Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

viernes, 25 de abril de 2014

Y así empieza, antes del final..



Antes del final



Por primera vez, desde que habían partido estaba completamente abatido y su cabeza ya no le pertenecía.
¿Quién era realmente aquel tipo que los guiaba? ¿Un lunático convincente, un excéntrico convencido, un sabio  iluminado o simplemente un hombre común, aunque demasiado inteligente?
Se detuvo, acomodó su carga,  resignado lanzó una fugaz mirada los destellos  suaves que se extinguían por detrás de él, y sin pausa continuó descendiendo hacía un oscuro y rocoso cuello de botella. Una angosta grieta por la cual los demás ya habían bajado, y donde ansiosos  lo esperaban.         
Los veía mover sus linternas, haciéndole señales desesperadas por encontrarlo, pero no daba más.         Bajó de su espalda el cuerpo tieso de Renzo y con una manta sucia volvió a cubrirlo.  
 Siempre había añorado deambular por caminos oscuros, vagabundear en las sombras, pero esta aventura era completamente diferente.  Nunca como ahora, se jugaba el pellejo.
 Apagó su linterna,  y a oscuras buscó un momento de calma entre tanto arrebato.
  Solo para tranquilizarlos, les hizo las señales de rigor, y a su ritmo, de a poco, se les fue acercando. Combado como un arco vencido, arrastrando las piernas y pateando piedritas.
Mientras tanto, hondos, lo aguardaban relajados.
Soledad  se adelanto y los abrazó. No lo demostraba, pero también comenzaba a preocuparse. Era una muchacha joven, impetuosa y algo inconsciente pero de ninguna manera tonta.
Sam, solo los miraba lejano. Ensimismado, y probablemente pensando en redescubrir la huella perdida.           
- ¿Dónde nos metimos?- preguntó Soledad, y con cierto enfado añadió- y vos Manu. ¿Por qué apagaste la linterna?
-           No sé, estoy muerto. Solo paré un minuto a descansar, ya no puedo más y me parece que Renzo esta peor. Espero que lleguemos pronto, sino vamos a tener muchos más problemas. Mirálo, esta helado.
     Soledad, rodeó a Manu y enfocó la cara blanquísima  de Renzo. Le acaricio con ternura el pelo,  y la dio un pequeño beso.
-         Cuando quieras hay otro para vos- le dijo al pasar.
Giró su linterna e hizo un pequeño recorrido rápido por aquella  enorme gruta que se abría sobre ellos, y no dudó en encararlo.
          - Sam, ¿falta mucho para llegar?
-         No ya estamos. Creo que casi llegamos.- respondió carraspeando y más lacónico que de costumbre.   
-         Perdonáme, como qué, creo. Tenés alguna idea de cuánto falta o estamos perdidos- interrumpió Manu sorprendiendo a todos y mostrando un desacostumbrado y nuevo enojo.  A fin de cuentas, él llevaba toda la carga, y se sentía culpable.
-         Quedáte tranquilo,  estamos cerca. Sé muy bien por donde vamos, falta poco, no te desesperes, en momentos como este siempre es bueno mantener la calma- contestó impávido y  agregó- –sí queres cargo Renzo un poco yo.
-         No dejá, si decís que falta poco, te creo. Sigamos. Ya quiero salir de esta cueva.
Soledad  sonrío. Para ella la aventura estaba en pleno apogeo y, a pesar de todo, por fin estaba junto a él.
Sam asintió serio, y de pronto, como recordando un viejo mapa mental nuevamente se metió por un pequeño pasadizo que se encontraba escondido tras una enorme roca roja.
Los demás lo siguieron, entraron en un desfiladero  angosto, que solo aquel que ya hubiese estado antes por allí podría reconocer, y continuaron.
Caminaron entre las apretadas peñas, en esa suerte de dentadura despareja y cada uno a su tiempo fue premiado con alguna dolorosa advertencia.
El aire helado comenzó a extinguirse, y una extraña condensación húmeda, les apareció de golpe. Una rara mezcla de vapor y hielo.
  Las entrañas de la serpiente en la cual se habían internado, ardían, y las piedras regadas por doquier se habían vuelto cada vez mas grandes, tibias y desparejas. Y el camino lleno de obstáculos guardianes.
Así a tientas, solo iluminados de a ráfagas, avanzaron en fila. Apretados y obedientes. Arrastrados por una fuerza misteriosa. Un hechizo emanado  cada vez, más y más fuerte.
Por fin, y tras eludir una violenta oleada de vapor, llegaron a un pequeño descanso, en el extremo final de aquel sendero rugoso. Una especie de salón perdido, en donde el aire era escaso y pesado.    
-         Llegamos- dijo Sam con cierta satisfacción y chorreando sudor. Aquí se forjó todo aquello que buscábamos. 
Manu y Soledad, se miraron sin entender. Buscando una pista revolotearon sus linternas dentro de la negrura absoluta, pero por más que hurgaron en cada orificio sospechoso, nada les pareció cercano a una salida.
Quisieron comprender, pero ignorantes, alumbraron a Sam y esperaron una explicación, coherente o no.
Él, apartado, revolvió desesperado algo en un rincón oscuro, luego enfocó un muro borroneado y  lagrimeó. Se tomó unos segundos, sacó un pequeño y hasta ahora oculto, apuntador añejo y ajado y lo comparó con unas notas recientes. Apagó su linterna, demostrando una serenidad incomprensible, y tomó asiento.
 Totalmente resquebrajado, y engañado, Manuel apoyo a Renzo en el piso y sin esperar lo increpó.
-         Sam, ¿qué es este lugar? ¿Acaso, acá termina todo? ¿Tanto recorrido para terminar sepultados, en el medio de la nada?
Su voz  sonaba deshilachada. Aunque ligeramente insurrecta.
Sam se sonrío entre la espesura de su barba negra cubierta de polvo gris y tomándose un segundo eterno contestó.
-         Siéntense un segundo y escúchenme- exclamó solemne- tengo mucho para decirles y ustedes tiene mucho para escuchar, solo les pido unos últimos instantes y todo quedara aclarado. Ténganme aquella confianza que me entregaron en un principio. Llegamos hasta este lugar buscando, y en esa empresa no fallamos, solo les pido unos minutos más. Toda línea tiene un principio y nuestro curso es aun difuso. Solo somos espíritus inquietos, pequeños sueños resquebrajados, solo un agónico y perdido aliento entre toda esta inmensidad. 
Incluso Renzo, preso de un dolor atroz se despertó y reponiéndose de la extenuación a la que se había sometido dócilmente, se sentó frente a él cual discípulo. Con un último impulso inconsciente.
Soledad  hizo lo mismo. Manu los siguió, aunque  algo más alejado. Por experiencia, estaba descreído y prevenido. El viejo Manu volvía a aparecer.
Después de todo nadie lo había obligado a seguir a Sam, y eso era lo que más lo molestaba.
Las tres figuras, sentadas como alumnos de un sabio profeta en el desierto, se acomodaron como pudieron entre las rocas tibias y escucharon aquello que esperaban oír desde un principio.
Sam, se tomó un instante de silencio, y cerro sus ojos.
-         Manu, un lago oscuro, profundo y maldito. Un pregunta sin respuesta.  Esa es tu gran virtud, tu cruz, y  mi más grande y amarga satisfacción - dijo aun con los ojos cerrados cual monje y quiso continuar. Pero Manu lo anticipó.
-         Disculpame Sam-  interrumpió enérgico y cortante- No estoy para discursos religiosos, solo decime como vamos a salir de acá y después me das tu predica.  Deja la lírica para otro momento, sí es que lo hay, por si no te das cuenta acá está faltando el aire. Y estoy seguro que vos sabes cómo salir de aquí.
-         Entiendo tu impaciencia, pero solo dame unos minutos, aquí debe estar la respuesta.
-         ¡Déjate de joder!- continuó Manu sin esperar-, confíe en vos e hice todo lo que me diiste. Recorrimos medio país, los arrastramos a ellos y,  ¿para que? ¿Para meternos en la nada? Ya ni se cuantas horas pasamos en esta tumba y ¿Vos me decís que espere? ¿Qué espere, qué? Por si no te das cuenta, Renzo esta muy mal. Ya no queda morfina para darle y nosotros no estamos mucho mejor. No podemos volver, no tengo la menor idea de cómo llegamos hasta aquí, y por lo que veo, este lugar esta cerrado ¿Como pensas sacarnos?  A menos que se te ocurra algo, estamos sepultados. Solo un milagro, nos pude ayudar, y por lo que veo no andamos muy holgados.
-         Fe amigo, eso es lo que te falta.- dijo y repitió con énfasis- fe. Después de todo hasta los moribundos es lo último que pierden, pero vos sos distinto, un errante, un peregrino sin rumbo fijo. Esa es tu maldición y eso es lo que te impulsa. Ese es el gen defectuoso de tu alma. Tu falta de fe es tu fortaleza, y como un testigo en medio de la balacera solo esperas. Miras sin comprender su naturaleza y aun así, mientras unos se disparan entre sí y otros se esconden como ratones, vos solo esperas,  ahí atento y despiadado entre la espesura de lo desconocido. Por eso somos tan distintos y tan similares. Ahora, que estoy en mis últimas estaciones, lo puedo ver. Gracias amigo, ahora sí lo veo, como en los viejos tiempo, el desolado espíritu al costado del camino. 
Y agregó.
-            Deja de buscar por donde no hay. Siempre tratando de escapar hacia delante.  Buscamos lo que creemos y encontramos lo que podemos. Sí  este es el fin, vayámonos en paz,  y sabiéndolo. Aquí estamos, como diiste, bien enterrados, al igual que ellos- la luz violeta de su linterna enfocó unos viejos huesos apilados contra la pared opuesta que se mezclaban con unas pinturas ilegibles- lo único que me apena, es que nadie lo sabe, ni lo sabrá jamás. Eternos. Como ellos, plenos, sabios e inmortales. Sí este  es el fin, aceptémoslo con el gusto de haber llegado. ¿Cuantos en la vida pueden decir eso?  Las cosas no suelen terminar tan bien  como empiezan.
Inmediatamente Manu, se paró en seco y toscamente se dirigió al hueco por donde habían ingresado al descanso. Lo revisó una y otra vez en vano, sabiendo de antemano que no habría respuesta. Agitó la linterna exigida, queriendo descifrar un regreso improbable, y al rato resignado la apagó.
Definitivamente estaba perdido, aquel hombre parecía en trance y él estaba sin la más remota idea de cómo salir de allí.
 Renzo, preso de su dolor, volvió a recostarse hecho un ovillo.
 Soledad se acercó a Manu y en silencio lo abrazó fuerte. Como nunca antes lo había hecho. Un abrazo tardío y esperado. Lo necesitaba. Él era todo, su pequeño mundo, el carcelero de sus miedos, y el paladín de sus emociones. El aire, el fuego, el agua. Lo único que existía o existiría.   
Manu, también la abrazo.  Y por primera vez permanecieron realmente juntos. Sin decir nada, solo sintiéndose.
La besó, como a un recuerdo perdido, y la separó con ternura.
Ni siquiera Renzo, en las últimas, lo abrumaba. Ese joven no era su responsabilidad.
Solo quería salvarse y salvar a Soledad.
 Ya no era solo por él ni por ella, era por aquella presencia ausente desde siempre y por ser el culpable de su dolor futuro.  Esa sola idea era lo que más lo atormentaba, aquello que más temía. El culpable de arrastrar a su capullo desbocado, aun final sin sentido.
Su único y frágil lazo con el mundo.  Quizás, después de todo y mirando frente a frente al final, el destino fuese ella.







































 


      
  
        
     
 
 

               


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