Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

sábado, 16 de febrero de 2013

Los tigres del pliegue


Siempre me gustó recorrer la ciudad especialmente por la noche.
La verdad es que me siento mas a cómodo, como los gatos, prefiero la oscuridad. De hecho cuanto más cerrada sea una calle, mas me gusta transitarla. Meterme de lleno en sus fauces negras y disfrutar de la soledad o el cobijo que solo una noche templada te da.
 La mayoría, más en estos tiempos, me ve como un maniático¿ No se porque? Aunque supongo que meterte en ciertos lugares puede no resultar una gran idea. Pero hasta ahora, siempre me sentí seguro. Siempre.
Quizás sea por eso, o probablemente suerte, no sé. lo cierto es que marcha bien y solo espero que siga así.
El miércoles por la noche tenia que ir al barrio de Constitución e iba bien cargado.
Tenía la guitarra y una mochila con varias piezas bastante pesadas.
 Podía haber vuelto a casa dejar la moto,  agarrar la camioneta y viajar más ligero. Pero solo por rebuscado me decidí por la opción difícil.
 Até las cosas detrás y me lancé hacía los “pliegues” de la ciudad.
Así llamo yo, a los lugares donde la ciudad se embarulla y arruga. Tengo la absurda  teoría, que la ciudad es como una cama de hotel. Las sabanas del centro siempre se mantienen prolijas y apelmazadas. Limpias, ordenadas, igual que en las camas de hotel. Pero en las puntas que no se ven, ocultas bajo el colchón,  deduzco que las cosas no son iguales.
 Aquellos colgajos que quedan cubiertos siempre se encuentran arrugados. Escondidos. Igual  que en la ciudad.
Algo incomodo, subí y me lancé.
La nochecita se presentaba fresca, y ni bien pude, viendo que los "amigos se azul"estaban desaparecidos, me saque el casco y disfrute un rato la corriente en la cara.
A contramano de los demás bajé por San Juan en tiempo record. Crucé Nueve de Julio y ahí nomas me tope con un par de móviles levantando a un par de “fantasmas del paco” bien duritos.
Quise sacar unas fotos pero la verdad, no me animé.
Doblé a la derecha por la calle Taquari y de lleno me vi entre de travestís con pinta de “zaguero central de un equipo de la C”. Quise fotografiarlos pero no había suficiente luz, y el riesgo de ser apaleado sinceramente me hizo desistir. Los "muchachos" eran enormes y en general no se andan con vueltas. Aunque pensándolo bien quizás si.
Seguí bajando y lamentando las oportunidades perdidas. Pero en los pliegues siempre hay algo. Historias perdidas, leyendas urbanas. Bolsas, latas, y fantasmas.
Taquari al 1900, bajo la autopista Nueve de Julio.
Frente a mí, un pliegue abandonado, habitado por algo así como ochenta o noventa personas. 
Sobre la derecha, bajo la caverna que se forma entre la autopista y los terraplenes de tierra, listo para ser contado  un verdadero campamento medieval.
Diez o veinte niños, aun en pañales, correteando alrededor de una manguera improvisada en medio de la vereda. Una o dos gordas, a la distancia, vigilando cual faro abandonado.Una montonera de tierra con tres borrachos despedazados sin sentido bajo unas bolsas blancas a modo de frazada.Carros con trapos sucios. De vez en cuando pequeños grupos charlando en silencio, de vez en cuando grupos más grandes charlando a gritos. Todo en el mismo "barrio privado".

Si bien yo estaba en la vereda de enfrente, rápido me dí cuenta que sacarles una foto no sería sencillo. Eran demasiados y algunos parecían algo hostiles, hasta aluciné que  me miraban de reojo.
Maniobra de distracción numero uno.
Me saqué la guitarra de la espalda, me arrodillé frente a la rueda delantera de la moto y entre los rayos de la rueda disparé.
Maldito flash delator.
Maniobra de distracción numero dos.
Disimulando intenté hacer alguna estúpida reparación, y fisgonear desde la trinchera. Y noté que seguían mirando fijo hacia mi posición. Pero también me tranquilice cuando al rato me avivé que la miradas no eran dirigidas sino que eran miradas lejanas, perdidas en la nada.
Escondido disparé un par de veces más y por fin subí y arrastré moto a la esquina.
Las fotos habían salido mal.




Apenado, tome la mejor y la peor  decisión de lo últimos tiempos.
Estacioné, me colgué la guitarra a modo de bandolera. Le eché candado al rodado y me acerqué al ultimo grupo. Un puñado de extraviados que se encontraba charlando en una suerte de fogón, alrededor de la basura.Parecían cuatro tigres peligrosos.
            “¿Muchachos puedo sacarles unas fotos?”
Los tigres me miraron impávidos. Sorprendidos. Con la misma cara que miro el resumen de la tarjeta cada fin de mes.
-         Sí les molesta me dicen y me voy- solo para embarullarlos seguí- les cuento voy por las ciudades contando y fotografiando las cosas que la gente no ve, no quiere o no pude ver, y después cuento sus historias y las publico. Intento mostrar lo que nadie muestra. Sí les molesta …. no jodo más y me las tomo.
Confieso que agrandé los galones para no parecer un idiota feliz, pero resultó.
El primero, un hombre peludo y en cueros, amablemente me dijo que no. Que lo avergonzaba. Los demás se mostraron contentos y accedieron con una amabilidad que hace tiempo no recuerdo entre mis allegados.
Al cabo no eran tan hostiles. Es más todo lo contrario.
-        Y vos trabajas de esto?- me dijo el mas viejo de los cuatro.
-         No trabajo en otra cosa, pero camino la ciudad mucho tiempo y busco mi alma por ahí.
-       Esta en todos lados como acá o la cosa esta mejor en otros lado?, porque por acá andamos la lona total- dijo uno de los tigres..
-         Esta mal, esto se fue a la mierda hace rato- agrego otro.
-         Por lo menos una foto va quedar y en miles de años alguien las vea y entienda- disparó con una lucidez inesperada uno..
-         Mira-dije- quien te dice quizás alguien les tire una soga, a veces ha pasado.
-        Ojala. Un sorbo de vino, eso es lo que necesitamos-dijo el viejo mientas me acercaba un cartón dudoso.
La  idea no me pareció para nada agradable, pero yo era su invitado y no quise despreciarlos, aunque alguna que otra vez he probado cosas peores. Y para ser sinceros, el trago no estaba tan mal.
-         Y que haces?, ¿le tocas la guitarra a la gente?Dale toca una cumbia mientras tanto- completó el mas reacio descubriendo el bulto durmiente en mi espalda.
-         Uy, no me se ninguna. Lo siento solo se tocar rock y algo de blues.
-         Lastima hubiese estado bueno.
Poco a poco el temor se diluyo y comencé a sentirme cómodo con ellos, y ellos cómodos conmigo.
-         Bueno ahí va la foto.
El mas viejo me hizo esperar, sacó del basural una insólita galera y posó increíblemente feliz.
Supongo que se sentía parte de algo, aunque más no fuera algo chiquito.
-         ¿Otro trago campeón?
-         No gracias, ando con la moto y si me paran estoy frito- dije disimulando con altura.
-         Che, tenés mas tatuajes?- me dijo el gordito que estaba sentado en un mimbre ralo.
-         No solo estos los de los brazos.
-          ¿Y que significan?
-         Son los nombres de mis hijo y algunas frases en otros idiomas.
Y la cosa estaba patas para arriba. Ellos me preguntaban con total naturalidad, como viejos amigos. Querían saber que era de mi vida. Que era lo que yo buscaba.
Hasta el peludo hosco se metió en la conversación animado una vez que me tomo confianza. Como los perros apaleados ante el afecto.
      -Siempre están aquí sentados ”.
      - Y si otro lugar no tenemos, somos como un minibarrio privado. Los de allá son unos bolivianos que se vinieron a matar el hambre acá, y mira como terminaron, muertos de hambre. Los del medio son una bandita de chorros y cartoneros, ellos son los que nos consiguen la comida y el chupi. A cambio nosotros le bancamos la parada. Los demás son buscas que van y viene, mas un par de trolas viejas que apolillan en esos colchones viejos y si queres te tiran la goma por dos mangos¿Queres?
Negué con la cabeza.
     -  Bueno, vos te lo perdes. te la chupan bien. Nosotros cuidamos los coches y nos hacemos algún billetin de vez en cuando. Así vamos zafando hasta que la historia se termine- completó el más ajado.
       - Y si, cuando se acaba la historia, se acaba, éramos muchos, ya quedamos pocos- esbozó uno flaquito y manchado que hasta ahí no había hablado y que se mantenía mate en mano algo alejado- ¿Y vos en que andas?.
          -Voy vengo. Trabajo. Me las arreglo bien.
   Eran gente sencilla sin historias rimbombantes, ni heroicas ni desgraciadas, solo gente de los pliegues, gente común, brutalmente sincera. Eran al fin de cuentas, gente como uno, solo que a la deriva.
        -¿Y a la noche que pinta muchachos?”. Pregunté absurdo.
       -Nada- contestaron al unisono- y agregaron riendo vacíos de dientes- lo que venga esta bien, igual ahora vamos a ser famosos.
Me reí.
De pronto sonó el celular, y atendí.
             -Muchachos, me tengo que ir, me llama la patrona.
Asintieron contentos, me tendieron las manos y afectuosos me saludaron.
Yo me calcé la guitarra en la espalda, les tendí la mano. Camine unos metros y me subí a la moto.
Arranque y me alejé.

En menos de quince minutos estaba tirando trecientos mangos en Mc Donald´s.


Q ves cuando no ves?



Nota al paso:
Si andan por ahí, Taquari al mil novecientos, bajo la autopista, mendíguenles un par de bocinazos.
 Ya van a saber que son famosos.




 

viernes, 1 de febrero de 2013

Universos paraleos en quince palabras.

Cinco de la tarde, el sol raja la tierra.
El “negro” salió  de su casa dispuesto a un largo día de cartoneo, aplastado en el pavimento hirviendo de la ciudad gris. Se sabía un animal carroñero de baja denominación.
Minuciosamente arañó las calles de  todo Flores, hurgando como un ratón en cada hueco, escaló por Rivadavia desde Nazca hasta Acoyte, para retomar y bajar por Yerbal hasta la calle Concordia, en busca del paraíso.
El carro en su espalda era su mochila.
 Ahí enfilö hacia la avenida Avellaneda, repleta de restos de tela, cartón, botellas de plástico, y mucho papel. Todo amontonado de forma brutal sobre la vereda, la calle y hasta en la puerta de los locales comerciales.
La rutina de siempre, solo que más pesada y lenta.
Cada vez le costaba más ser burro de carga.
Sabía que había otra manera de hacerlo, de seguir adelante; pero no se animaba, ya sea por cobardía o por honradez, o por una mezcal de ambas.
Luego de la eterna disputa por las migajas polvorientas y sucias entre “colegas”, apoyó las pesadas maderas de su carro en sus hombros y enfiló directo por la avenida San Pedrito  para el Bajo Flores. La competencia desigual había sido feroz.
 Ahí lo esperaba como siempre “Héctor, el reventa” para hambrearle algo  por la mercadería.
Iba contento, en una esquina había acertado con dos baterías de auto, calcinadas, un ventilador fundido y algunos manojos de cables enredados, entre otras cositas similares.
La espalda lo apretaba contra los huesos de la cintura, los pies en llamas por el pavimento carbonizado y las venas tubulares de la cara amenazaban con reventar de un momento a otro, cada gota caliente era un espasmo.

Entre yuyos quemados, y charcos  secos, llegó por fin a lo del  “reventa”.
Un turro con cara de agua estanca, que de favor y por ser él, le arrimó unos treinta pesos, dos vales para comida, que el gobierno reparte entre los punteros políticos y una palmada en la espalda.
-         Es todo?
-         Y la cosa está mal para todos. Es demasiado, las sobras ya no valen nada.
Sin comprender el insulto tomó las migajas y agradeciendo servil se esfumó, entre la maleza mal crecida.
Resignado arrugó veinte pesos en el bolsillo trasero de la bermuda sucia, y dejó a mano diez  por si lo apretaban los “chicos del humo”.
La “negra” lo esperaba.
Sentada en la puerta del rancho con mil pibes y mil moscas revoloteando entre algo de  basura, tomaba unos mates mientras doblaba alguna que otra remera.
Sonriendo con la boca llena de nada, le acercó un balde con agua, que el negro inmediatamente se echó encima, como curativo.
El “negro”, le dio los vales y los treinta pesos con pudor.
La mano ajada de la “negra” los tomó e inmediatamente mostró su decepción.
Sin mediar más el “negro“ le dijo:
-         No te preocupes por la noche salgo de vuelta, a ver si consigo algo más. Me tiro un rato a descansar que el pecho y la espalda me están matando. Negrita, prepárate unos amargos en un ratito los tomamos. Dale algo de comer a los pibes yo cualquier cosa como por ahí.
La “negra” asintió resignada.
El “negro” corrió un tallón a modo de puerta y entumecido se hundió en el colchón.


Eran casi las dos de la mañana cuando un terremoto le cruzó el pecho.
Ya volvía al rancho, la noche había sido mediocre pero útil. Y ahí nomás al alcance de la mano, la heladera vieja, el gran premio.
Solo el carro en solitario era testigo, bajo una luz amarilla y suave.
 Se recostó en la vereda y ahí quedó por última vez.
El cuerpo dijo basta.


Cinco de la tarde, el sol raja la tierra.
El “negro” salió  de su casa dispuesto a un largo día de “cartoneo”, aplastado en el pavimento hirviendo de la ciudad gris. Se sabía una animal de rapiña de baja denominación.
Minuciosamente arañó las calles de  todo Flores, picoteando en vano como un gato en cada ratonera, escaló por Rivadavia desde Nazca hasta Acoyte, para retomar y bajar por  Yerbal hasta la calle Concordia, en busca del paraíso.
El carro en su espalda era su cómplice.
 Ahí enfiló hacia la avenida Avellaneda, repleta de oportunidades, autos con ventanas abiertas, manteros desprevenidos, compradores inocentes, locales desprotegidos y mucho descontrol. Todo amontonado de forma brutal sobre la vereda, la calle y hasta en la puerta de los locales comerciales.
La rutina de siempre, solo que más pesada y lenta.
Cada vez le costaba más ser pájaro de rapacería.
Sabía que había otra manera de hacerlo, de seguir adelante; pero no se animaba, ya sea por cobardía o por facilidad, o por una mezcla de ambas.
Luego de la eterna disputa por las migajas polvorientas y sucias entre “colegas”, apoyó las pesadas maderas de su carro doble fondo, en sus hombros y enfiló directo por la avenida San Pedrito  para el Bajo Flores. La competencia desigual había sido feroz.
 Ahí lo esperaba como siempre “Héctor, el reventa” para hambrearle algo  por la mercadería.
Iba contento, en una esquina había acertado con dos espejos de auto flojos, un stereo viejísimo a la vista,  un celular desprevenido y algunos manojos de medias enredados en mantas flacas, entre otras cositas similares.
La espalda lo apretaba contra los huesos de la cintura, los pies en llamas por el pavimento carbonizado y las venas tubulares de la cara amenazaban con reventar de un momento a otro, cada gota caliente era un espasmo.

Entre yuyos quemados, y charcos  secos, llego por fin a lo del  “reventa”.
Un turro con cara de agua estanca, que de favor y por ser él, le arrimó unos treinta pesos, dos vales para comida, que el gobierno reparte entre los punteros políticos y una palmada en la espalda.
-         Es todo?
-         Y la cosa está mal para todos. Es demasiado, las sobras ya no valen nada.
Sin comprender el insulto tomó las migajas y agradeciendo servil se esfumó, entre la maleza mal crecida.
Resignado arrugó veinte pesos en el bolsillo trasero de la bermuda sucia, y dejó a mano diez  por si lo apretaban los “chicos del humo”.
La “negra” lo esperaba.
Sentada en la puerta del rancho con mil pibes y mil moscas revoloteando entre algo de  basura, tomaba unos mates mientras doblaba alguna que otra remera.
Sonriendo con la boca llena de nada, le acercó un balde con agua, que el negro inmediatamente se echó encima, como curativo.
El “negro”, le dio los vales y los treinta pesos con pudor.
La mano ajada de la “negra” los tomó e inmediatamente mostró su decepción.
Sin mediar más el “negro“ le dijo:
-         No te preocupes por la noche salgo de vuelta, a ver si consigo algo más. Me tiro un rato a descansar que el pecho y la espalda me están matando. Negrita, prepárate unos amargos en un ratito los tomamos. Dale algo de comer a los pibes yo cualquier cosa como por ahí.
La “negra” asintió resignada.
El “negro” corrió un tallón a modo de puerta y entumecido se hundió en el colchón.


Eran casi las dos de la mañana cuando un chasquido le cruzó el pecho.
Ya volvía al rancho, la noche había sido mediocre pero útil. Y ahí nomás al alcance de las manos, la llanta sin seguridad, el gran premio
Solo el carro en solitario era testigo, bajo una luz amarilla y suave.
 Se recostó en la vereda extraña y densamente húmeda y ahí quedó por última vez.
Alguien desde el anonimato le dijo basta.



Jueves feriado por la mañana, bien temprano.
Prendo la moto y ahí nomás, a dos cuadras de llegar al trabajo, veo un tipo tirado en el piso y un carro abandonado.
 Hay dos mojones de vecinos charlando en cada calle y un patrullero con algunos pocos policías debatiendo de futbol, mate en mano.
Me acerco disimulado, y con cara de interés, al primer grupo.
Una señora con un perrito pequeño,  blanquito y desplumado, le comenta a otra.
-         Parece que le agarró un infarto al cartonero este. Está tirado aca desde las tres de la mañana más o menos. Pobre tipo.
Ambas asienten en silencio.

Me acerco al segundo grupito, algo más alejado.
Un pelado panzón en cueros le comenta al canillita.
-         Mirá como quedo el chorrito este. Seguro quiso afanarse una llanta, meterla en el carro y algún vecino le pego un tiro. Hizo bien, se ve que lo tenían podrido. Esta tirado acá desde las tres de la mañana.  Se lo merecía.
Ambos asienten en silencio.


Me acerco a la policía y escucho antes de partir.

NN, fallecido en la vereda.
Causas no identificadas.
Se solicita ambulancia, bolsa mortuoria y traslado a la morgue judicial. 

quince palabras distintas....
dos universos iguales...



q ves cuando no ves?