo mostrador de roble húmedo donde un pachorriento personaje escuchaba una carrera de autos. Y dijo.
  • - ¿Puede haber algo listo?
El parroquiano lo miró gentil, aunque no dijo nada, le hizo unas señas y se marchó.
Y ahí, en una pared descascarada notó la foto. En sepia, añeja, casi ajada.
Un gaucho o un pescador sonreía en patas junto a una doncella morenita como el caramelo. Él adusto, aunque apasionado. Ella casi indígena delicadamente feliz. Ambos eternos.
  • -Maestro, ¿quienes son aquellos dos ?- dijo señalando la foto mientras el parroquiano le acercaba una bandeja llena de carnes humeantes y jugosas
  • -¿Aquellos? Ni idea. La foto vino con el local. Cuando lo compre la deje allí. Me trae suerte, y ademas es pintoresca. Digo por la antigüedad, debe tener no se cien años.
  • -Mire usted- dijo con cierta decepción.
Regresó a su mesa cargado de comida y se sentó a comer junto a su “conocido”, aunque ya estaba fastidiado. “El oso” no paraba de habla por teléfono, daba indicaciones, hacía cuentas y gritaba.
De todas formas, sin opción, comió, calló y ni bien terminó salió a fumar.
  • -Es un cuento viejo- de repente dijo una anciana de mil años que tejía al sol.
  • -¿Como dice?
  • -Un cuento. Uno de tantos que se cuentan en los pueblos. Nadie sabe que paso. Algunos dicen que la indiecita se ahogó en el río, otros que la mataron por india y algunos que desapareció con un ricachón que la engaño y se la llevo como sierva. La mayoría ni siquiera cree. Lo cierto es que los viejos, y le advierto que no quedamos muchos, sabemos que el pescador nunca dejó de buscarla. Esa es la historia de la foto. Usted perdone a mi nieto, es como todos los jóvenes, bobo pero bueno.
Un bocinazo lo despabiló. “El oso” estaba apurado por volver a acelerar.
Él se subió dispuesto a dormir un rato y a no tener que hablar. Francamente ya lo detestaba.
Pero no pudo. Algo le molestaba en los ojos. Quiso seguir la charla, pero tampoco. Algo lo enmudecía en su garganta.
Y sabía el porque.
La tenía trabada en la mirada y atragantada en su garganta.




Q´ves cuando nos ves?