Q VES CUANDO NO VES?

Q VES CUANDO NO VES?

miércoles, 2 de abril de 2014

un pequeño adelanto....

-          Tu primera gran batalla- le dijo a Manuel, que a estas alturas ya tenía la caña bajo control.
-     ¿Pudiste ver algo? ¿Que agarré?
-          No sé. Pero hay un viejo dicho Maorí que dice “el mar es sabio, enfrenta insectos con insectos y monstruos con monstruos”  así que sea lo que sea, es solo el principio.
Manu se afirmó al borde del bote e intentando seguir el hilo, que se perdía lejano, buscando una pista.
No quería apresurase, sabía muy bien que solo cansando a la fiera podría acercarla. La cuestión sería, quien de los dos, se agotaría primero.
Enrolló un poco el hilo y cuando notó que estaba al límite, aflojó. Otra vez lo trajo y nuevamente lo soltó. Así un buen rato. Jugando una partida circular en donde cada uno ponía a prueba la resistencia física y mental de su retador. Y ninguno cedía ni un milímetro. Midiendo fuerza y actitud.
Sus brazos comenzaron a sentir el rigor de la reyerta. Las venas se le hincharon hasta el límite de la explosión, sus músculos se endurecieron hasta el calambre, y su espalda empezó a sentir los latigazos de cada imprevisto tirón.
 Aun tenía resto, pero lo sabía, todo tenía un límite.
 Y la cabeza de la bestia seguía sin aparecer. 
Aprovechando una pausa en la batalla, Sam, recogió las cosas y produjo  un haz de luz al destierro de la negrura.
Nada, ni una mísera pista a la vista.
Ambos, a oscuras, fumaban y se miraban incrédulos, esperando atentos. Aquello que estaba agazapado en el fondo, aguardaba su momento, los desafiaba. O mejor dicho, desafiaba a Manuel.
 Ganaba y perdía metros con la misma facilidad que perdía  aire y ganaba decepción. Lo arrastraba y era arrastrado. El duelo, se había vuelto un ajedrez entre dos reyes sobrevivientes amenazándose desde cada extremo del tablero.
A lo lejos, creyó reconocer una aleta, pero  las olas negras y el fragor no lo tenían claro. Quizás una enorme mandíbula llena de dientes, o unos ojos oscuros, todo y nada. Su cabeza era una irreflexiva catarata  de insinuaciones.
Lo cierto es que las fuerzas se le deshilachaban, y no sabía cuanto tiempo podría aguantar con ese ritmo, tirando y soltando.
Sus manos comenzaron a hincharse, y producto de una torpe maniobra se había lastimado seriamente un par de dedos. No encontraba posición, y la caña, a punto de partirse, le pesaba una tonelada. Era el borde.
Al cabo de una hora de lucha, sin resultados, y soportando un desgaste que comenzaba a parecerse a una demolición, antes de entumecerse tomó una decisión capital.
-          ¡Es ahora o nunca!, lo traigo y que sea lo que dios quiera.
Sam, apoyado en el borde,  atento y sin intervenir, lo palmeó y cínico le dijo.
-          Dios no tiene nada que ver en esto, pero en fin ¡Ya era hora!
Acomodó su osamenta, se plantó firme, y atravesado por un dolor y un ardor desconocidos tiró con lo que le quedaba de fuerzas.
Arrastró la caña con toda su potencia y su furia. La movió de un lado al otro y siguió tirando. Sí no podía acercarlo, al menos lo despedazaría.
Sam le acercó un trago, y renovando rabia,  a pesar de sus dedos ensangrentados, tomó el hilo y lo trajo hacía su cuerpo.
Pegó dos o tres tirones más salvajes y más potentes y al fin la cuerda se aflojó.
Sam y Manu se acercaron peligrosamente al límite de lo cauto, asomaron sus cabezas e indagaron más allá de que podían ver. O la bestia se había rendido, o la línea se había roto dejándola  escapar.
  Observaron el movimiento dentro de las aguas mansas y los destellos de la profundidad. Pero ante ellos ni una señal.   
  Manu aflojó la presión, y se tomó la cabeza. Tanta lucha, tanto esfuerzo para perder la presa a unos míseros metros.  La desilusión de lo irremediable lo tenía a punto del derrumbe.
Sam, asomado, no pensaba lo mismo, y continuaba con su búsqueda frenética entre  las profundidades de la noche.
-          Se nos fue, el miserable se escapo- dijo Manu abatido.
Y en ese mismo instante, en el  momento exacto en que terminaba de decir aquello, una explosión de chispas de agua los empapó al tiempo que una centena de dientes desordenados y furiosos arremetía mortal contra su descuido. A centímetros de hacer blanco.
Manu se echó atrás, pero lejos de amedrentarse, volvió al ruedo con salvajismo.
Agarró su caña con fuerza y tiró hasta desfallecer. Como nunca.
-          Increíble, es un hermoso "Galeacerdo Cuvier". Manu estamos a las puertas de algo extraordinario-exclamó Sam, viendo al escualo desesperado por atacar. Tirando dentelladas por doquier y arremetiendo enceguecido contra la embarcación.
Manuel, que luchaba endemoniado, para dominar al tiburón y acercarlo al bote, lo miró y mordiéndose los labios con coraje y cólera, le dijo.
-          ¡En español, Sam, en español!
-          ¡¡Es un tiburón tigre!!- le aclaró absolutamente fascinado, mientras observaba como el enorme lomo rayado índigo y verde del tiburón intentaba rodearlos -no sé que hace por acá, de seguro es un errante, pero está furioso. Manu, este no busca comida. Busca su medida, estas tras una leyenda ¡Esta es una de la maquinas asesinas más perfectas de la creación!
El tiburón, cabeceó y de improvisto mastico un pedazo de madera, sorprendiendolos y haciendolos retroceder. Esa furia tenía sus propios planes. 
Lucharon como gladiadores, mano a mano durante un tiempo. Dentelladas contra tirones. Cabezazos aguantando palazos. La sangre mezclándose. Los más letales asesinos de la naturaleza enfrentados a solo un par de metros de distancia.
-          Sam, dame una mano, que no lo aguanto más. Me está matando- gritó con su mano derecha toda ensangrentada, mientras con la izquierda, la boba, intentaba mantener la caña firme.
-          No mi amigo, lo siento. Esta batalla te pertenece, yo soy solo un espectador privilegiado de uno de los espectáculos más asombrosos de la naturaleza. Ya poseo mis propias cicatrices, es el turno de tus propios trofeos.
El bote se zarandeaba atormentado, y las aguas agitadas comenzaron a teñirse de rojo. Ambos se desangraban, y con cada gota vertida, una fiereza contenida se les desbordaba. Estaban cebados, y luchaban a muerte.
 No era por la supervivencia, ni siquiera por hambre, entre esas dos criaturas había un compromiso.
En un desesperado intento por huir, o tan solo para tomar carrera, el tiburón pegó un salto fuera del agua y se zambulló con fuerza, pero Manu lo detuvo en seco, con el ultimo puntal de fuerzas  que le quedaba, y dándole el estiletazo final.
Ya lo tenía bien clavado. Había visto al anzuelo amarrado hondo, dentro de la garganta del asesino, destrozándole la boca. Y lo sabían, solo logaría zafarse sí el nylon se cortaba. 
En un postrero esfuerzo por matar, la fiera arremetió una vez más. Pero el golpe sonó agónico. Endeble y distante.    
Ya se sacudía con menos dureza, y topeteaba sin seguridad. Solo por reflejo.No era la tromba maciza que martillaba sin miedo, lentamente se apagaba y entregaba al destino.
Viendo a su presa, extenuada, aprovechó el impulso. Enrolló con decisión el carretel, tiró como nunca en su vida y el tiburón tigre, desgastado por completo, se dejó arriar. Entre estelas rojas y temblores de resistencia.
Lo acercó lentamente, desconfiando del aguante de su sufrida caña, y por fin, lo reconoció en todo su esplendor.  Peligrosamente dócil.
Era una criatura extraordinaria. Su lomo atigrado brillaba agitado como un zafiro bestial, y sus ajustados músculos parecían irrompibles, forjados de un acero mitico. Tenía una mirada negra, con una maldita y primitiva expresión. Y aunque desmembrada, su dentadura sonaba infinita. Era tan grande, que  su lado, el bote parecía un frágil juguete.   
  “Solo un desquiciado puede crear semejante criatura”- dijo Sam verificando el  tamaño del animal, que manso se extendía mas allá- “es un joven macho, como te dije un errante en búsqueda. Un ejemplar formidable”.
Sin aflojar la presión sobre la tanza, Manu lo miro orgulloso y le dijo.
-          Es impresionante ¿no?
-          ¿Quién el tiburón?, si  es fabuloso. Pero no me refería exclusivamente a él.
Sin temor alguno, Sam acercó su mano a lomo atigrado, lo acarició y luego la deslizó hasta la formidable aleta dorsal. Miró a Manuel y le dijo.
-          Ahora sí. Un último suspiro. Vení, te tengo la caña. Tocalo. Su sangre es hielo.
-          Ni loco. ¡¿A ver sí me ataca?!
-          No, no creo que le queden fuerzas. Se rindió, no puede más. Dio todo y más- le contestó mientras le palmeaba peligrosamente la cabeza entre la nariz y los ojos.
Y mirándolo, flotando sometido, quedó pensativo.
El asesino sumiso a la par del bote, ahora no parecía tan peligroso. Es cierto aun se movía y amagaba algún mordisco, pero solo eran espasmos perdidos. El animal ya sentía su final.
Lo dejó de tocar, y se dirigió a su bolso. De allí sacó una pequeña cartera de cuero y se la dio a Manuel.
Este la miro extrañado. La abrió y para su sorpresa, sacó una enorme y brillante pistola de grueso calibre.
Sin descuidar la caña, miró a Sam y revisando el arma le preguntó.
-          ¿Y esto?
-          Es para él- y le señalo al tiburón, que resoplaba sangre al borde del bote.
-          ¡¿Estas loco?!¿Como lo voy a matar de un balazo?
-          ¿Y que queres? ¿Pensabas llevártelo a la orilla como a un caniche?
-          No se- contestó mirando al bote, y comparándolo con el tiburón- pensaba soltarlo. Ya lo derroté, para que matarlo.
Sam le quitó la caña, empujó el arma contra su pecho y le dijo con cierto enojo rector.      
-          No es tan sencillo. Es cierto, lo derrotaste, pero en tus manos esta la decisión más importante de su vida. Morir en manos del depredador que lo venció o extinguirse de a poco hasta que algún carroñero lo encuentre endeble y lo acabé. Vos, tenes que hacerlo, no es justo para él acabar de otra manera. Te buscó, y te encontró, conoció su ley. Ya te lo dije en su momento, es una cuestión de códigos.
-          Pero es solo un tiburón-dijo descreído- No creo que me haya buscada, solo andaba tras comida y por casualidad se tropezó con nosotros
-          ¡Por favor! ¿Un tiburón tigre por aquí? Me parece un poco difícil. Podes creer lo que quieras, la decisión es tuya.
Sacó un cuchillo, lo acercó a la tanza y lo miró presionando sobre su sentencia.
-          Decidí, pero apuarate. No le queda mucho tiempo- apoyó el brillante metal en el hilo y agregó- ¿Quien termina esto? Muere abandonado su suerte o  le haces el honor. 
Y allí en medio del ensueño de una noche afiebrada, bajo una curiosa  luna plena. Con la barca acunándose en paz sobre un mar perfecto y con el silencio como testigo desalmado de una naturaleza simple.
Por primera, con todo el poder para decidir, se transformó en la hoz de dios, y extinguió una vida.


Cubierto en sangre, arrojó el arma aun humeando y se sentó totalmente conmovido. Había asesinado, y con eso una parte suya  se apagaba para siempre. 
Sam, viejo conocedor de los tiempos de los hombres, se mantuvo en silencio y comenzó a preparar el regreso. Toda épica tiene su final.
Sabía que para Manuel, ese había sido su punto de quiebre, y  que no debía ni podría agregar nada, así que reprimió su labia  y como nunca, solo calló.
A su lado, en medio de las más oscuras tinieblas las fieras yacían ensangrentadas.
Acomodó los bolsos, juntó las botellas vacías y encendió el motor. Luego aseguró firme el tiburón al bote. Levantó las anclas y caminó hacía el timón. Al pasar le dio una acogedora  palmada en la espalda a su amigo y emprendió la vuelta. A los tumbos y cortando la rompiente.
Sam al mando, Manu a la deriva.

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