Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

viernes, 22 de noviembre de 2013

Libertad, aquel viejo aroma olvidado.

La verdad, es que no creía mucho en ese asunto de las casualidades.
Ya aprendí a los golpes, que la mano mala vine siempre sola, de lleno y franca  y la buena se esconde de la vista simple, para tomarnos por sorpresa. Tan por sorpresa, que generalmente ni la vemos y pasa como un suspiro.
Algunos lo llaman “Karma”, otros se escudan en la tan conocida frase “los caminos el señor son misteriosos”, muchos le dicen “buena estrella” y algunos solo “casualidad”.

Hace un par de meses que me ando revolcando entre algunos libros viejos que me inquietan.
Uno, “El llamado de la selva”, de Jack London, un cuento aparentemente infantil, ya que su protagonista es un perro, que de un día para el otro, y de una apacible y gorda vida de ciudad violentamente es transportado a un mundo hostil, donde por fin se descubre.
Lo leí de chico y releo de grande.
El otro, algo más actual, “In to the wild”, simplemente trata a cerca de un muchacho, de seudónimo “Alexander Supertramp”. Que termina su viaje al desprendimiento, muerto pero feliz en la Alaska de sus sueños. Una historia real inquietante, con película incluida.

Lo cierto es que por “casualidad”, “karma” o “el misterioso camino del señor”, una tardecita de domingo me tope con Buck. En medio de una esquina abandonada dentro de un paraje inhóspito dentro, bien profundo en la Agronomía, allí, en una especie de monte urbano y escondido entre la maleza crecida y crujiente, su casa rodante tirada por un cascajo desarmado descansaba algo enmalezada. En esas callecitas inexplicables que merodean circundantes sin sentido por allí dentro.
Yo venía algo dormido, y el perro se coló en lo que solo parecía una cuevita hecha con ramas arqueadas, puntiagudas y crecidas. Lo seguí apurado, mientras sabía, algo fastidioso,  que tendría que sacarlo nuevamente los tirones de ese laguito marrón y estanco que duerme misteriosamente en la Agronomía; resabio de un pasado de naturaleza, y en el que el perro insiste en tirarse a nadar a pesar de mis retos. Esquivando ramas pinchudas y hiedras me lancé a su caza.
Era de tarde ya, y el sol escupía suave entre la cúpula de ramas, algún que otro rayo dócil, que con una estela finita le daba al lugar un aspecto fantasmal.
 Algo olía raro allí.

Buck, se encontraba sentado en la escalerilla de la casa rodante, leyendo algo y con la televisión, en blanco y negro, encendida de fondo. Me miró, solo un segundo, bajando sus gafas redondas y siguió en lo suyo, acariciando su cabeza rapada, como si fuese un monje tibetano. Como sí las visitas le fueran comunes.
Mi perro, que no suele ser muy amigo de los extraños, le pegó un par de olidas demasiado cercanas y extrañamente confiadas, profundas y como si nada, ni bien me vio aparecer de entre las hojas,  volvió al trote, con la orejas arrepentidas y jadeando, esperando mi amonestación. Se echó sumiso y culpable a mi lado, esperando.
Buck inmóvil y lejano permaneció en su libro.
-         Discúlpame, no sabía que estabas acá. El perro se mandó solo. Es que es medio descontrolado. Me disculpé infantilmente y con culpa.
El tipo miro al perro echado como un gatito, a mi lado y sonrío, luego me miró. Pero no dijo una sola palabra.
Pasaron, solo dos segundos de la típica incomodidad que te trae el silencio, cuando hablas solo, y mientras recogía la correa le dije nuevamente como para terminar.
-         Disculpa otra vez, ya me lo llevo, es manso pero algo descontrolado.
 Era evidente, aquel tipo quería estar solo.
Levantó la vista de entre sus gafas, cerró el libro amarillo y lo apoyo en un tronco seco que le hacía de cenicero y de mesita y me dijo.
-         Tranquilo, no me molesta. Los perros no me molestan para nada. Siempre se meten acá, no se debe oler algo. Pero los perros no me molestan. Menos estos, tan grandotes, estos saben lo que hacen.
En efecto, y como decía anteriormente, allí olía raro.
-         La mayoría de la gente le tiene miedo, es que es enorme y con cara de malo. Pero no hace nada. Se hace el macho nomás, te ladra y se te tira encima, o corre como enloquecido, pero no hace nada. Le repetí, intentando sonar gracioso.
-         Sí, lo veo, es bastante grandote y esta algo confundido. Se ve que no anda mucho suelto y eso pasa. Cuando a algo tan poderoso le sacas la correa, siempre se descontrola un poco, pero un ratito, después se tranquiliza. Siempre pasa.
En efecto, el perro enroscado a mi lado, comenzaba a ensayar una suerte de siesta pacifica.
-         Déjalo descansar un rato que anda con la lengua afuera. Aguántame un segundo que le traigo agua,
Se metió y desapareció unos minutos.
Yo por mi parte arrimé otro tronquito seco y me senté a esperar. No sé, me pareció una falta de respeto irme ante tanta amabilidad.
Al rato, salio con una lata de dulce de batata llena de agua y con un vaso.
Le arrimó al perro la lata y a mi me dio el vaso.
-         Tomate un trago, vos también andas con la lengua a fuera.
Deje pasar la indirecta, agarré el vaso de plástico y me senté en el tronco. La verdad es que andaba sediento, como el perro, con la lengua afuera de tanto ser arrastrado por el lugar.
-         Me llamo Buck, mejor dicho, me dicen Buck. Se presento ni bien se sentó nuevamente.
-         Yo soy Ale. Un gusto.
El tipo era agradable, de voz profunda y corta.
-         Se ve que sabes de perros.
-         Si. Me gustan mucho, en especial los grandotes como este tipo salvajes.
Y me señalo, al durmiente a mi lado.
-         Algo que tiene este bruto ahora es aspecto de salvaje ¿no? Le dije irónico y riendo, señalando a Lemy mi  perro que dormía profundo a mi lado, como un oso de peluche.
Buck se sonrío, con media boca, pero ni miro al perro. Me miraba directo a los ojos. Algo buscaba.


-         ¿Y vos? Como la llevas? Me dijo siempre mirándome fijo.
-         ¿Yo? Bien tranquilo, suelto por ahora.
Buck se quedo callado, asintiendo gentil a mi estúpida respuesta.

-         Vivís acá, digo ¿en la Agronomia? Le dije mientras terminaba el vaso con agua y prendía un cigarro.
-         Vivo en la casita rodante y paro de vez en cuando aquí, pero suelo andar por muchos lados. No me gusta quedarme quieto. Cuando quiero sigo el viaje y cuando quiero paro un rato. Me gusta viajar sin ataduras. Que se yo estoy cómodo y tranquilo. Leo mucho, observo mucho, charlo y conozco a algunas personas que valgan la pena. Soy un espíritu de libertad. Casi un concepto.

Yo lo escuchaba un tanto encantado, el tipo emanaba paz y libertad. Esa vieja fantasía mía.
Otra vez aparecía  ese olor extraño filtrándose en mi nariz.
-         Soy un espíritu libre. Me dijo nuevamente y de repente como queriéndome demostrar algo, ¿Y vos? Que onda, ¿Que podes decirme? ¿Sos un tipo libre?
La pregunta me sorprendió, y sabía que venía con trampa así que me tome un segundo y pensé en silencio en una respuesta inteligente, una de esas que cuando necesitas nunca aparecen.
Al tipo le gustaba incomodar, así que si darme tiempo me dijo rápidamente.
-         Hagamos algo, te doy dos minutos y vos me contas.  Adentro tiene que haber algo. Recorda, que soy un espíritu de libertad. Dame un instante, aunque sea pequeño, de tu vida, de tu libertad, de libertad total y absoluta. Pero no me vengas con pavadas del estilo “aquel hermoso día en la playa mientras atardecía” o “ese momento en la ruta de noche yendo a buscar a la familia”  no me vengas con bobadas artificiales, busca bien, que tengo tiempo, pero no me sobran ganas.
Juro que me incendie la cabeza buscando ese momento en silencio, mientras Buck se regodeaba. Revolví cada centímetro de mi cerebro buscando exactamente lo que Buck me pedía, pero cada vez que encontraba un indicio, una pista automáticamente me daba cuenta que era falsa, que no había allí un solo centello de absoluta libertad. Todos eran momentos encadenados. Falsos e imprecisos. Espejismos.
Pasó un instante y comencé a preocuparme ¿Acaso en mis largos años no podía encontrar un solo momento de libertad absoluta? ¿Acaso todo estaba encadenado y atado siempre a alguien o a algo? ¿Tan ciego había estado viviendo, que ni una imagen venía en mi ayuda? ¿Tan abombado, me había gastado?
 De repente, y como un flash algo apareció.
-         Lo tengo. Le dije triunfal.
Buck me miro y asintió. Esperando el titubeo de mi respuesta.
-         Hace poco, estaba pescando en un pequeño lago, a la luz de la luna, en un lugar semidesierto. Fumando y tomado solo y en silencio, como me gusta. Solo el aleteo de las olas golpeando el bote en la orilla rocosa sonaba cual eco en el silencio y ahí, de la nada y entre las penumbras, apareció de la nada mi pequeño de cinco años, con los pelos  rubios revueltos y la cara marcada por la almohada y se sentó a mi lado. Serían las tres de la mañana y el borrego simplemente no podía dormir, así que salio de la carpa, veloz y silencioso como un ratoncito, y vino hasta mi. Sin decir una sola palabra se sentó a mi lado en silencio y se quedó observando fijo el reflejo bailarín de la luz de la luna danzando en el lago. Solos en silencio, pasamos un rato en absoluta paz y libertad. Sin hablarnos una palabra. Dos tipos a oscuras, casi socios en silencio paz y libertad. Hasta que el pequeño se durmió en la hierba mojada. Ahí esta. Ese momento de libertad.
Buck negó y agregó.
-         Fue un gran momento, no lo dudo. Pero fue un gran momento de libertad para tu cachorro, que a oscuras y seguramente con  miedo, decidió y camino esos metros hacía vos. Fue su momento de libertad absoluta, y quizás lo recuerde por siempre, para toda su vida. Pero fue el suyo, no el tuyo. Él se despojo de todo miedo y salio expuesto, sin más defensa que su fe en encontrarte, a la noche a caminar esos metros oscuros libremente y a tu encuentro. El explotó y sintió la necesidad de la verdadera libertad. Los chicos  y los animales lo saben. Los adultos lo perdieron. Pero no te preocupes, si no encontras nada, la mayoría no lo encuentra y no es porque no sepan buscar o lo hayan olvidado, es solo que no hay nada que buscar. Así de simple. No tienen momentos de libertad genuina en toda una vida.
Sus palabras me demolieron. Certeras flechas a la frente.
 Me quede conmovidamente desvastado en silencio.
 Buck me miro raro, a la espera de algún halito de vida. Pero ni una señal salió de mi boca.
 Nuevamente el incomodo silencio del que habla solo.
 Solo algún pájaro revoloteando y chillando.
Buck, se arrodillo y le pegó una cariñosa acariciada al lomo del perro.
En ese momento y de la nada como movido por un principio de la física desconocido, Lemy se sobresalto, y como poseído se levantó y empezó a olfatear profundo a su alrededor, a mi alrededor y delante de Buck. Resoplaba y resoplaba como endemoniado.
 Aquel olor que había olido, ahora se había hecho mas intenso.
Buck se río feliz. Yo, desconcertado.
-  No te preocupes, no sos ninguna criatura especial de dios. Igual al resto. Tan común a todos. Eso no esta tan mal. Después de todo, a pesar de vivir encadenado no te fue tan mal. No te desilusiones, no es para tanto. No sos ni un niño ni un animal, sos un adulto feliz.
Los rayos tenues el sol filtrado trocaron por destellos de una luna gigante y amarilla. Y la cueva e hierba, ahora sí parecía gutural y primitiva.
Buck, advertido de mi apuro incomodo, me hizo una seña minima y entro raudo a la casa rodante. No muchos hubiesen aguantado estar allí a oscuras, en medio del pantanal. Pero con el perro al lado, siempre me siento seguro.
Al rato, se prendió una luz amarilla alimentada por una batería de auto y Buck salio con algo en su mano.
Me extendió un pequeño papel amarillo arrancado y sin mediar una palabra más se volvió meter en su casa.
Quise abrir el papel y leerlo, pero arrastrado por mi can,  entre  pastos, penumbras, y yuyos crecidos, en un santiamén estaba abriendo la puerta de la camioneta estacionada a las afueras de la reja.
Prendí esa luz interna que no alumbra casi nada y leí lo que Buck me había dado.
Era una hoja dorada arrancada del Quijote  el libro que leía Buck hasta que lo interrumpí. Con un párrafo remarcado.

 La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”


De más está decir que esa noche casi no dormí. Me revolqué pensando y tratando de recordar algo. Pero ni un mísero pensamiento salió de mi mente atontada. Hermética. Divagué por la casa espectralmente, hasta que el sol nuevamente se dibujo entre los cuadraditos de la persiana. La rutina otra vez y yo allí, hueco consciente.
No eran más de la seis de la madrugada, cuando entre cabezazos de sueño me tiré en el sillón de casa a esperar solo un rato más a que llegara la rutina a abrazarme.

Y fue allí, en el momento menos esperado. Cuando el camión de mi vecino que todas los días arranca gasolero, me sacudió, a esa hora, entre somnolencia y lucidez, cuando esa pintura llego a mí.
La verdad es que no puedo distinguirlo. No sé a ciencia cierta si fue un sueño, una visión, o que. Lo cierto es que me vi allí, con diez o nueve años de edad, sentado en el regazo de mi viejo, en la terraza del edificio de unos tíos. Allí, en épocas de pocos canales de televisión y poca diversión para niños, mi viejo y mi tío, me subían a esa terraza altísima y peligrosa para ver desde allí unos partidos de hockey sobre patines que jugaban por las noches en la sede de Villa del Parque del club Racing club. La terraza del edificio alto, justo daba a la cancha, y subíamos ilegalmente con un par de sillitas a mirar un rato. Mi viejo, conociéndome, me sentaba en su regazo, a unos escasos metros del abismo y me ataba firme con un cinturón de cuero a su cuerpo, para que yo no me moviese y por ende no hiciese un salto al vacío. Aquella vez, por descuido o vaya uno a saber porque, simplemente olvido atarme a su cuerpo y en el instante en el que me dí cuenta, simplemente me bajé de su lomo tranquilo y me senté a su lado a mirar la nada. Libre.  Mi tío y mi viejo quedaron helados unos dos minutos. El tiempo justo. Por primera y marcada vez, yo allí sentado en riesgo a su lado sentí en el viento en la cara y en el estallido de mi corazón, aquella sensación enterrada en algún punto de mi cabeza, una sensación olvidada tras el telón. Permanecía viva nuevamente. Y nuevamente sentí aquel escalofrió de  noche de liberación. Una mezcla de miedo, satisfacción, valentía, soledad y desprendimiento. Una sensación de verdadera libertad.
Allí estaba, lo que buscaba Buck. Enterrada en los miedos de la adultez.
 Esos dos minutos, en riesgo absoluto, pero a sabiendas. Sintiéndome libre como nunca más me volví a sentir. Nuevamente el miedo, la felicidad, el viento en mi cara, el asombro y pánico de los ojos extraños. Allí en esa vieja terraza, algo nuevo había nacido y yo, ya lo sabía. Estaba ahí para siempre, aunque no lo recordara.        


No volví a ver a Buck.
Cuando quise encontrarlo, la tarde siguiente, solo quedaban rastros de pasto aplastado. Revise cada centímetro del lugar, ya que me había metido con la moto y podía recorrer el terreno escarpado un poco más a fondo, pero nada. Ni una señal.
Solo ese aroma extraño que volvía inesperadamente de la nada.
Una aroma que antes me molestaba, y ahora se había vuelto reconocido.
Ese  olor a la libertad olvidado.
Y volviendo a casa por primera vez en mucho tiempo, agitado, asustado y tembloroso, recordé esas primeras palabras al encontrarme con buck. 

Sí, lo veo, es bastante grandote y esta algo confundido. Se ve que no anda mucho suelto y eso pasa. Cuando a algo tan poderoso le sacas la correa, siempre se descontrola un poco, pero un ratito, después se tranquiliza. Siempre pasa”.

  



q ves cuando no ves`?

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