Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

viernes, 1 de febrero de 2013

Universos paraleos en quince palabras.

Cinco de la tarde, el sol raja la tierra.
El “negro” salió  de su casa dispuesto a un largo día de cartoneo, aplastado en el pavimento hirviendo de la ciudad gris. Se sabía un animal carroñero de baja denominación.
Minuciosamente arañó las calles de  todo Flores, hurgando como un ratón en cada hueco, escaló por Rivadavia desde Nazca hasta Acoyte, para retomar y bajar por Yerbal hasta la calle Concordia, en busca del paraíso.
El carro en su espalda era su mochila.
 Ahí enfilö hacia la avenida Avellaneda, repleta de restos de tela, cartón, botellas de plástico, y mucho papel. Todo amontonado de forma brutal sobre la vereda, la calle y hasta en la puerta de los locales comerciales.
La rutina de siempre, solo que más pesada y lenta.
Cada vez le costaba más ser burro de carga.
Sabía que había otra manera de hacerlo, de seguir adelante; pero no se animaba, ya sea por cobardía o por honradez, o por una mezcal de ambas.
Luego de la eterna disputa por las migajas polvorientas y sucias entre “colegas”, apoyó las pesadas maderas de su carro en sus hombros y enfiló directo por la avenida San Pedrito  para el Bajo Flores. La competencia desigual había sido feroz.
 Ahí lo esperaba como siempre “Héctor, el reventa” para hambrearle algo  por la mercadería.
Iba contento, en una esquina había acertado con dos baterías de auto, calcinadas, un ventilador fundido y algunos manojos de cables enredados, entre otras cositas similares.
La espalda lo apretaba contra los huesos de la cintura, los pies en llamas por el pavimento carbonizado y las venas tubulares de la cara amenazaban con reventar de un momento a otro, cada gota caliente era un espasmo.

Entre yuyos quemados, y charcos  secos, llegó por fin a lo del  “reventa”.
Un turro con cara de agua estanca, que de favor y por ser él, le arrimó unos treinta pesos, dos vales para comida, que el gobierno reparte entre los punteros políticos y una palmada en la espalda.
-         Es todo?
-         Y la cosa está mal para todos. Es demasiado, las sobras ya no valen nada.
Sin comprender el insulto tomó las migajas y agradeciendo servil se esfumó, entre la maleza mal crecida.
Resignado arrugó veinte pesos en el bolsillo trasero de la bermuda sucia, y dejó a mano diez  por si lo apretaban los “chicos del humo”.
La “negra” lo esperaba.
Sentada en la puerta del rancho con mil pibes y mil moscas revoloteando entre algo de  basura, tomaba unos mates mientras doblaba alguna que otra remera.
Sonriendo con la boca llena de nada, le acercó un balde con agua, que el negro inmediatamente se echó encima, como curativo.
El “negro”, le dio los vales y los treinta pesos con pudor.
La mano ajada de la “negra” los tomó e inmediatamente mostró su decepción.
Sin mediar más el “negro“ le dijo:
-         No te preocupes por la noche salgo de vuelta, a ver si consigo algo más. Me tiro un rato a descansar que el pecho y la espalda me están matando. Negrita, prepárate unos amargos en un ratito los tomamos. Dale algo de comer a los pibes yo cualquier cosa como por ahí.
La “negra” asintió resignada.
El “negro” corrió un tallón a modo de puerta y entumecido se hundió en el colchón.


Eran casi las dos de la mañana cuando un terremoto le cruzó el pecho.
Ya volvía al rancho, la noche había sido mediocre pero útil. Y ahí nomás al alcance de la mano, la heladera vieja, el gran premio.
Solo el carro en solitario era testigo, bajo una luz amarilla y suave.
 Se recostó en la vereda y ahí quedó por última vez.
El cuerpo dijo basta.


Cinco de la tarde, el sol raja la tierra.
El “negro” salió  de su casa dispuesto a un largo día de “cartoneo”, aplastado en el pavimento hirviendo de la ciudad gris. Se sabía una animal de rapiña de baja denominación.
Minuciosamente arañó las calles de  todo Flores, picoteando en vano como un gato en cada ratonera, escaló por Rivadavia desde Nazca hasta Acoyte, para retomar y bajar por  Yerbal hasta la calle Concordia, en busca del paraíso.
El carro en su espalda era su cómplice.
 Ahí enfiló hacia la avenida Avellaneda, repleta de oportunidades, autos con ventanas abiertas, manteros desprevenidos, compradores inocentes, locales desprotegidos y mucho descontrol. Todo amontonado de forma brutal sobre la vereda, la calle y hasta en la puerta de los locales comerciales.
La rutina de siempre, solo que más pesada y lenta.
Cada vez le costaba más ser pájaro de rapacería.
Sabía que había otra manera de hacerlo, de seguir adelante; pero no se animaba, ya sea por cobardía o por facilidad, o por una mezcla de ambas.
Luego de la eterna disputa por las migajas polvorientas y sucias entre “colegas”, apoyó las pesadas maderas de su carro doble fondo, en sus hombros y enfiló directo por la avenida San Pedrito  para el Bajo Flores. La competencia desigual había sido feroz.
 Ahí lo esperaba como siempre “Héctor, el reventa” para hambrearle algo  por la mercadería.
Iba contento, en una esquina había acertado con dos espejos de auto flojos, un stereo viejísimo a la vista,  un celular desprevenido y algunos manojos de medias enredados en mantas flacas, entre otras cositas similares.
La espalda lo apretaba contra los huesos de la cintura, los pies en llamas por el pavimento carbonizado y las venas tubulares de la cara amenazaban con reventar de un momento a otro, cada gota caliente era un espasmo.

Entre yuyos quemados, y charcos  secos, llego por fin a lo del  “reventa”.
Un turro con cara de agua estanca, que de favor y por ser él, le arrimó unos treinta pesos, dos vales para comida, que el gobierno reparte entre los punteros políticos y una palmada en la espalda.
-         Es todo?
-         Y la cosa está mal para todos. Es demasiado, las sobras ya no valen nada.
Sin comprender el insulto tomó las migajas y agradeciendo servil se esfumó, entre la maleza mal crecida.
Resignado arrugó veinte pesos en el bolsillo trasero de la bermuda sucia, y dejó a mano diez  por si lo apretaban los “chicos del humo”.
La “negra” lo esperaba.
Sentada en la puerta del rancho con mil pibes y mil moscas revoloteando entre algo de  basura, tomaba unos mates mientras doblaba alguna que otra remera.
Sonriendo con la boca llena de nada, le acercó un balde con agua, que el negro inmediatamente se echó encima, como curativo.
El “negro”, le dio los vales y los treinta pesos con pudor.
La mano ajada de la “negra” los tomó e inmediatamente mostró su decepción.
Sin mediar más el “negro“ le dijo:
-         No te preocupes por la noche salgo de vuelta, a ver si consigo algo más. Me tiro un rato a descansar que el pecho y la espalda me están matando. Negrita, prepárate unos amargos en un ratito los tomamos. Dale algo de comer a los pibes yo cualquier cosa como por ahí.
La “negra” asintió resignada.
El “negro” corrió un tallón a modo de puerta y entumecido se hundió en el colchón.


Eran casi las dos de la mañana cuando un chasquido le cruzó el pecho.
Ya volvía al rancho, la noche había sido mediocre pero útil. Y ahí nomás al alcance de las manos, la llanta sin seguridad, el gran premio
Solo el carro en solitario era testigo, bajo una luz amarilla y suave.
 Se recostó en la vereda extraña y densamente húmeda y ahí quedó por última vez.
Alguien desde el anonimato le dijo basta.



Jueves feriado por la mañana, bien temprano.
Prendo la moto y ahí nomás, a dos cuadras de llegar al trabajo, veo un tipo tirado en el piso y un carro abandonado.
 Hay dos mojones de vecinos charlando en cada calle y un patrullero con algunos pocos policías debatiendo de futbol, mate en mano.
Me acerco disimulado, y con cara de interés, al primer grupo.
Una señora con un perrito pequeño,  blanquito y desplumado, le comenta a otra.
-         Parece que le agarró un infarto al cartonero este. Está tirado aca desde las tres de la mañana más o menos. Pobre tipo.
Ambas asienten en silencio.

Me acerco al segundo grupito, algo más alejado.
Un pelado panzón en cueros le comenta al canillita.
-         Mirá como quedo el chorrito este. Seguro quiso afanarse una llanta, meterla en el carro y algún vecino le pego un tiro. Hizo bien, se ve que lo tenían podrido. Esta tirado acá desde las tres de la mañana.  Se lo merecía.
Ambos asienten en silencio.


Me acerco a la policía y escucho antes de partir.

NN, fallecido en la vereda.
Causas no identificadas.
Se solicita ambulancia, bolsa mortuoria y traslado a la morgue judicial. 

quince palabras distintas....
dos universos iguales...



q ves cuando no ves?  



         


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