Antes del final
Por primera vez, desde que habían partido
estaba completamente abatido y su cabeza ya no le pertenecía.
¿Quién era realmente aquel tipo que los
guiaba? ¿Un lunático convincente, un excéntrico convencido, un sabio iluminado o simplemente un hombre común,
aunque demasiado inteligente?
Se detuvo, acomodó su carga, resignado lanzó una fugaz mirada los
destellos suaves que se extinguían por
detrás de él, y sin pausa continuó descendiendo hacía un oscuro y rocoso cuello
de botella. Una angosta grieta por la cual los demás ya habían bajado, y donde
ansiosos lo esperaban.
Los veía mover sus linternas, haciéndole
señales desesperadas por encontrarlo, pero no daba más. Bajó de su espalda el cuerpo tieso de Renzo y
con una manta sucia volvió a cubrirlo.
Siempre había añorado deambular por caminos
oscuros, vagabundear en las sombras, pero esta aventura era completamente
diferente. Nunca como ahora, se jugaba
el pellejo.
Apagó
su linterna, y a oscuras buscó un
momento de calma entre tanto arrebato.
Solo para tranquilizarlos, les hizo las
señales de rigor, y a su ritmo, de a poco, se les fue acercando. Combado como
un arco vencido, arrastrando las piernas y pateando piedritas.
Mientras tanto, hondos, lo aguardaban relajados.
Soledad se adelanto y los abrazó. No lo demostraba, pero
también comenzaba a preocuparse. Era una muchacha joven, impetuosa y algo
inconsciente pero de ninguna manera tonta.
Sam, solo los miraba lejano. Ensimismado, y probablemente
pensando en redescubrir la huella perdida.
- ¿Dónde nos metimos?- preguntó Soledad, y
con cierto enfado añadió- y vos Manu. ¿Por qué apagaste la linterna?
-
No sé, estoy muerto. Solo paré
un minuto a descansar, ya no puedo más y me parece que Renzo esta peor. Espero
que lleguemos pronto, sino vamos a tener muchos más problemas. Mirálo, esta
helado.
Soledad, rodeó a Manu y enfocó la cara blanquísima de Renzo. Le acaricio con ternura el
pelo, y la dio un pequeño beso.
-
Cuando quieras hay otro para vos- le dijo al pasar.
Giró su linterna e hizo un pequeño recorrido
rápido por aquella enorme gruta que se
abría sobre ellos, y no dudó en encararlo.
- Sam, ¿falta mucho para llegar?
-
No ya estamos. Creo que casi llegamos.- respondió carraspeando y más lacónico
que de costumbre.
-
Perdonáme, como qué, creo. Tenés alguna idea de cuánto falta o estamos
perdidos- interrumpió Manu sorprendiendo a todos y mostrando un desacostumbrado
y nuevo enojo. A fin de cuentas, él
llevaba toda la carga, y se sentía culpable.
-
Quedáte tranquilo, estamos
cerca. Sé muy bien por donde vamos, falta poco, no te desesperes, en momentos
como este siempre es bueno mantener la calma- contestó impávido y agregó- –sí queres cargo Renzo un poco yo.
-
No dejá, si decís que falta poco, te creo. Sigamos. Ya quiero salir de
esta cueva.
Soledad
sonrío. Para ella la aventura estaba en pleno apogeo y, a pesar de todo,
por fin estaba junto a él.
Sam asintió serio, y de pronto, como
recordando un viejo mapa mental nuevamente se metió por un pequeño pasadizo que
se encontraba escondido tras una enorme roca roja.
Los demás lo siguieron, entraron en un
desfiladero angosto, que solo aquel que
ya hubiese estado antes por allí podría reconocer, y continuaron.
Caminaron entre las apretadas peñas, en esa
suerte de dentadura despareja y cada uno a su tiempo fue premiado con alguna dolorosa
advertencia.
El aire helado comenzó a extinguirse, y una
extraña condensación húmeda, les apareció de golpe. Una rara mezcla de vapor y
hielo.
Las
entrañas de la serpiente en la cual se habían internado, ardían, y las piedras
regadas por doquier se habían vuelto cada vez mas grandes, tibias y desparejas.
Y el camino lleno de obstáculos guardianes.
Así a tientas, solo iluminados de a ráfagas,
avanzaron en fila. Apretados y obedientes. Arrastrados por una fuerza
misteriosa. Un hechizo emanado cada vez,
más y más fuerte.
Por fin, y tras eludir una violenta oleada de
vapor, llegaron a un pequeño descanso, en el extremo final de aquel sendero
rugoso. Una especie de salón perdido, en donde el aire era escaso y pesado.
-
Llegamos- dijo Sam con cierta satisfacción y chorreando sudor. Aquí se
forjó todo aquello que buscábamos.
Manu y Soledad, se miraron sin entender. Buscando
una pista revolotearon sus linternas dentro de la negrura absoluta, pero por
más que hurgaron en cada orificio sospechoso, nada les pareció cercano a una
salida.
Quisieron comprender, pero ignorantes, alumbraron
a Sam y esperaron una explicación, coherente o no.
Él, apartado, revolvió desesperado algo en un
rincón oscuro, luego enfocó un muro borroneado y lagrimeó. Se tomó unos segundos, sacó un
pequeño y hasta ahora oculto, apuntador añejo y ajado y lo comparó con unas
notas recientes. Apagó su linterna, demostrando una serenidad incomprensible, y
tomó asiento.
Totalmente
resquebrajado, y engañado, Manuel apoyo a Renzo en el piso y sin esperar lo
increpó.
-
Sam, ¿qué es este lugar? ¿Acaso, acá termina todo? ¿Tanto recorrido
para terminar sepultados, en el medio de la nada?
Su voz
sonaba deshilachada. Aunque ligeramente insurrecta.
Sam se sonrío entre la espesura de su barba
negra cubierta de polvo gris y tomándose un segundo eterno contestó.
-
Siéntense un segundo y escúchenme- exclamó solemne- tengo mucho para
decirles y ustedes tiene mucho para escuchar, solo les pido unos últimos
instantes y todo quedara aclarado. Ténganme aquella confianza que me entregaron
en un principio. Llegamos hasta este lugar buscando, y en esa empresa no
fallamos, solo les pido unos minutos más. Toda línea tiene un principio y
nuestro curso es aun difuso. Solo somos espíritus inquietos, pequeños sueños
resquebrajados, solo un agónico y perdido aliento entre toda esta
inmensidad.
Incluso Renzo, preso de un dolor atroz se
despertó y reponiéndose de la extenuación a la que se había sometido
dócilmente, se sentó frente a él cual discípulo. Con un último impulso inconsciente.
Soledad
hizo lo mismo. Manu los siguió, aunque
algo más alejado. Por experiencia, estaba descreído y prevenido. El
viejo Manu volvía a aparecer.
Después de todo nadie lo había obligado a
seguir a Sam, y eso era lo que más lo molestaba.
Las tres figuras, sentadas como alumnos de un
sabio profeta en el desierto, se acomodaron como pudieron entre las rocas
tibias y escucharon aquello que esperaban oír desde un principio.
Sam, se tomó un instante de silencio, y cerro
sus ojos.
-
Manu, un lago oscuro, profundo y maldito. Un pregunta sin respuesta. Esa es tu gran virtud, tu cruz, y mi más grande y amarga satisfacción - dijo
aun con los ojos cerrados cual monje y quiso continuar. Pero Manu lo anticipó.
-
Disculpame Sam- interrumpió
enérgico y cortante- No estoy para discursos religiosos, solo decime como vamos
a salir de acá y después me das tu predica.
Deja la lírica para otro momento, sí es que lo hay, por si no te das
cuenta acá está faltando el aire. Y estoy seguro que vos sabes cómo salir de
aquí.
-
Entiendo tu impaciencia, pero solo dame unos minutos, aquí debe estar
la respuesta.
-
¡Déjate de joder!- continuó Manu sin esperar-, confíe en vos e hice
todo lo que me diiste. Recorrimos medio país, los arrastramos a ellos y, ¿para que? ¿Para meternos en la nada? Ya ni
se cuantas horas pasamos en esta tumba y ¿Vos me decís que espere? ¿Qué espere,
qué? Por si no te das cuenta, Renzo esta muy mal. Ya no queda morfina para
darle y nosotros no estamos mucho mejor. No podemos volver, no tengo la menor
idea de cómo llegamos hasta aquí, y por lo que veo, este lugar esta cerrado
¿Como pensas sacarnos? A menos que se te
ocurra algo, estamos sepultados. Solo un milagro, nos pude ayudar, y por lo que
veo no andamos muy holgados.
-
Fe amigo, eso es lo que te falta.- dijo y repitió con énfasis- fe.
Después de todo hasta los moribundos es lo último que pierden, pero vos sos
distinto, un errante, un peregrino sin rumbo fijo. Esa es tu maldición y eso es
lo que te impulsa. Ese es el gen defectuoso de tu alma. Tu falta de fe es tu
fortaleza, y como un testigo en medio de la balacera solo esperas. Miras sin
comprender su naturaleza y aun así, mientras unos se disparan entre sí y otros
se esconden como ratones, vos solo esperas,
ahí atento y despiadado entre la espesura de lo desconocido. Por eso
somos tan distintos y tan similares. Ahora, que estoy en mis últimas estaciones,
lo puedo ver. Gracias amigo, ahora sí lo veo, como en los viejos tiempo, el
desolado espíritu al costado del camino.
Y agregó.
-
Deja de buscar por donde no
hay. Siempre tratando de escapar hacia delante. Buscamos lo que creemos y encontramos lo que
podemos. Sí este es el fin, vayámonos en
paz, y sabiéndolo. Aquí estamos, como
diiste, bien enterrados, al igual que ellos- la luz violeta de su linterna
enfocó unos viejos huesos apilados contra la pared opuesta que se mezclaban con
unas pinturas ilegibles- lo único que me apena, es que nadie lo sabe, ni lo sabrá
jamás. Eternos. Como ellos, plenos, sabios e inmortales. Sí este es el fin, aceptémoslo con el gusto de haber
llegado. ¿Cuantos en la vida pueden decir eso? Las cosas no suelen terminar tan bien como empiezan.
Inmediatamente Manu, se paró en seco y
toscamente se dirigió al hueco por donde habían ingresado al descanso. Lo
revisó una y otra vez en vano, sabiendo de antemano que no habría respuesta.
Agitó la linterna exigida, queriendo descifrar un regreso improbable, y al rato
resignado la apagó.
Definitivamente estaba perdido, aquel hombre
parecía en trance y él estaba sin la más remota idea de cómo salir de allí.
Renzo,
preso de su dolor, volvió a recostarse hecho un ovillo.
Soledad
se acercó a Manu y en silencio lo abrazó fuerte. Como nunca antes lo había
hecho. Un abrazo tardío y esperado. Lo necesitaba. Él era todo, su pequeño
mundo, el carcelero de sus miedos, y el paladín de sus emociones. El aire, el
fuego, el agua. Lo único que existía o existiría.
Manu, también la abrazo. Y por primera vez permanecieron realmente
juntos. Sin decir nada, solo sintiéndose.
La besó, como a un recuerdo perdido, y la
separó con ternura.
Ni siquiera Renzo, en las últimas, lo
abrumaba. Ese joven no era su responsabilidad.
Solo quería salvarse y salvar a Soledad.
Ya no
era solo por él ni por ella, era por aquella presencia ausente desde siempre y
por ser el culpable de su dolor futuro.
Esa sola idea era lo que más lo atormentaba, aquello que más temía. El
culpable de arrastrar a su capullo desbocado, aun final sin sentido.
Su único y frágil lazo con el mundo. Quizás, después de todo y mirando frente a
frente al final, el destino fuese ella.