Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

lunes, 8 de diciembre de 2014

Un rayo.



Cosas qe pasan....


Podría tomar tu mano y sentir tu calma
Para sentir que algún día terminará
Te arrastro cerca, con tanto para perder
Es un camino ciego del que ya no hay vuelta atrás.

Sabiendo que dura hasta que lo arruinamos
No me importaba antes de que estuvieras aquí
Una risa lejana con el "para siempre"
Pero dicen “todas las cosas cambian, déjala seguir”

Déjame dar un respiro para doblar en la curva
Solo para saber que estas a salvo
Soy un hombre agradecido
Esta luz es vaga
Pero vivo y puedo verte bien

Por cada decisión cometo un error, no es mi regla
El verte ir en tus dudas y yo sin nada que decir
Entiendo si decidís no quedarte. Lo entiendo.
No di la talla y lo se.
Esperaré, no tengo otro plan.


¿Crees en el destino? ¿No, verdad? Yo tampoco lo hacía hasta hace unos meses, cuando de repente toda mi vida dio un giro inesperado. Un cachetazo letal entonces me dí cuenta de que a veces una sólo mirada, una sola sonrisa, en un sólo momento, tu vida puede cambiar por completo. Que cuando menos te lo esperas aparece alguien en tu vida que te hace subir hasta las nubes, sí, ahí arriba, o más. ¿Hasta la luna? Si, hasta la luna. Y entonces te das cuenta de que ya todo es perfecto, que no necesitas nada más. Hay personas que están destinadas a estar juntas. ¡Sí, es verdad! Si el destino decide juntar a esas personas, no habrá nada ni nadie que pueda separarlas, aunque les aparezcan mil obstáculos, al final, sus caminos terminarán juntándose. Y parece mentira que yo esté diciendo todo esto, pero después de lo que ha pasado, pero creo que mi vida ya nunca volverá a ser lo que era. Y, sí, ¿Por qué no?
Porque los toros torpes, aunque nobles son salvajes, barren con todo. Con la manta roja que los amenaza, con los cuchillos que buscan atravesarlo pero también con ellos mismos cuando terminan enredados en su propia caída.  Y los saben mientras esperan esa estocada final inevitable a centímetros de sus sueños. Ellos, solo ellos lo hicieron. Ni la gente enloquecida, ni el circo de alrededor y ni siquiera esos toreros que los amenazaban desde un infame anonimato. Eso hubiese sido facil, muy facil.
 Lo saben. Ellos mismos lo causaron. Es su naturaleza, es su gen maldito y es inevitable que lo hagan.
El destino juega sus cartas pero hay que saber jugarlas.
Respiran hondo, inflan el último aire eterno que jamás volverán a respirar, guardan fuerte en su memoria lo que pudo haber sido y se dejan ir solos. Sin pedir piedad, sin mirar atras, aterrados aunque sin miedo. Expuestos y a merced de lo que esa daga decida.

No hay nada que pueda detener el destino…. Salvo uno mismo.
De todas formas lejos. Inalcanzable como siempre, imposible como infinita seguís ahí y de alguna forma la vida continúa, y por eso es hermosa.

¿Sabes? La gente se acostumbra a la belleza.
Pues yo todavía no me he acostumbrado a vos.



domingo, 26 de octubre de 2014

The seeker.



 Sí mal no recuerdo era un sábado de verano por la noche, de los calurosos. Y para variar deambulaba sin sentido por la ciudad.
La gente revoloteaba infame, los ebrios comenzaban la cuarta vuelta y las putas gastaban sus extraños encantos en personajes como mínimo  sospechosos.
Regresaba de una noche de amigos y rock por Flores, sin sueño ni sueños, acalorado y sin tener donde ir.
 Lo cierto es que ni bien vi el cartel, un tanto sucio y francamente desteñido,  por alguna razón me atrapó. Pasa, eso a veces pasa.
After life, ¿qué recuerdo te llevarías de la vida?”
Compré mi entrada en plena trasnoche ajada de una resaca por venir  y entré; no sin antes preguntarme que hacía en plena juventud entrando a un cine a ver una película japonesa de antaño en vez de meterme en un cabaret. Pero bueno ahí fui. Solo, acalorado e insomne.     



“Siéntate hijo mío. Sé que estás aturdido pero no te preocupes estás donde debes estar, frente a mí. De cara al creador de todo. Sí hijo soy yo, tu dios. El único, el principio y el fin, el destructor, el autor, el magnánimo. Todo y nada.
 Pero tranquilo mí inmóvil y asustado niño, todos esto es fantochada exagerada. Tú puedes decirme simplemente, padre.
Por mucho tiempo te he estado observando, y debo confesarte que eso es algo que no suelo hacer con frecuencia.
 A pesar de amarlos a todos por igual mis hijos son incontables y no todos interesantes. De hecho muy pocos lo son. Y no es algo triste, es así, sin vueltas. Pero como decía, solo algunos me hacen girar,  enfocarlos especialmente con mi luz y seguirlos con curiosidad. Solo algunos reciben mi atención exclusiva. Es un pequeño, puñado al que personalmente observo con atención. Y eso, debo decirte, no es ningún merito. 
 Hay algunos simplemente que los vigilo por esa maldad tan exacerbada que sorprende. Otros por sus desarrollados instintos, como los cazadores destacados. Muchos por esa desconocida sensación de trascender, que ni yo puedo explicar, y un pequeño grupo por su increíble capacidad de destrucción. El resto, y como te he dicho, solo transcurren fuera de mi interés. Y no está mal que así sea. La vida es un regalo y cada uno hace con los regalos lo que le plazca. Disfrutarlos a pleno, abandonarlos en algún armario antiguo, usarlos, regalarlos otra vez o ignorarlos. Son elecciones, y el libre albedrío es mi ley mas amada.
Ahora, querido pajarillo atemorizado, esto no significa que estén fuera de mi amor, ya te lo dije, los amo a todos por igual, ni más ni menos. Ellos, la mayoría, solo están por fuera de mi radar, no de mi amor. Por decirlo de alguna manera.
Después de todo, soy ya un viejo padre cansado.       
 Pero déjame volver a ti. Después de todo es a ti a quien le hablo, a uno de mis más díscolos muchachos. Al buscador, a él le hablo.
Debo de decirte, y en cierta forma sincerarme, que no me habías llamado la atención. No mucho más que el resto. Eras un buen niño, buen muchacho, un buen ser humano. Nada fuera de lo común. Una criatura bendecida por mil virtudes como la inteligencia o la belleza. Pero hay cientos bendecidos de la misma manera y la verdad no he notado nada raro en ello.
 Te coloqué en una buena familia, sin problemas. Fuiste amado arropado, aconsejado y también confundido. Y así viviendo. Aceptando, ganando y perdiendo. Nada extraordinario.
Pero un día te noté. Ahí. Parado, mirando a todos como sí no te pertenecieran. Extrañado. Esquivo. Sin una gota de maldad, ni odio, ni siquiera de envidia. Allí estabas ido. Arrancado y curioso. Tan fuera de lugar como dentro. Perteneciendo sin pertenecer. Extrañado en tu propia lejanía.
 Inquieto comenzaste tu búsqueda, y atónito yo comencé a seguirte. A enfocarte con mí haz de luz personal. Eras joven y ese ímpetu inicial hasta sonaba lógico.
Primero hurgaste tu búsqueda en la música, y yo te doté de virtud para ello, pero no. No buscabas la nota ni la melodía perfecta. Estremecer o fulgurar. Buscabas algo más. Y lo dejaste cuando podías haber sido una estrella.
Pronto viraste a las artes, y nuevamente te di virtud para ello, pero allí no encontraste nada. Te pareció un mundo demasiado frió. Un lugar solitario y los buscadores siempre necesitan pistas.
Aunque las ciencias no eran lo tuyo, de todas formas escarbaste. Historia, lógica, filosofía, pero nada. La exactitud de los sistemas te pareció algo estúpido. Y tu hambre creció.
En algún momento supuse que saldrías a los caminos, que te perderías, que abandonarías todo y te irías a pertenecer al mundo, a ser un nómada, un errante que busca. Pero para mí sorpresa te estableciste. Engordaste, te conformaste en el dinero, el confort o solo en un cama caliente. Y por un tiempo te quedaste en ese lugar finalizando eso que buscabas.
 Tu cabello comenzó a pintarse de blanco, tus manos a temblar, y tus ojos a helarse. Y pensé que era el final, pero nuevamente me superaste. Y esa vida, ese sopor extrañamente amable era un eslabón más. Debías hundirte y buscar en la conformidad para no encontrar nada. Escapaste y saliste al camino otra vez.
Entonces decidí intervenir y te puse a prueba. Coloqué en tu camino pequeñas piedrecitas, esas que te hacen tropezar pero no caer. Esas que minan tu paso. Aquellas pulgas que molestan pero no hacen daño. No busque una gran prueba, eso hubiese sido fácil. Te hubieses derrumbado o te hubieses vanagloriado. No mi querido buscador, nunca busqué estremecerte, solo complicarte las cosas un poco. Y seguiste buscando. Vicios, humo, alcohol, tampoco allí. Como todo, la podredumbre te enseñó pero nada más.
La fe, el último refugio del hombre asustado tampoco te sirvió. En la doctrina, sea cual fuera, y vaya que escarbaste ahí, tampoco encontraste nada. Solo una pequeña envidia boba hacía aquellos que felices me encontraron.
Amado hijo mío, a ti se te acababa el tiempo y a mí las opciones. Hasta que un inesperado día creí que lo tenías. Que estaba lo que buscabas, a mano a solo un tris de ti.
Ese día cuando estático, y mientras el mundo te reclamaba ansioso, te quedaste petrificado en una grieta. Pasmado fuera de todo. Si. Paralizado en una mísera grieta del asfalto, en una rendija olvidad de todo. Como de joven. Con tus ojos húmedos rotos. Sin poder creerlo. Extasiado en tu descubrimiento. Encontrando tu primera pista. La primera prueba de que tu búsqueda no era un insensato ir y venir. Sí, en una grieta de un asfalto encontraste algo. Una señal casual, desapercibida, insensata, pero señal al fin. La guardaste en tus lágrimas y volviste al mundo. Pero esta vez emocionado, casi estallando en sollozos, con la confirmación que no andabas errando en vano, que en el más pequeño agujero podías encontrar algo. Increíble, que en algo tan sucio, imperceptible y tan perfecto hayas descubierto la emoción de encontrar. Una grieta pequeña, enorme.
 Y yo mi amado, en esto, en esto no tuve nada que ver. Fue todo tu logro, de tu instinto buscador. Y claro, merito de la grieta también. Ella te sedujo. De alguna forma también te encontró.
Ahora mi buscador desconcertante es el tiempo de mi obsequio. El regalo que le doy a cada ser humano antes de que éste decida sí volver al mundo o no.
A todos y a cada uno le debo una última visión. Un recuerdo, un aroma, lo que sea que quieran. Una sensación de esperanza. Algo que se le vaya a forjar en el alma y sea parte de cada uno. Una última y primer pista de lo que debe ser si deciden volver al circo.
Algunos se llevan el recuerdo de una noche de amor, de esas que no se olvidan. La luna en el cielo iluminando el cuerpo de tu amada desnuda en la cama, durmiendo plácidamente. Tranquila, en paz, extenuada.
Otros en cambio quieren guardar aquello que nunca tuvieron. Una mansión, fama, bienes. Muchos me han pedido recuerdos. El aroma del pastel recién hecho por su madre, el abrazo sincero de un padre antes de partir hacia mi presencia. Un gol sobre la hora, el estremecimiento de la gente. Los primeros dientes cayéndose de la boca de un niño, un nieto terminando su primaria. Arroz a la salida de una iglesia, la paz que deja una sensación dolorosa pero correcta. Una noche plena bajo las estrellas, gotas de agua helada evaporadas en un cuerpo caliente, lagrimas de rocio en una mañana solitaria. Amor, poesía, música. Un blues perfecto, un jazz sincopado. El olor a hojas nuevas de un libro viejo. Un extracto bancario interminable, la adoración de los demás, viajes, lujos, un perdido estremecimiento emocionado. Un cachorro atemorizado en su primer día en la casa, una playa, nieve, un tren.
De todo mi querido, y lo han tenido.
Ciertamente los amo, y el alma debe ser alimentada de sensaciones. Sean cuales sean.
Así que ven. Acércate mi dilecto buscador, y llévate esto.  Guárdalo en lo profundo de tu ser. Arrópalo como al más grande de los tesoros. Frágualo profundo. Y continúa buscando.

Presiento que nos volveremos a ver.
                         


 
      
Q' ves cuando no ves? 





viernes, 10 de octubre de 2014

Y de como se hace un hombre.

-          Pá. ¡Yo no subo nunca más! La última vez me caí, me golpeé y lloré mucho.
-          Los hombres no lloran. Vos vas a subir y te vas  a caer tantas veces hasta que te salga. Así aprendí yo y así vas a aprender vos ¿Sabes por qué?  Porque sos tan hombre como tu hermano y como yo.

-          Má. Tengo miedo. Mejor me quedo en el hotel
-          No querido, acá vinimos todos a disfrutar. Todos. Así que como te dijo tu papá vas a subir y vas a ejercitarte como lo hicimos todos. Ya vas a ver el instructor te va a ayudar. Y por favor no me vengas con eso del miedo, ya sos un nene grande.
A los hermanos ni les preguntó, ya andaban en otra. Aunque al pasar oyó un disimulado, ¡Cagón!

Los cinco salieron del hotel. Apuraron el paso,  atravesaron la nevisca fría y rápidamente se metieron en el restaurante.  Papá y mamá tomaron asiento junto a sus dos hijos adolescentes al lado de las leñas en llamas. El mas chiquito, un morocho de nariz colorada, rulos indomables e inquieto como un conejo, salió a matar el tiempo de espera la calle.
 A papá siempre le gustaba comer comida fresca, recién hecha, y eso siempre llevababa un tiempo de espera extra. Pero como a los niños eso no les importa, y siempre siguen sus propias reglas el pequeño aprendiz de demonio, desoyendo gritos moderados, escapó y de cabeza  se clavó en la blanca capa.   
Abrigado como un muñeco. Duro y sin una pizca de hambre  rápido se puso a jugar entre  monigotes de nieve y bolas frescas.
El lugar se encontraba abarrotado de turistas apurados por volver a las pistas de esquí. Todos ellos, presos de un vértigo de ciudad, azuzando a los empleados, que tragando orgullo se deslizaban entre las mesas ansiosas. Pero papá siempre jugaba fuerte su importancia de empresario alfa y en segundos llenó la mesa.
A los empujones,  mezclando quejas y mocos, metieron a “Rulo” y lo sentaron a la mesa. Pero el gnomo estaba en otros temas. Perdido a través del cristal. Ensimismado y confundido, miraba aquello que nadie quería ver. 
Cruzando el hielo y caminando en esa mezcla de barro, agua nieve y  restos, que siempre hay en esas calles, un anciano bastante raro venía a tranco lento. Asustaba y era extraño.
 Arrastraba  esforzado a su trineo y en él, como en una siesta pueblerina retozaba un can viejo. Tanto o más que su dueño. Es que cuando un animal entra en sus últimas siempre se le nota más.
El perro, una mezcla  de Malamute, lobo, y comadreja, acurrucaba  su cabeza limpia de dientes  dentro de una mantilla roída, agujerada por doquier y sin signos a la vista de pulcritud. Su jefe le venía en saga.
Envuelto en pieles viejas de animales improbables, y enmarañando la barba en sus largos cabellos grises. Caminaba cansado, como pensando cada paso, y con ello ganando metros con un esfuerzo supremo.
Haciendo malabares cruzó entre dos camionetas feroces y por fin aparcó el trineo a la par del salón comedor.
“Rulo” sin probar bocado lo miraba ido.
 “Don pieles” le dio una caricia con sabor a ángel a su animal, le acomodó la manta y sin dudarlo se metió al lugar.  Caminó dentro del asco y las miradas, pero inmune se dirigió a la barra y de allí retiro una olla con desechos. Sobras para unos manjares para otros.
-          ¡Qué repugnancia de tipo, todo sucio!- esbozó mamá lo suficientemente fuerte para ser festejada
Y todos pero todos asintieron.
Salvo aquel que medía algo más de un metro. Él miraba todo como un pollito recién salido del cascaron.  Con tanta duda como asombro.
El viejo se sentó en el cordon helado, alzó al animal y mientras despedazaba las delicias separando la carne del hueso.  Con una ternura descomunal alimentó a su peludo socio y solo después de comprobar la satisfacción del animal comió los restos de los restos.
Mientras tanto a tras el vidrio congelado y comiendo a la fuerza “Rulo” observaba atento.
Cuando por fin terminó el almuerzo a la intemperie de manera increíble el can saltó de su lugar y se instaló frente al trineo. El hombre lo ató, se montó, tapó su cuerpo con la manta y le dio una orden.
Los músculos del animal se tensaron a punto de estallar. Las venas se le inflaron, cada pesuña se hundió en la nieve y lento, tan lento como habían llegado arrastró el trineo y comenzaron la retirada.
El pequeño no resistió la tentación de preguntar. Aun con temor pero impulsado por algo fuerte, y antes de que pudiese ser cazado por su mamá o por alguno de sus hermanos, huyó y los alcanzó. Raro, muy raro ya que él siempre tenía miedo, y realmente ese personaje lo daba.

“No tengas miedo  somos un equipo”- murmuró dentro de su barba el personaje ni bien detectó al borreguito petrificado a su lado- “él tira, y yo voy confiado. Yo tiro y él viene de la misma manera. Solo somos un equipo. En las buenas y en las malas”- y antes de  terminar, de decir el remate,  vio la oreja colorada del pequeño siendo arrastrada de vuelta a al calor.
Como era de esperar, en silencio y pensativo “Rulo” soportó valiente los retos de todos y cada uno. Insultos, gritos, algún cachetazo y la tan temida anulación del postre. Y de no ser porque nadie se quedaría junto a él a retenerlo en su cuarto, de seguro perdería también un par de subidas y bajadas. Aunque pensándolo bien eso no sería un castigo.
Cuando la cosa se calmó, y mientras todos se aprestaban a calzarse la ropa de esquí, el nene rompió la veda impuesta a su boca y lanzó unas palabras.
-          ¿Qué es un equipo?
-          Pavote, ¿no sabes lo que es un equipo?- contestó su hermano mayo un adolescente de tantos granos como humos- esto es un equipo- y le  mostro el conjunto de aparetejos que se comenzaba a calzar toda la familia. Guantes, botas, gafas, abrigo.
-          No tarado, él pregunta otra cosa. es chiquito pero no bobo- interrumpió la hermana- un equipo es un grupo de personas que se juntan para ganar algo- y mirando a su hermano mayor añadió- ¿ves estúpido?, eso es un equipo.
-          “Rulo” ambos tienen razón-dijo el papá- un equipo es algo o alguien que te hace lograr lo que vos queres ser - como mis empleados que forman mi equipo de trabajo, y todos se esfuerzan por mí- y agregó apurando el tramite- ahora vestite que te llevo con el instructor para que de una vez por todas te largues por la pista solo y dejes e lloriquear cada vez que te suelto la mano mientras bajamos la montaña. Es hora de que te hagas hombre.
Dudando, “Rulo” se acercó a la mamá y le preguntó lo mismo. Claramente no entendía.
-          ¿Un equipo? Bueno hay muchos tipos de equipos, y hay para todo. Es una pegunta difícil de contestar  y más para un chiquito. Cuando volvamos lo buscamos en internet y te muestro. Y dale, apurate que vas a atrasado. Todos ya estamos listos y para variar esperándote.

Cuando el instructor le soltó la mano tomó coraje. Sabía que esta vez podía lograrlo, sabía que debía ser como todos. Recordó su incidente vespertino y que a pesar del susto se había acercado al viejo asqueroso y como le había dicho su papá “los hombres no lloran ni tienen miedo” Dentro suyo sintió la voz de todos los que lo esperaban que de ese paso.  Pensando  en su  nuevo valor y haciéndose fuerte se dejo deslizar por la pequeña pendiente. Porque a veces el coraje aparece de la nada y te empuja.
Primero lento, y luego cada vez más rápido. Hasta que como todo niño una vez que tomó confianza se animó y se lanzó por completo. Casi como su papá y su hermano que en otra pista descendían a toda velocidad. O como su mamá charlando con unas amigas mientras se movía en pendiente. Y hasta como su hermana, que apoyada en una reja charlaba con unos chicos.
Y  “Rulo” venció al miedo y como todos aprendió a esquiar. Fácil. Esas fueron sus mejores vacaciones. Las mejores de su vida. Disfrutó bajando y subiendo. Paseando, caminando, tirándose y corriendo por la montaña blanca, y de paso se hizo hombre. Él fue valiente aun cuando no lo esperaba. Pasa. Siempre pasa así. Algo viene, te da coraje y lo logras.




-          ¿Ves cabezón? No hay que tener miedo. Aunque creas que no lo podes lograr, vos como el nene del cuento, como “Rulo”, vas a tomar valor y vas a poder dormir sin luz. Pero eso sí, quedate tranquilo, yo me quedo con vos. No voy a dejarte hasta que te sientas seguro. Hasta que puedas solo, yo te cuido.
En silencio apagué la luz del pasillo y me tire en su pequeña cama. Con las patas afuera y acalambrado.
Mi pequeño dio un par de vueltas intranquilo, se levantó despeinado un par de veces y volvió a recostarse.  Me tomó la mano fuerte, por fin apoyó su cabeza en mi pecho y se durmió.
Cuando comencé a moverme para escapar del calvario de esa cama mínima, susurrando y a punto de dormir escuche su vocecita. Finita y somnolienta.
-          Pá, cuando vos seas grande como el abuelo quedate tranquilo.
-          ¿Por qué lo decís?- pregunté un tanto dormido.
-          Porque yo te voy a cuidar a vos. Porque somos un equipo. Nosotros somos un equipo.
 Y sin más volvió acomodarse y cayó rendido.
Al rato lo dejé. Yo salí a fumar con los ojos rojos. Él quedó dormido.

 En paz, seguro, tranquilo y hecho todo un hombrecito. 



  




  
       Definicion de equipo segun la Rae:

Grupo de personas organizado para una investigación o servicio determinado.
 En ciertos deportes, cada uno de los grupos que se disputan el triunfo.
Conjunto de ropas y otras cosas para uso particular de una persona, y, en especial, ajuar de una mujer cuando se casa. Equipo de novia, de colegial, de soldado, etc.
Colección de utensilios, instrumentos y aparatos especiales para un fin determinado. Equipo quirúrgico, de salvamento.
   

"Usa la que te guste"


Q´ ves cuando no ves?

jueves, 2 de octubre de 2014

Medusa y la 31.



Aunque con cierta vergüenza, debo confesar que de niño era un tanto asustadizo. Quizás demasiado. No lo sé, era algo parecido esos gorriones citadinos que escapan al mínimo movimiento amenazante.
 Acaso porque mi cabeza siempre andaba excesivamente perdida por mundos de improbables fantasías o por mi inquietud de chiquilín eléctrico. Lo cierto es que con una facilidad asombrosa andaba  saltando de un susto al otro tanto como de charco en charco.
Veía una película sobre tiburones, pirañas o cualquier otro bicharraco con dientes  en el agua, y adiós a los chapuzones por más calor que hiciese. Entre dedos espiaba alguna película de terror, fin a las noches de diez horas en continuado pegado a la almohada. Perros rabiosos, payasos, hombres lobo y Draculas, juntos  a la bolsa de mis temores. Todo haciéndome tiritar entre las sabanas, huir al baño a escondidas para prender  luces y, porque no, ciertas escapadas nocturnas a la cama de los viejos.
Pero también así como llegaban, se iban. Como un tren de estación en estación.
 Cada espanto me duraba un tiempito y al rato volvía a ser ese “demonio inmanejable” que la mayoría que me conoce recuerda con nostalgia. Claro, hasta que llegaba un nuevo espanto.
 Así disfrute de mis mejores años, entre terrores propios y diabluras a ajenos.
  Hasta que llego ella   “Medusa, la Gorgona”. Y entonces quede pasmado. Aterrado. Tan impresionado  como nunca antes lo había estado en mi fértil vida de cobarde. 
 No sé cuando, ni como y menos donde pasó. No estoy seguro de sí fue en un cine en alguna matiné de varias películas en el barrio o en algún libro perdido por mi casa,  lo cierto es que esas serpientes verdes y amarillas zigzagueando en compas cadencioso, esos dientes afilados chorreando veneno espeso, esa cara  pálida. Fría,  muerta y peligrosa.  Esa mirada que helaba en rocas, Ella, la Gorgona,  jamás se me borro y como un yerro quedó grabada en espectro perenne. Hasta me animaría a certificar, no sin alguna timidez, que aun hoy algún pelo de mi cuerpo se eriza retraído ver su figura en cualquier película clase “b” del cine o de la televisión. Quien conozca el cuento me entenderá.
Y crecí con aquello escondiéndose atento en mi interior.
Pero ella esperó.

Para apurar, tomé el ferrocarril San Martin y me dirigí a la terminal de Retiro. Cargaba liviano para un viaje de pocos días. Un pequeño bolso, alguna muda de ropa de urgencia y como siempre con algunos míseros pesos en la billetera rala. Acomodé mi viejo teléfono casi a cuerda, me senté y esperé paciente mientras observaba como el gusano merodeaba por entre las entrañas de una cuidad definitivamente perdida.
Ver todo con ojo de niños es una de las ventajas de ser un intruso. Así que casi ensimismado en un paisaje ajeno, y antes de darme cuenta ya estaba en la estación.
Con tiempo por demás, ya que como contaba soy un extraño en las vías, el tren me sorprendió en su rapidez y me dejó holgado en horas.
Caminé como un idiota feliz entre la variopinta muchedumbre cabizbaja y de pronto, unos metros antes de entrar a la terminal, justo al costadito, apareció el espectro. Enorme, con sus mil cabezas enmarañadas centelleando su furia silenciosa, y mirándome fijo. La mismísima Medusa. Si, la que te hiela la sangre y te deja de piedra antes de que siquiera puedas escapar. La del mito.
Demás está decir que yo, como casi todos, giré y me puse de espaldas. No sea que me convirtiese en granito. Pero algo me atrajo, quizás un extraño y viciado canto enfermizo de alguna tramposa sirena varada. Pero como Ulises en sus viajes, hechizado volví sobre mis pasos.
Medusa, La Gorgona de largos cabellos letales encarnada en villa treinta y uno, barrio carenciado, o como sea que le digan ahora. Las leyendas cambian de forma no de nombre. Y me llamaba, me invitaba a probar mi pequeño coraje de burgués acomodado. Después de todo, no soy más que eso. Fuera de la sagrada zona de confort solo soy un hombrecito asustado.
Como contaba me quede fijo. Quieto, observando los intricados pasadizos, los intrincados caminos oscuros que serpenteando se internaban mas allá de lo que podía ver. Miles de serpientes, miles de senderos enmarañados enrulándose en una profundidad insondable. Ella la de ojos ya no azules centellando en la entrada de multicolores baratijas girando locas y de oferta.
 Petrificado quedé un tiempo escuchando ese sonido raro y a la vez molesto de organitos baratos mezclado con platillos monocordes  que surgía de su garganta, y que sí bien no era ese chirrido que recordaba de todas formas me causaba ese mismo efecto de disgusto incomodo.
Frente a mí, la vieja Medusa. Invitándome a deshacer mis temores,  a explorarla, a quedar petrificado en piedra. A darle la espalda o enfrentarla.
Como un Perseo del subdesarrollo, sin escudo ni espada, tomé valor y me metí en sus fauces.
 Di mis primero pasos y aunque un escozor helado surcó mi espinazo mientras metía mis pies en el barro de sus hebras, entré en ella. Y la camine por dentro, aunque idiota pero no estupido también tomé recaudos.
El  atajo principal, de paredes agobiantes con asfixia rancia y pintura escasa, no me intimidó. De todas formas en la nuca comencé a sentir las miradas amarillas hacia el intruso sospechoso. Observé las cuerdas vocales del monstruo en incontables cables ilegales yendo de un punto improbable hacía uno inexistente. Todo embrollado en cinta adhesiva despegada. Algunos pibes, victimas del mito, devenidos en duras estatuas de ojos ciegos. Más de ese sonido a platillos. Bullicio a recreo, alguna pelea con olor a alcohol, insultos perdidos, y amabilidad de abuela. Olor a sopa, a ajo rancio, y humo de aguas hirviendo. Pelotas desgajadas, patas sucias al frío, risas sin dientes  y guardapolvos extrañamente blancos. Mocos a destajo, rostros ajados de trabajo madrugado, caras escondidas en gorritas de béisbol, imágenes de un lejano altiplano y una danzante jerga indígena. Más efigies, algunos juguetes olvidados por sus primeros dueños y gente. Caminando y apareciendo. Todo un mundo dentro de la vieja fábula griega. Cruces, merca y cantos.     
Y seguí a lo profundo de la bestia, doblando demasiado.
De  a poco fui venciendo mis propios escrúpulos y tomando una insensata audacia. Los rulos de los reptiles, ahora ya no brillaban. Se movían, giraban locamente en cualquier dirección y hasta parecían cambiar de formas. Desaparecían, se encerraban y volvían a aparecer. Las cabezas me miraban, atentas, pero solo eso.  Por doquier mechones de pasto en sintonía con bolsas de nylon sucio y latas oxidadas abolladas. Barro, bosta, tapitas y una mujer barriendo. Caminé hasta que me dí cuenta que estaba perdido, que ansioso en mi nuevo rol de titán el rumbo yacía fuera de mi mapa.
- ¿Che como salgo de acá? -Le dije disimulando miedo a un prolijo pero duro pibe.
Pero nada. Hermético ni me miro y siguió fijo en una bola sucia que se inflaba y desinflaba. Y es allí donde comencé a preocuparme. El tiempo ya no me sobraba y las paredes comenzaron a aproximarse entre ellas de manera peligrosa. Y más sonidos chillones, y más aromas desconocidos.
Unos metros dentro del naciente túnel, me acerque a un grupito en juerga de cerveza bajo una lámpara cansada, pero tampoco contestaron. Supongo que ni me vieron, sospecharon, o ni se preocuparon en veme. Y la intranquilidad me revolvió el alma. ¿Perdido? ¿Tragado? ¿Desaparecido?, ¿o solo otro bobo olvidado con aires de héroe que se creía con calle? En todo caso una suerte de scout defectuoso.
Para mi fortuna una señora gordita, oscura y cordial como la mismísima tierra, surgió de la nada y después de un par de advertencias como “no dobles allá o cuidado con esos” me puso en la ruta y rumbo a las olvidadas estrellas por venir. Entonces con la mira enfocada, esquivé un par de bandada tras un balón, eludí los peligros advertidos y salí.

Sentado en el césped provincial, bajo unos astros relegados hace tiempo. En soledad de todo, y mientras mi mundo dormía en paz, imaginariamente volví. Y la entendí.
Ella esta.
Porque por más lo intentemos con escudos que reflejan su imagen, con autos de insondables vidrios negros para no ver y no ser vistos, zapatillas aladas en pipas o tiras, apatía, espadas sacras o bastones policiales. Aunque le demos la espalda para no mirar o quedemos petrificados antes su mirada. Medusa esta.
La villana, ultrajada por Poseidón y castigada por la masculinidad eterna. La horripilante  criatura de mil ojos creada por los dioses. Aquella que viajeros, guerreros o simples ciudadanos prefieren evitar. Ella persiste encarnada en villa. 
Atenta, esperando, con el seseo de sus caminos o el brillo de sus fuegos. Como siempre espera. Solo por una razón. Para espantarnos, hacernos escapar o puramente para convertirnos en roca. En una fría, lejana, y simple roca.
Después de todo, solo somos pequeños hombrecitos asustados y eso… eso da miedo. 






Q´ ves cuando no ves? 


 
    

sábado, 6 de septiembre de 2014

Callejones.



La bruma está levantando, el polvo volando, y tus ojos siguen tuertos
Y te dejas llevar a la deriva
Bueno, estos diamantes en el parabrisas,
y estas lágrimas llenas de cielo.
Un rayo cortándote el alma, whiskey barato chorreando en un vaso sucio.
Y ahora vas. Tropezando. Tanteando espectros, planeando vientos.

Lo admito, no soy un santo.
Lo admito ni siquiera un pecador.
Si exorcizara mis demonios,
mis ángeles podrían irse también

Pero la onda de la cortina
Sus manos en la almohada
Mis pantalones colgando en la silla
Estás mintiendo por tu dolor, pobre diablo
Pero vas a decirte que es tu destino
Y no tienes el coraje para marcharte
Dos callejones sin salida, y aun tienes que elegir.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Tiempo quemado.



Abrís un ojo. Lo apagas.
El otro, también.
Un débil hilo de blanca luz que molesta.
Vapor, silencio y tu cabeza apoyada en un azulejo húmedo.
Mientras algunas gotas calientes te surcan desnudo, le das comienzo al caos.
Humo de café, pan de ayer, todo mezclado con besos de rutina y besos de amor
Entonces es el león feroz el que te abre sus fauces
Y sin pensarlo te escabullís en los filos de sus dientes.
Durmiendo callado, o haciendo malabares
Respiras entre extraños que van, entre extraños que vienen
Alegres, insólitos, acostumbrados, tristes
Todo en un desfile a contramano que te pertenece
Comes seco, rápido, sin sabor.
Volves a bailar tornados y  de nuevo a modo pausa.
Miras un reloj que gotea cada aguja y aunque no sabes qué, extrañas algo
Así, condenado, agoniza el sol.

En una misma hiedra cientos de monos iguales respiran tiempo.
Besos de amor, besos de rutina
Risas, hojas, cuentas, errores de ortografía. Malhumor.
Prendes unas falsas luces de colores brillantes que siempre te dicen que hacer
Esas que ríen con vos y aunque no lo sepas, pero intuís, también de vos
Volves al silencio de un dulce chocolate, al humo gris del cigarro agrio.
Cerras un ojo. Lo apagas.
El otro, también.
Y la última vela que brilla antes de abrazar tu sueño es...
Gente muriendo cada día. Fregando suelos, lavando platos, tipeando en una oscura oficina.
¿Y yo? Yo nunca tuve mi oportunidad
  


lunes, 25 de agosto de 2014

Cazador de dragones.

Recorrió los últimos metros a tranco lento como para fijar todo en sus retinas. Suspiró. Infló su nariz al máximo y reconoció todos los sabores de lo suyo. Todas aquellas cosas que ya conocía y que seguramente quedarían atrás. Pero el premio lo valía.
Cerró los ojos, apaciguó con un par de palmadas suaves a su cansada  yegua vieja y se bajó. Ella solo relinchó.
Antes de entrar al rancho del viejo, el sabio del pueblo, se detuvo y ausente se perdió en los cerros amarillos que bordeaban sus infancias. Allí, frente a sus ojos, danzando quizás por ultima vez los cientos pichones al azar y las secas pajas del otoño. El sol, el viento y hasta las molestas chicharras.  
Él era es clase de hombres que no puede con si mismo. Esos tipos que tienen muy dentro una suerte de volcán siempre a punto de estallar. Personajes que sienten haber nacido para cosas grandes. Caballeros de refulgentes armaduras que brotaron en el lugar equivocado del mundo y que sin más que su espíritu como espada y su esperanza como escudo, creen que pueden convertirse en algo más. En algunos pueblos los llaman guerreros, en otros tantos peregrinos, y en la mayoría de los lugares simplemente, idiotas.
De todas formas estaba convencido. No abandonaría esa tarea para lo cual se sentía  predestinado, y que desde chico todos se habían empecinado una y otra vez en hacerle saber que no era posible¡¡ Qué locura!! Increíble de tan solo imaginarlo. Un simple   guacho del pueblo sin más que unas patas sucias y un cuero como piel logrando grandes hazañas en tierras lejanas. Imposible.
Pero no para él. Él sería un cazador. Uno de de dragones, como en los cuentos. Un hermoso caballero de larga cabellera y ojos de mar.
Lleno de polvo ensayó una sacudida y se metió. Y el sabio, intuyéndolo, lo esperaba tranquilo.
- ¿Qué anda buscando m`hijo?
- Un consejo antes de partir- contestó amedrentado ante la blanca mirada del viejo eterno.
Este se levantó y apoyado en su gruesa rama de quebracho añejo lo rodeó desconfiado.
- No mi muchacho-dijo seco- Mejor quédese aquí. Usted no esta hecho para semejante tarea. No es el cuento que imagina, en esta historia no hay finales felices.
El joven, que esperaba quieto, se sobresaltó ante tamaña revelación. De todas formas y sin comprender siguió esperando.
- Le digo que no. ¿Entiende? Usted no sirve para cazar dragones.
Impávido permaneció de pie, y aunque todo su mundo se le desaplomaba mantuvo cierta calma rezongona.
- Estoy preparado- Exhaló convencido
De nuevo el anciano giró a su alrededor y esta vez con la vara le dio un par de golpecitos en las rodillas. Golpes que lo hicieron trastabillar.
- No. No lo esta. ¿Sabe? Mejor búsquese una novia, levante un rancho y tenga muchos “gurises”.  Viva tranquilo, usted puede ser lo que quiera, tiene buena madera. Campesino, maestro, policía y hasta hacendado feudal. De todo, menos un caballero cazador de dragones.
- Pero…
- Escúcheme, joven amigo- interrumpió sin dejarlo tartamudear alguna frase- escúcheme y hágame caso. Usted vino por un consejo, no por una explicación. ¿Quería un consejo? Ya se lo dí. Se lo debo a su familia, por lo de su padre. Ahora puede irse. Y recuerde, usted no sirve para cazar dragones. No insista con eso
- ¿A mi familia? ¿Acaso usted conoció a mi padre?- dijo abriendo sus ojos negros casi petróleo y preso de una emoción incontenible por haber obtenido una pista sobre aquella ausencia de siempre- ¿él también quería cazar dragones? Como yo. Ahora entiendo, por eso se marchó.
- Lo siento pero no. El era un borracho hijo de puta, una mala semilla hecha de madera podrida. Pero usted no es así. Usted es bueno, y los buenos son los primero que mueren. Los primeros en ser devorados por el monstruo. Mire, vi muchos como usted, acepte mi advertencia.- y dicho esto lo palmeó y se retiro arrastrando las patas ajadas por el piso de tierra negra.
-     ¡Yo me voy a cazar, voy a cazarlo! ¡Ya lo va a ver, y nada me va a detener, me sobra fe!- gritó- ¡lo bien tengo estudiado! No me asustan esos largos cuernos que salen de a miles en su cabeza, ni esos incontables rayos blancos que aparecen de la nada y por todas partes. No le temo a los miles de pequeños bichos que revoletean hambrientos a su alrededor, ni en sus intestinos. Sus gritos metálicos no me van a amedrentar y esos insectos carnívoros que se deslizan y que dicen que comen gente, con todos esos colores chillones, no me preocupan. Mire sí los esclavos que lo protegen, esos con pequeñas armas que siempre destellan en sus manos y los tienen tan ocupados me van a preocupar. ¿Justo a mí? ¡Por favor! En el monte me la he visto con fieras más bravas. ¡Yo voy a conquistar y domar a ese dragón al que llaman ridículamente feroz. Llevo mi fe como escudo y mi suerte como lanza. ¡Viejo, a mí nadie me va a comer, a lo sumo yo lo haré! Yo me lo voy a devorar de un bocado. Ya va a ver. Y furioso salió y se montó en su yegua.      
Antes de partir completamente enojado y casi sintiendo desprecio por aquel charlatán  senil escuchó finito una voz que venía del fondo.
“No es suficiente. Ni la suerte ni la fe”.” Nada es suficiente para evitar ser devorado”.

Y tenía razón. El dragón cuyo legendario nombre es “ciudad” no perdona. Ni lo hará.






       Q´ves cuando no ves.

sábado, 2 de agosto de 2014

Atravesada.

Buscaron el lugar con menos barro, desempacaron las cosas y se pusieron a armar la carpa. Todo a las apuradas. Como la decisión de alejarse por un rato.
El oso”, ocasional compañero de aventuras, paranoico buscador de traiciones y aficionado al aroma del dinero, había tenido una semana ardua y casi de improvisto lo “obligó” a seguirlo. Y fueron.
La verdad es que no eran amigos, ni siquiera compañeros, hasta podría decirse que ni siquiera buenos conocidos, eran dos casi extraños sin nada en común mas que algún trato comercial. Pero de alguna manera esa lejanía cómoda les servía.
Con el “sol de noche” mordiendo la oscuridad cruzaron un pequeño barranco de lodo y echaron cañas. En silencio, tan solo con el sonido de las aguas viejas golpeteando las piedras desparejas y el aullido mudo de lo oscuro.
Arrimaron alguna botella, encendieron un fuego, prendieron sus cigarros y permanecieron como debe ser, cada uno en sus asuntos.
De vez en cuando alguno se acercaba al otro, le mascullaba alguna broma en jerga pesquera y volvía a su puesto. Nada extraño, nada fuera de lo común para en esa extraña cofradía que suelen formar algunos tipos hombres.
Como una testigo pasajero, la luna los observaba atenta mientras lentamente rasgaba los cielos límpidos hacía una lejana madrugada y de paso marcaba sus frágiles siluetas en una orilla solitaria.
“El oso”no tardó en dormirse. Acomodó su huesos entre un pajonal seco y de a poco se entregó a los brazos del sueño. La pesca no importaba, lo suyo estaba en parte. Su vida a mil lo necesitaba.
Él lo observó por un rato, y tuvo su dosis diaria de rencor pero solo por un pequeño momento, al rato lo dejó y volvió a su puesto. Por el momento la jornada no ofrecía nada. El agua quieta, el viento cálido y algún que otra grillo chirriando pero nada mas.
Tomó asiento en una roca y espero el tirón buscado.
Cuando la jornada amenazaba seriamente con convertirse en un sopor yermo lo vio venir.
El gaucho venia vadeando la orilla. Caminaba con las patas embarradas y jugueteaba con las ramitas puntiagudas que siempre hincan los bordes, y quizás venía algo ebrio. Este se le acercó miró el horizonte fundido en negro y le lanzó.
  • -¿Que buscas?
  • -Nada. Solo estoy esperando. Esperando algún pique, pero creo que me vuelvo virgen.
Con la confianza que da la soledad, el gaucho se acercó al fuego, levantó la botella de aguardiente y le dio un sorbo largo. Luego se acercó al “oso”, lo revisó muy por arriba, y lo dejó. Solo para volver hacia él.
  • -Raro- dijo mientras capeaba el río.
  • -¿Raro? ¿que es raro?
  • -Nada, esta raro.- y le dio otro beso a la botella- pasa, a veces pasa.
Sin comprender recogió la linea de pesca, revisó el anzuelo inmaculado, lo recargo con bastante carnada y lo lanzó.
  • -Entonce amigo de la ciudad,¿que anda buscando?
  • -Nada, le dije que nada. Solo estoy de pesca, pesca deportiva.
El gaucho no le dio importancia a esa leve inflexión enojada en su voz y continuó perdido en las aguas.
  • -Sí yo también la perdí. Y no se cura tan fácil.
  • -¿Perdón?
  • -Digo que yo también la perdí. Amigo no se le va a pasar tan fácil, algunas uñas se clavan profundo.
  • -No entiendo. Perdóneme pero no entiendo lo que dice.
El gaucho se acercó al fuego, recogió un madera en llamas y se la acercó al rostro.
  • -Lo veo en su mirada. Allí atravesada. Y lo noto en su voz. Atragantada.Ella esta ahí.No la puede sacar de su cabeza. Pero quedes tranquilo mi amigo, esos secretos deben guardarse.
Tomó la botella, le mangó un cigarro y se volvió a perder por la senda del agua.
Y él quedó allí. Sentado. Con ella atravesada en su mirada, con ella atragantada en su boca. Con su mejor secreto bien encerrado.
El viento viró el rumbo, las aguas se agitaron y por fin un reluciente Dorado mordió el anzuelo.
Preso del alboroto “el oso” se despabiló y lo ayudó. Se fotografiaron junto a la presa, la devolvieron y continuaron. Desde allí la noche se convirtió en un festín cazador.

Por la mañana, siguieron cada uno en la suya y cuando el sol comenzó a pendular en medio del cielo azul, recogieron sus cosas y rumbearon al pueblo. “El oso”, viejo conocedor de las artes culinarias, conocía un secreto bien guardado. Un excelente lugar para comer a unos kilómetros de allí.
Entraron, “el oso”se sentó, prendió su teléfono que estalló en pendientes y volvió a ser el de siempre. Él se dirigió al viejo mostrador de roble húmedo donde un pachorriento personaje escuchaba una carrera de autos. Y dijo.
  • - ¿Puede haber algo listo?
El parroquiano lo miró gentil, aunque no dijo nada, le hizo unas señas y se marchó.
Y ahí, en una pared descascarada notó la foto. En sepia, añeja, casi ajada.
Un gaucho o un pescador sonreía en patas junto a una doncella morenita como el caramelo. Él adusto, aunque apasionado. Ella casi indígena delicadamente feliz. Ambos eternos.
  • -Maestro, ¿quienes son aquellos dos ?- dijo señalando la foto mientras el parroquiano le acercaba una bandeja llena de carnes humeantes y jugosas
  • -¿Aquellos? Ni idea. La foto vino con el local. Cuando lo compre la deje allí. Me trae suerte, y ademas es pintoresca. Digo por la antigüedad, debe tener no se cien años.
  • -Mire usted- dijo con cierta decepción.
Regresó a su mesa cargado de comida y se sentó a comer junto a su “conocido”, aunque ya estaba fastidiado. “El oso” no paraba de habla por teléfono, daba indicaciones, hacía cuentas y gritaba.
De todas formas, sin opción, comió, calló y ni bien terminó salió a fumar.
  • -Es un cuento viejo- de repente dijo una anciana de mil años que tejía al sol.
  • -¿Como dice?
  • -Un cuento. Uno de tantos que se cuentan en los pueblos. Nadie sabe que paso. Algunos dicen que la indiecita se ahogó en el río, otros que la mataron por india y algunos que desapareció con un ricachón que la engaño y se la llevo como sierva. La mayoría ni siquiera cree. Lo cierto es que los viejos, y le advierto que no quedamos muchos, sabemos que el pescador nunca dejó de buscarla. Esa es la historia de la foto. Usted perdone a mi nieto, es como todos los jóvenes, bobo pero bueno.
Un bocinazo lo despabiló. “El oso” estaba apurado por volver a acelerar.
Él se subió dispuesto a dormir un rato y a no tener que hablar. Francamente ya lo detestaba.
Pero no pudo. Algo le molestaba en los ojos. Quiso seguir la charla, pero tampoco. Algo lo enmudecía en su garganta.
Y sabía el porque.
La tenía trabada en la mirada y atragantada en su garganta.




Q´ves cuando nos ves?

viernes, 23 de mayo de 2014

Bienvenidos al futuro

“Les cuento para que sepan lo que les espera. El mundo ahora es un lugar apacible, la tan temida rebelión de las maquinas de la que tanto hablaban ustedes, alarmistas del pasado, nunca sucedió. Esta nueva Babel es un deleite de modernidad.
Esta bien, pueden decirme que cedimos el control, ¿y que?, con eso ganamos libertad y confort. Hemos hecho un gran negocio.
Ya no necesitamos siquiera apagar las luces, la calefacción y ni siquiera las computadoras. Ellas se encargan de hacernos la vida mejor ¿La verdad? No se como ustedes  hacía para vivir  en el siglo XXI, en aquellos tiempos primitivos en los cuales se tenían que usar los dedos. Hoy todo es más rápido, mejor y más simple.
Estoy feliz. Mi heladera ya hizo el pedido al supermercado, la televisión grabó mis programas favoritos, el coche se encendió y calentó un par de minutos antes de mi llegada y solo voy a mi oficina porque no tengo otra cosa por hacer. Hasta el banco maneja mis números. Tengo el sueldo acreditado, todos mis gastos debitados y esta noche tengo una cita online que parece ser prometedora.
Claro, no todo es tan sencillo como parece. Antes de partir debo verificar un par de cosas.
 Que mis hijos, en sus habitaciones, estén conectados a sus campus virtuales, no sea cosa que se pierdan días de estudio y especialmente debo actualizar el software en los parámetros de temperatura que controlan la calefacción de casa, ha llegado el frío.
Ya reprograme el g.p.s del vehiculo para que conduzca más eficiente y me lleve por lugares menos peligrosos, es que algunos se empecinan a vivir en el pasado, y tambien modifiqué la tonalidad de mis vidrios, mejor así nadie curiosea mientras reviso mis libros en la tableta.
Solo espero que la cafetera de la oficina no me falle. Las últimas veces, por un error de programa, el café salió un tanto aguado y un poco tibio. Se que no es su culpa, el inepto que la programó lo hizo a su gusto, espero por su bien que lo haya solucionado, sino tener que levantar la voz sería un fastidio.
Otra cosa, ¿saben? Lo bueno de mi teléfono celular es qué solito me filtra las llamadas indeseables, y especialmente me permite almorzar con mis amigos que viven en el exterior. Creo que hoy me toca con uno que vive en Miami y otro en Londres.
Bueno, ya me voy. Me coloco las gafas conectadas a la red, esas que me mantienen al tanto en todo momento de lo que pasa a mi alrededor, y salgo. Quizás les mande una foto.
Ciertamente tener que caminar me molesta, pero unos metros de ejercicio no vienen mal, aunque no sé para que, los laboratorios ya han solucionado ese problema, y si bien no soy flaco al menos, y gracias a los tranquilizantes, no me afecta. Lo importante es descansar bien, ese es el secreto para llevar una buena vida, como la mía. Un serio ciudadano del sistema.     
Lo único que me preocupa un poco, es que tengo las baterías de los anteojos un poco baja, pero ni bien llegue la conecto a un puerto u.s.b y las cargo. Ojo, no le echo la culpa a nadie, debí dejarlas cargando un poco más. Es que anoche estaba cansado, jugar futbol contra esos suecos fue bravo, es que el tema de la lluvia aun no lo pudimos solucionar y la conexión se hizo un poco lenta. Me mataron a goles, pero hoy contra ese tipo en Kiev tengo la revancha.
Hum.. Se me prendió la luz roja de los lentes, voy a tener que usar los ojos para ver el camino. No importa, por una vez no me va a pasar nada, total esta todo más que bien.
Para todos el mundo es un buen lugar para vivir. ¿No me creen? Con lo último de la batería de mis lentes que miran por mí saco una foto y se las mando. Solo  para que sepan que todo tiempo pasado no fue mejor”.
“Los que puedan, sean bienvenidos al futuro”.
Q` ves cuando no ves? 

jueves, 8 de mayo de 2014

Instinto primario

Experta, lo enrollo piel a piel y sin contemplación lo dejo sin escapatoria.  Atado, rendido y  peligroso  explotó.
Mientras aquellas piernas enfundadas en suaves redes negras  lo atenazaron ondulando hasta sacarle el aire, y él se encogía contra la silla como un condenado a muerte, nuevamente lo sintió. Perforando. Algo estaba allí. Muy dentro suyo pero brotando con bestialidad. Golpeando desterrado por salir del encierro de años.
 El desconocido Manuel, su corazón y su sexo. Un poder implosivo de una nueva fisura cuarteándose bajo presión y estallando. Otra vez aquel nuevo coraje poderoso e incontrolable, que le espumaba la boca.
 No era por el sexo atrasado, ni por un deseo reprimido, era algo más poderoso.
Ese viejo y perdido reflejo salvaje en extinción que tan bien catalizan las peleas y el sexo.
-    Comamos despues- susurró- y le hundió sus largas uñas rojas en la espalda virgen.
Rasgado de dolor. Como un cavernícola enceguecido, le arrancó la ropa a jirones. Beso cada parte de su cuerpo desnudo a destajo. La inmovilizó sin piedad, se convirtió en su amo, y ella en su mansa esclava. En un trapo arrastrado por cada hueco de la cocina, aplastado y sacudido. En  un despojo húmedo, rendido al placer. Lanzada con salvajismo, le hizo conocer un punto inexplorado  de sus dilatadas fronteras. Al borde de la lógica natural. Un nuevo límite de agitación desconocido, un lugar en donde el dolor y el placer se convirtieron en una sola cosa. Lejos, mucho más allá de todo. 
 Marisa enloqueció, deliró e incluso sufrió. Hasta que finalmente, después de dejarse ultrajar despiadadamente, cayó absolutamente rendida.     
Por fortuna, sus vecinos de toda la vida eran personas mayores y algo sordas, sino nadie hubiese  dormido.
Eran casi las cinco y media de la mañana, y mientras ella dormía, cuando a pesar del frio y la oscuridad salió completamente desnudo a fumar en el patio trasero de su casa.  Una vez más en “suspensión animada”


martes, 29 de abril de 2014

Despidiendóte

“Intuyéndote, los viejos vicios, me sobrevolaron rapaces. Ceguera, debilidad, temor. Pero pisoteados, al fin desaparecen. Ya no soy el que fui, ni siquiera soy el que seré.
Lanzado al abismo, hoy libero mis negras alas y cual estrella caída, planeo en llamas sin rumbo ni tiempo. Encadenados, al fin nos libero.
Es difícil de explicar, y aunque lo comprendieras, no lo entenderías. Aquí comienza el más maravilloso, más enigmático viaje que jamás emprenderé. El primero de tantos. Ligero de equipaje. Tan solo con vos en cada blanco amanecer y en cada calido atardecer. Hermosa en las diáfanas miradas del día, tenue en cada detalle de la noche.
Cual satélite voy a estar cerca, girando por tu mundo, acercándome y alejándome, pero brillante en el firmamento. Ardiendo en pasión, soportando la lejanía. Amándote locamente.  
No hay mucho, ni siquiera una manera racional, para decirlo, pero enloquecido por vos  me lanzo al mundo. En paz, seguro, abrigado. Y ese es mi destino, el destino del errante. El sendero del maldito.
Caminos que se cruzaron demasiado pronto, y se fundieron en uno.
Almas enlazadas.
 Algo más, una simple, pequeña y última confesión.
Sí hay alguien en el mundo que me hubiese podido retener en casa, esa solo hubieses sido vos.”  

viernes, 25 de abril de 2014

Y así empieza, antes del final..



Antes del final



Por primera vez, desde que habían partido estaba completamente abatido y su cabeza ya no le pertenecía.
¿Quién era realmente aquel tipo que los guiaba? ¿Un lunático convincente, un excéntrico convencido, un sabio  iluminado o simplemente un hombre común, aunque demasiado inteligente?
Se detuvo, acomodó su carga,  resignado lanzó una fugaz mirada los destellos  suaves que se extinguían por detrás de él, y sin pausa continuó descendiendo hacía un oscuro y rocoso cuello de botella. Una angosta grieta por la cual los demás ya habían bajado, y donde ansiosos  lo esperaban.         
Los veía mover sus linternas, haciéndole señales desesperadas por encontrarlo, pero no daba más.         Bajó de su espalda el cuerpo tieso de Renzo y con una manta sucia volvió a cubrirlo.  
 Siempre había añorado deambular por caminos oscuros, vagabundear en las sombras, pero esta aventura era completamente diferente.  Nunca como ahora, se jugaba el pellejo.
 Apagó su linterna,  y a oscuras buscó un momento de calma entre tanto arrebato.
  Solo para tranquilizarlos, les hizo las señales de rigor, y a su ritmo, de a poco, se les fue acercando. Combado como un arco vencido, arrastrando las piernas y pateando piedritas.
Mientras tanto, hondos, lo aguardaban relajados.
Soledad  se adelanto y los abrazó. No lo demostraba, pero también comenzaba a preocuparse. Era una muchacha joven, impetuosa y algo inconsciente pero de ninguna manera tonta.
Sam, solo los miraba lejano. Ensimismado, y probablemente pensando en redescubrir la huella perdida.           
- ¿Dónde nos metimos?- preguntó Soledad, y con cierto enfado añadió- y vos Manu. ¿Por qué apagaste la linterna?
-           No sé, estoy muerto. Solo paré un minuto a descansar, ya no puedo más y me parece que Renzo esta peor. Espero que lleguemos pronto, sino vamos a tener muchos más problemas. Mirálo, esta helado.
     Soledad, rodeó a Manu y enfocó la cara blanquísima  de Renzo. Le acaricio con ternura el pelo,  y la dio un pequeño beso.
-         Cuando quieras hay otro para vos- le dijo al pasar.
Giró su linterna e hizo un pequeño recorrido rápido por aquella  enorme gruta que se abría sobre ellos, y no dudó en encararlo.
          - Sam, ¿falta mucho para llegar?
-         No ya estamos. Creo que casi llegamos.- respondió carraspeando y más lacónico que de costumbre.   
-         Perdonáme, como qué, creo. Tenés alguna idea de cuánto falta o estamos perdidos- interrumpió Manu sorprendiendo a todos y mostrando un desacostumbrado y nuevo enojo.  A fin de cuentas, él llevaba toda la carga, y se sentía culpable.
-         Quedáte tranquilo,  estamos cerca. Sé muy bien por donde vamos, falta poco, no te desesperes, en momentos como este siempre es bueno mantener la calma- contestó impávido y  agregó- –sí queres cargo Renzo un poco yo.
-         No dejá, si decís que falta poco, te creo. Sigamos. Ya quiero salir de esta cueva.
Soledad  sonrío. Para ella la aventura estaba en pleno apogeo y, a pesar de todo, por fin estaba junto a él.
Sam asintió serio, y de pronto, como recordando un viejo mapa mental nuevamente se metió por un pequeño pasadizo que se encontraba escondido tras una enorme roca roja.
Los demás lo siguieron, entraron en un desfiladero  angosto, que solo aquel que ya hubiese estado antes por allí podría reconocer, y continuaron.
Caminaron entre las apretadas peñas, en esa suerte de dentadura despareja y cada uno a su tiempo fue premiado con alguna dolorosa advertencia.
El aire helado comenzó a extinguirse, y una extraña condensación húmeda, les apareció de golpe. Una rara mezcla de vapor y hielo.
  Las entrañas de la serpiente en la cual se habían internado, ardían, y las piedras regadas por doquier se habían vuelto cada vez mas grandes, tibias y desparejas. Y el camino lleno de obstáculos guardianes.
Así a tientas, solo iluminados de a ráfagas, avanzaron en fila. Apretados y obedientes. Arrastrados por una fuerza misteriosa. Un hechizo emanado  cada vez, más y más fuerte.
Por fin, y tras eludir una violenta oleada de vapor, llegaron a un pequeño descanso, en el extremo final de aquel sendero rugoso. Una especie de salón perdido, en donde el aire era escaso y pesado.    
-         Llegamos- dijo Sam con cierta satisfacción y chorreando sudor. Aquí se forjó todo aquello que buscábamos. 
Manu y Soledad, se miraron sin entender. Buscando una pista revolotearon sus linternas dentro de la negrura absoluta, pero por más que hurgaron en cada orificio sospechoso, nada les pareció cercano a una salida.
Quisieron comprender, pero ignorantes, alumbraron a Sam y esperaron una explicación, coherente o no.
Él, apartado, revolvió desesperado algo en un rincón oscuro, luego enfocó un muro borroneado y  lagrimeó. Se tomó unos segundos, sacó un pequeño y hasta ahora oculto, apuntador añejo y ajado y lo comparó con unas notas recientes. Apagó su linterna, demostrando una serenidad incomprensible, y tomó asiento.
 Totalmente resquebrajado, y engañado, Manuel apoyo a Renzo en el piso y sin esperar lo increpó.
-         Sam, ¿qué es este lugar? ¿Acaso, acá termina todo? ¿Tanto recorrido para terminar sepultados, en el medio de la nada?
Su voz  sonaba deshilachada. Aunque ligeramente insurrecta.
Sam se sonrío entre la espesura de su barba negra cubierta de polvo gris y tomándose un segundo eterno contestó.
-         Siéntense un segundo y escúchenme- exclamó solemne- tengo mucho para decirles y ustedes tiene mucho para escuchar, solo les pido unos últimos instantes y todo quedara aclarado. Ténganme aquella confianza que me entregaron en un principio. Llegamos hasta este lugar buscando, y en esa empresa no fallamos, solo les pido unos minutos más. Toda línea tiene un principio y nuestro curso es aun difuso. Solo somos espíritus inquietos, pequeños sueños resquebrajados, solo un agónico y perdido aliento entre toda esta inmensidad. 
Incluso Renzo, preso de un dolor atroz se despertó y reponiéndose de la extenuación a la que se había sometido dócilmente, se sentó frente a él cual discípulo. Con un último impulso inconsciente.
Soledad  hizo lo mismo. Manu los siguió, aunque  algo más alejado. Por experiencia, estaba descreído y prevenido. El viejo Manu volvía a aparecer.
Después de todo nadie lo había obligado a seguir a Sam, y eso era lo que más lo molestaba.
Las tres figuras, sentadas como alumnos de un sabio profeta en el desierto, se acomodaron como pudieron entre las rocas tibias y escucharon aquello que esperaban oír desde un principio.
Sam, se tomó un instante de silencio, y cerro sus ojos.
-         Manu, un lago oscuro, profundo y maldito. Un pregunta sin respuesta.  Esa es tu gran virtud, tu cruz, y  mi más grande y amarga satisfacción - dijo aun con los ojos cerrados cual monje y quiso continuar. Pero Manu lo anticipó.
-         Disculpame Sam-  interrumpió enérgico y cortante- No estoy para discursos religiosos, solo decime como vamos a salir de acá y después me das tu predica.  Deja la lírica para otro momento, sí es que lo hay, por si no te das cuenta acá está faltando el aire. Y estoy seguro que vos sabes cómo salir de aquí.
-         Entiendo tu impaciencia, pero solo dame unos minutos, aquí debe estar la respuesta.
-         ¡Déjate de joder!- continuó Manu sin esperar-, confíe en vos e hice todo lo que me diiste. Recorrimos medio país, los arrastramos a ellos y,  ¿para que? ¿Para meternos en la nada? Ya ni se cuantas horas pasamos en esta tumba y ¿Vos me decís que espere? ¿Qué espere, qué? Por si no te das cuenta, Renzo esta muy mal. Ya no queda morfina para darle y nosotros no estamos mucho mejor. No podemos volver, no tengo la menor idea de cómo llegamos hasta aquí, y por lo que veo, este lugar esta cerrado ¿Como pensas sacarnos?  A menos que se te ocurra algo, estamos sepultados. Solo un milagro, nos pude ayudar, y por lo que veo no andamos muy holgados.
-         Fe amigo, eso es lo que te falta.- dijo y repitió con énfasis- fe. Después de todo hasta los moribundos es lo último que pierden, pero vos sos distinto, un errante, un peregrino sin rumbo fijo. Esa es tu maldición y eso es lo que te impulsa. Ese es el gen defectuoso de tu alma. Tu falta de fe es tu fortaleza, y como un testigo en medio de la balacera solo esperas. Miras sin comprender su naturaleza y aun así, mientras unos se disparan entre sí y otros se esconden como ratones, vos solo esperas,  ahí atento y despiadado entre la espesura de lo desconocido. Por eso somos tan distintos y tan similares. Ahora, que estoy en mis últimas estaciones, lo puedo ver. Gracias amigo, ahora sí lo veo, como en los viejos tiempo, el desolado espíritu al costado del camino. 
Y agregó.
-            Deja de buscar por donde no hay. Siempre tratando de escapar hacia delante.  Buscamos lo que creemos y encontramos lo que podemos. Sí  este es el fin, vayámonos en paz,  y sabiéndolo. Aquí estamos, como diiste, bien enterrados, al igual que ellos- la luz violeta de su linterna enfocó unos viejos huesos apilados contra la pared opuesta que se mezclaban con unas pinturas ilegibles- lo único que me apena, es que nadie lo sabe, ni lo sabrá jamás. Eternos. Como ellos, plenos, sabios e inmortales. Sí este  es el fin, aceptémoslo con el gusto de haber llegado. ¿Cuantos en la vida pueden decir eso?  Las cosas no suelen terminar tan bien  como empiezan.
Inmediatamente Manu, se paró en seco y toscamente se dirigió al hueco por donde habían ingresado al descanso. Lo revisó una y otra vez en vano, sabiendo de antemano que no habría respuesta. Agitó la linterna exigida, queriendo descifrar un regreso improbable, y al rato resignado la apagó.
Definitivamente estaba perdido, aquel hombre parecía en trance y él estaba sin la más remota idea de cómo salir de allí.
 Renzo, preso de su dolor, volvió a recostarse hecho un ovillo.
 Soledad se acercó a Manu y en silencio lo abrazó fuerte. Como nunca antes lo había hecho. Un abrazo tardío y esperado. Lo necesitaba. Él era todo, su pequeño mundo, el carcelero de sus miedos, y el paladín de sus emociones. El aire, el fuego, el agua. Lo único que existía o existiría.   
Manu, también la abrazo.  Y por primera vez permanecieron realmente juntos. Sin decir nada, solo sintiéndose.
La besó, como a un recuerdo perdido, y la separó con ternura.
Ni siquiera Renzo, en las últimas, lo abrumaba. Ese joven no era su responsabilidad.
Solo quería salvarse y salvar a Soledad.
 Ya no era solo por él ni por ella, era por aquella presencia ausente desde siempre y por ser el culpable de su dolor futuro.  Esa sola idea era lo que más lo atormentaba, aquello que más temía. El culpable de arrastrar a su capullo desbocado, aun final sin sentido.
Su único y frágil lazo con el mundo.  Quizás, después de todo y mirando frente a frente al final, el destino fuese ella.